¿Debería besarlo? |
¡Ups! Se había tropezado nuevamente, y es que con tanta lluvia en el bosque no vio esa pequeña roca. Al caer, ahí estaba, junto a una flor tan verde como un aceituna, era un pequeño felino muy fino, de ojos claros, cabellera clara y bien recortada: - “has caído nuevamente en mi territorio” – le dijo al delgado sapo.
Ese bosque se situaba en medio de dos grandes reinos y un tercero se avistaba a varias millas de distancia del primero. No había guerras ni disputas de terrenos, porque todos respetaban los límites marcados entre riachuelos y verdosos bosques. Los animales que ahí habitaban eran los generosos guardianes de todos los soldados, habitantes de cada reino y de los tres reyes y reinas que en ellos pernoctaban; y claro, también lo eran de todos los súbditos que vivían en casas construidas arriba de los árboles.
Aquel sapo no tenía nombre, y vivía en un árbol cerca del reino más grande, de entre los tres. Su morada la compartía con otros pequeños dos bellos animales, una hada y un duende que por cierto era muy gruñón.
La vida en ese diminuto árbol era tan normal, que el aburrimiento era parte de su rutina. El sapo salía a comer los primeros frutos que fuera encontrando rumbo al riachuelo y luego regresar con algo de hierbas y agua para cuando su compañeros regresaran de otras labores. Su vida era tan sencilla que ni él mismo se daba cuenta del semejante aburrimiento. Era acertado de ese modo.
Durante ese recorrido jamás había puesto atención a la gente del reino que justamente se ubicaba frente a la orilla fría del río, y tan sólo tenía que levantar la mirada para observar la majestuosa construcción a base de enormes piedras, cal y muchos corales; detrás de ese enorme castillo se encontraba el océano, mismo que ningún habitante de aquel bosque conocía, pues debían atravesar el castillo, y eso… era casi imposible.
Después de aquella caída y de la breve conversación con el hermoso minino, el sapo sacudió sus ropas oscuras, casi negras, del polvo y las gotas que alcanzaron a mojarle. Sin más ni más emprendió la marcha, pero, ¡de pronto! El minino le llamó nuevamente: - “¡Hey, sapo! ¿Alguna vez has mirado aquel castillo?” - Por supuesto que no – Contestó.
Aquel reino tras el bosque y el riachuelo era habitada, de entre tanta realiza, por una bellísima princesa, tan bella y hermosa que cualquier otro súbdito de ese reino o de otro pensaría que sería un error enamorarse, porque era “inalcanzable”. Y eso, no podía ser. Además de que entre los reinos las visitas eran muy poco probables, pues sólo existían cuando alguno de ellos necesitaba el auxilio para víveres o la asistencia médica del ogro del mismo bosque, porque éste era el único que contaba con una pócima mágica que curaba cualquier malestar entre los pobladores de tan bella frondosidad.
Después de responderle al bello minino, el sapo levantó la mirada, y fijamente observó por algunos instantes, de aquel movimiento sobre el pasillo superior que se encontraba entre las dos torres de alerta. Pudo observar el ir y venir de algunos súbditos, iban y venían… constantemente y antes de bajar la mirada, tras ellos, pudo observar y reconocer, por el tipo de corona, alta y muy brillosa… a la bella princesa.
Sólo el sapo sabía la verdad, sólo él.
Hacía muchos lustros que habitaba en aquel árbol, pero no siempre fue un sapo. Sólo él sabía que ante la mirada de su duende compañero se reflejaba su pasado, y es que esa mismísima figura de anfibio había sido la de un humilde príncipe, cuyo amor fue apagado por la soledad y la envidia de cuan princesa era acechada por él.
Parte de su rutina diario era cargar con esa pesada imagen corporal, arrastrarla y salir adelante, pero desde aquella tarde soleada y clara; y tras observar a aquella princesa, pensó: - “¿Y si ella me pudiera quitar este hechizo?” – Porque eso sí, aquella situación física de la que era preso, fue la causa de un hechizo en donde el ogro no pudo salvarlo.
Tan sólo la bella mirada y el amor de una verdadera princesa podrían.
Finalmente, bajó la mirada del castillo y susurró para sí: - “Es imposible que ella pueda fijarse en mí, imposible” – Y sin más ni más, continuó el regreso al árbol… a su casa.
Los anocheceres en el bosque eran maravillosos, ya que geográficamente se ubicaban exactamente en un hemisferio donde la luna siempre estaba presente; aquellas blancas y preciosas noches estrelladas adornadas por una gran esfera blanca, que al ser totalmente llena alcanzaba a iluminar a los tres castillos por dentro, y era la época en donde las princesas bailaban en sus habitaciones, con sus príncipes… salvo una, aunque ésta no estaba sola.
