¿Quién eres?
De joven en la vida
académica, continuamente es una cuestión que nos hacen o nos hacemos, y la
respuesta es en ipso-facto. Soy el travieso, el jugador de soccer, el músico, al
que siempre castigan, el buen hijo; y así, pasa la vida académica.
Los estudios y las dudas
crecen.
Surgen nuevas
incógnitas difíciles de contestar.
Los pensamientos,
paradigmas, dilemas y paradojas se apoderan al avanzar, no en la edad, pero sí,
en el conocimiento.
Hoy me preguntan la
misma cuestión.
¡Carajo! Qué difícil
es responder, cuando sé perfectamente que no hay respuesta.
Podría afirmar que
soy el buen hijo, un docente con vocación, melómano eterno, amante de un buen
whisky y una buena cerveza.
Pero también amo el
café con pan.
Soy ese efímero escritor,
fracasado y entusiasmado por volver a fracasar.
Soy un alma errante
en un mundo indiferente
Soy ese ser
fragmentado en busca de un sentido que se mezcla en la neblina de mi existencia.
Soy desolación pura, un
corazón marchito que ha conocido el amor y ahora solo alberga las cenizas de un
recuerdo. Me hicieron mierda. Pero sé que la mierda, que alimenta a otros
seres, surge mentes brillantes.
Bukowski, mi autor de
cabecera, me enseñó a habitar en los rincones oscuros de la vida, donde la
soledad es mi compañera fiel y el alcohol, mi anestesia contra el dolor; pero
ya no bebo, ahora sólo medito en lo que soy, en lo que realmente soy, y la
respuesta es más veloz que mi mente.
Observo silenciosamente
el drama humano, y soy testigo de la farsa que llamamos sociedad, de la bajeza del
ser humano que tergiversa poemas de una biblia prostituida en acciones baratas,
en desmanes sin sentido y en desamor.
He visto la
hipocresía, la avaricia y la crueldad que anidan en el corazón de los hombres,
y he aprendido a despreciarlos a todos; y si el mío, crees que está entre ellos,
ódiame…y me odio.
Pero aún no sé qué
soy o quién soy.
Para Schopenhauer (mi
otro enorme autor) puedo ser un eco de mi propia desolación. Su pesimismo
metafísico suena y resuena con mi propia visión del mundo como un lugar hostil
y sin sentido.
La vida, para él, era
una mera voluntad de vivir, una fuerza ciega que nos impulsa hacia el
sufrimiento. Y yo, me he convertido en un esclavo de esta voluntad, un
prisionero de mis propios deseos. A veces siento que la soledad me tumba y me acribilla
en el suelo.
Busco al Dios o al
Demonio que puedan levantarme, sanarme y darme vuelo para seguir la vida.
He amado y he
perdido, he soñado y he despertado a la cruda realidad. He buscado la belleza
en un mundo que solo me ofrece fealdad, he buscado la verdad en un mundo que sólo
me ofrece mentiras. Y en cada búsqueda, he encontrado solo el vacío.
Pero, en este instante
puedo estar en contra de Schopenhauer, y tengo el valor de contradecirlo,
porque he librado varias fatalidades, como un minino de ene mil vidas. He
salido avante, porque posiblemente un “alma” (y dije, posiblemente) me ha
protegido con una armadura de uranio.
Posiblemente.
Y ahora me enfoco a disfrutar
día a día, y ya sin saber la respuesta al ¿quién soy? O al ¿qué soy? Porque
estoy seguro que no la voy a tener, pero sí tengo la certeza de querer vivir al
máximo.
¿Quién soy? No sé. No
lo sabré.
Seguramente un
náufrago sin brújula en un mar de desesperación.
Seguramente un alma
en pena que vaga por la eternidad en busca de redención.
Seguramente un poema
de Benedetti en busca de un lector que me abrace.
Puedo encontrar miles
de respuestas.
Pero hoy,
seguramente, en este verano del veinticuatro, soy un manojo de lágrimas, en
espera de que Lucifer me libere.
Mientras, me encerraré
en el papel del escritor inmerso, en un rincón de la biblioteca de Alejandría.
Soy, nada, aún.
Soy, nadie, también.
Verano del ‘24
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