En la penumbra del bar,
entre
humo y alcohol,
dos
miradas se cruzan, tímidas, con excitación.
Ella,
delgada, con labios rojos,
sonrisa
de misterio, lindísima.
Él,
con barba incipiente, poeta sin dinero.
Se buscan en silencio,
como
dos náufragos,
en
un mar de indiferencia,
buscando
un faro.
Sus
almas se rozan,
en
un baile de anhelo, norteño,
pero
la realidad los ata, con cadenas de hielo.
Ella tiene su vida,
él
la suya también,
caminos
distintos,
bajo
la misma luna.
Él
le escribe poemas,
en
servilletas arrugadas,
versos
de amor prohibido,
en
frases desatadas.
Sueña con un futuro,
con
ella,
donde
puedan ser dos almas libres,
sin
nadie que los pueda ver.
Pero
la vida es dura,
y
el destino cruel,
y
su amor se queda en eso,
en
un simple "loco" sin miel.
Se
miran por última vez,
antes
de despedirse,
y
en sus ojos brilla una lágrima,
que
no quieren que se disperse.
Se
prometen un encuentro,
en
algún lugar lejano,
donde
el amor pueda florecer,
sin
miedo al mañana
en
un pueblo, o en tierras lejanas al norte.
Pero saben que es sólo eso,
una
dulce ilusión,
un
espejismo en el desierto,
que
se disipa con el sol.
Y
así se separan,
con
el corazón en pedazos,
dos
almas digitalizadas,
hechas
para otros abrazos,
que
fabricaron un “secreto de amor”.
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