Por algunas milésimas de segundo el sapo dudo en su capacidad de querer y ser querido, ¿Acaso la habría perdido? ¿Podría confiar en un futuro lejano para que alguna princesa le quitara el hechizo?
La respuesta fue negativa.
Volvió al árbol ya muy tarde. Y es que en aquella ocasión decidió tomar el camino largo: caminar por toda la orilla sin perder de vista aquel castillo.
En ese reino, siempre había música por doquier. Y como cada año, estaba pronto el festival de agradecimiento al Dios que tan grande y poderoso era adorado, era el Dios del Tiburón Blanco.
Un Dios que aparecía una vez al año, junto al castillo, para celebrar también y agradecer el banquete que en su honor era ofrecido.
Nadie fuera del castillo sabía de la existencia de este Dios, ni lo conocía, ya que el océano estaba tras la enorme edificación real y sólo era percibido para los habitantes del adorado castillo.
Siempre que llegaba la época de fiesta, la música era imparable, pero sólo se escuchaba ahí dentro, tan dentro, que si alguien se paraba lo más cerca que pudiera al reino, sólo escucharía los aleteos de algunas hadas que paseaban y de vez en cuando algunos gemidos del ogro, algo enojado porque lo habían llamado a un asunto para atender a algún enfermo.
Era lo único que se escuchaba, lo único.
Y así volvieron a pasar varios años más…
- ¿A dónde vas tan temprano? - le preguntó la reina a la princesa.
Sólo a caminar y conocer los alrededores del reinado, y quisiera ver que hay tras aquel riachuelo de enfrente.
Esa misma mañana, apenas el sol había salido y estaba creciendo en el horizonte, el sapo se levantó como todos los días.
Su rutina había cambiado hace pocos años, de hecho, cuando tuvo aquella conversación con el gatito aquel, y su trayecto ahora era por toda la orilla del río.
Su paso era lento, siempre pensando en lo rápido que debía regresar con las provisiones y en lo cansado que llegaría, se recostaría y luego rogaría una vez más a su hada compañera en que fuera a buscar nuevos caminos al caer la noche. Tenía la esperanza de que pudiera la hada encontrar algún camino nuevo que le permitiera ir más rápido y regresar antes del anochecer, pero siempre sin perder de vista el castillo.
En esa misma mañana, el sapo estaba levantando unas pequeñas ramas secas de algún árbol, que finalmente envejeció. Era la época de otoño y también se acercaba la gran fiesta del reino en honor a su Dios, el Tiburón Blanco.
Y de pronto, escuchó: - “Hola, ¿Quién eres tú?”
¡Imposible! – pensó.
Volteó y giro su rostro los 360 grados para buscar al destinatario de aquella pregunta, pero sólo había agua, árboles y muchas ramas verdes con hojas amarillas y rojas, de entre las cuales no había ningún otro ser vivo, más que ellos dos.
Entonces supo y dedujo que él era el destinatario.
- “Mmmm, ¿Yo? – preguntó.
- Sí, ¿Qué haces aquí en mi reino? ¿No deberías estar con tus amigos y familia trabajando y llevando víveres a los demás reinos? –
Dio un paso hacia adelante, y la pudo mirar.
Aquella princesa llevaba un traje de color claro, un poco corto, muy otoñal, y pudo admirar sus adorables y bien delineadas pantorrillas, fue subiendo la vista lentamente hasta llegar al hermoso cuello, donde hizo una pausa, suspiró, tragó saliva y antes de seguir levantando la mirada, sintió como chocaban sus rodillas, una contra la otra, y en las manos comenzaba a gotear el sudor de los enormes nervios. Pensó en tan sólo milésimas de segundo que si seguía subiendo la mirada pudiera encontrar algo más bello… y tomó el riesgo. Siguió subiendo la mirada pero a la par, pudo observar que de aquellas mangas cortas del precioso vestido, caían unos pulcrísimos brazos, tan finos que rápidamente sintió más coqueteos entre sus rodillas…. Y así continuó hasta ver aquella mirada de la princesa y poder contestar.
Fue una eternidad todo aquel paseo en donde disfrutó cada momento, como un sueño en donde todo pasa tan rápido y que al despertar simplemente se quiere volver a dormir para llegar al final, donde siempre se es feliz.
Pero no lo hizo, sino que respondió: - “En eso estoy trabajando, y en cuanto termine iré al siguiente reino” – Y en ipso facto, dio media vuelta y comenzó a caminar rápidamente, sin voltear y esperar a que desapareciera aquella figura tan perfecta como al misma luna cuando está tan iluminada en las noches.
En casa nunca platicó lo sucedido.
A la semana siguiente, aquella escena se repitió, y el efecto fue tan hermoso nuevamente que el sudor era cada vez más constante y su frialdad se sentía hasta el interior de las venas.
Seguramente la princesa sentía curiosidad de saber en realidad qué o quién era el sapo.
Volvió a casa y tampoco platicó lo sucedido.
Posiblemente el único candidato para escuchar su historia tan irreal seria el ogro, quien al final de cuentas se daría media vuelta y lo ignoraría.
En otra ocasión aquel sapo y la princesa se encontraron unos pasos más alejados del frío riachuelo, junto a un enorme árbol frutal, y por qué no, el pequeño sapo le invitó a que se deleitara con tan jugosa fruta de aquella temporada, como si fuera algún tipo de infusión, con un aroma exquisito y un sabor incomparable.
Ahí, la princesa se dio cuenta que el sapo sabía escribir, pues de los sobrantes de la fruta que habían quedado el suelo, el sapo tomó algo de brea del árbol para plasmar ahí, la fecha de aquel encuentro. Un simple día otoñal, antes de la fiesta musical en honor a aquel Tiburón Blanco, adorado por pocos y desconocido por muchos.
El bosque permanecía siempre vivo, como cualquier conjunto de maleza, árboles, flores y admirables animales, siempre vivo. Jamás pasó algún hecho que fuera relevante para los habitantes del mismo. El bosque de un lado, el riachuelo en medio y al otro lado el reinado que pronto heredaría la excelsa princesa.
No pasó mucho tiempo en que se volvieron a encontrar, y la princesa llevaba otro atuendo, ahora un poco más oscuro y de un escote que hacía que la piel brillara mucho más que el diamante más fino sobre la tierra. Se encontraron y en esta ocasión, él la miró fijamente mientras ella le platicaba sobre las fiestas anuales y los menesteres rutinarios del castillo. Él siempre fijo en su mirada, cuando de pronto, ¡Ahí está! Increíblemente ahí estaba: Un brillo sobresaliente en sus ojos.
- “¡Brillan sus ojos!” – pensó.
¡No! – Pensó inmediatamente – Imposible que ella pueda quitar mi hechizo. ¡Imposible! –
Sabía el diminuto y pesado sapo que la princesa era inalcanzable para muchos…
Todo esto pensó, cuando al seguir mirándola fijamente a los ojos, pudo observar ese brillo que NO miente, un brillo incapaz de mentir, porque él bien sabía que toda historia feliz inicia por la mirada brillosa de alguna princesa, como en los cuentos de hadas.
La hada, el duende y hasta el ogro se encontraban en el árbol, ya preocupados y tratando de formar alguna cuadrilla de entre los demás animales para ir en busca de su amigo el sapito.
Al despedirse, ella seguía mirando al sapo y éste pudo observar en ella, también una sonrisa que se quedaría marcada más tarde en su mente… una sonrisa y unos ojos brillosos… que no mienten.
El sapo supo que con esa mirada tenía la respuesta que siempre había buscado, bueno casi siempre.
El sapo no deja de pensar en ella, y efectivamente, ¿será correspondido?
Aún no hay final, pero el sapo sabe bien que…
8 comments:
Estimados lectores, escriban el final.
Gracias.
Charly:
¡Estás kñón! Siempre me ha gustado mucho tu manera de escribir. Eres excelente. Magnífico tu manejo de la prosa, excelente tu redacción, tu puntuación, tu entonación, tu ortografía y el ritmo que le imprimes a tus escritos.
Precisamente nuestra afición a la escritura y los libros fue lo que nos permitió, sostener algunas pláticas interesantes.
Tu maestro Oscar Botello supo bien a quién encomendarle este trabajo. ¡Te felicito con TODA sinceridad!
Sigue escribiendo, porque así como las letras son uno de los legados más bellos que nos pudieron dejar nuestros antepasados.
Si tu maestro lo leerá en alguna estación de radio, NO dejes de avisarnos a TODOS, para que te sientas bien presumido.
Saludos para ti, tus hijitos y Brenda.
Aurora Valdés
El final que sugiero es “FIN” jajaja
NTC Charly.
En este caso, es un trabajo que te encomendaron, por lo que pregúntale a tu maestro qué giro necesita que trabajes en el cuento.
En mi caso, NO la tuya, sino TODAS las narraciones de Princesas y Sapos, se me antojan más bien fábulas, cuya moraleja sería: “Querido sapito: NO confundas la gimnasia, con la magnesia”… O seaaaa, la pobre Princesa siempre es la maldita y TODO gracias al sapito que es un mugre alucinado jajaja
Por favor, NO le des un final tan choteado y chafa con ese.
Discúlpame, por NO aportarte algo de utilidad para concluir tu cuento. Una vez más, te felicito, escribes re-bien.
Mi final se convirtió en otra historia:
... el sapo sabe bien que de ser verdad eso que se imaginaba, de ser verdad esa posibilidad de ser amado por esa hermosa princesa, implicaba un gran problema en el que jamás había pensado... si la princesa le hiciera caso... si el hechizo se rompía, entonces su vida como sapo terminaría y ¿qué sería de él?... estaría viviendo algo desconocido, tantos años siendo sapo, compartiendo la vida con la hada y el duende gruñón, saltando por el bosque... y ahora se abría ante él la posibilidad de una vida distinta pero ¿qué era lo que recordaba de ser príncipe?
Recordaba los dolores y envidias de cuan princesa había acechado... ¿acechado?... ah sí, comenzaba a recordar... él no había sido el príncipe más amable y simpático de los tres reinos, en realidad aquella paz en la que vivían sumergidos no la debían a él, sino al hechizo arrojado sobre él... sí, la realidad es que de no haberlo transformado él hubiera sido el causante de alguna batalla campal ¿había aprendido ya la lección? ¿había entendido finalmente que no podía ir acechando a cuanta princesa veía? porque la realidad era ésa... no había princesa, doncella, plebeya o fémina alguna que estuviera a salvo de sus más perversos deseos, así generaba envidias, celos y dolor en muchas de ellas, en sus familias y amigos.
En aquellos tiempos no le importaba, pero hoy ¿realmente había entendido que no era esa forma digna de vivir? ¿había aprendido de la humildad de la hada y el duende gruñón? ¿había servido en algo haberse arrastrado por el bosque como una criatura más, como una criatura sin encanto alguno...?
El sapo sacudió su cabeza queriendo borrar esos amargos recuerdos, y disipando así las dudas que lo atormentaron. Regresó saltando al árbol, donde lo esperaban muy ansiosos el hada, el duende, el ogro y una comitiva de animales del bosque a punto de salir a buscarlo. Al verlo llegar tan cabizbajo, los animales y el ogro dubitativo, se deslizaron sigilosamente retirándose de ahí.
Por primera vez, en cientos de año, el sapo sólo quería cerrar sus grandes ojos y dormir, quedar sumido en el silencio y la oscuridad... pero apenas lo intentó el duende lo sacudió y le dijo:
- ¿Cuánto tiempo más planeas guardar tu secreto?
- ¿Secreto? -titubeó el sapo- ¿cuál secreto?
Y el hada con ese toque mágico tan de hadas, lo tranquilizó diciendo: "Después de tantos años ¿aún crees poder ocultarnos algo? Te hemos acompañado desde aquel día en que aquella despechada princesa, practicante de la magia más oscura de los tres reinos conjuró contra ti desbaratando ante nuestros ojos, tu varonil figura y dejándote reducida a un diminuto y pesado sapo..."
- Así que... ¿ya LA encontraste? preguntó el duende.
Y así el sapo abriendo el corazón, arrojándose al vacío como nunca en su vida humana o en su vida como sapo, había hecho, soltó el llanto, un llanto proveniente de lo más hondo de su antes frío corazón, y explicó cómo la había visto por primera vez, cómo fue el primer encuentro junto al río, cómo fue el segundo y después detalló con poesía en sus palabras aquel brillo de sus ojos y aquella sonrisa de sus labios...
El duende y la hada quedaron satisfechos. Sabían que las historias felices inician con la brillo de unos ojos y la sonrisa de unos labios.
(Continúa abajo...)
...
El sapo entonces dudó, nuevamente. Externó sus dudas, sus temores y cuál no sería su sorpresa al obtener como respuesta dos sonoras carcajadas, pues el duende y la hada no pudieron resistir tanto drama.
- ¿Por qué se burlan? He decidido no volver a verla, no puedo arriesgarme... ¿qué tal que es igual de malvada que aquella bruja? ¿qué tal que yo vuelvo a ser el mismo de antes? ¿qué tal que mi Destino es seguir siendo sapo porque es lo mejor que puedo ser?
Y el duende gruñón gruñó: "¡Ni hablar, ya estoy harto. Mañana debes buscarla. Lo que debías aprender ya lo aprendiste, y ahora lo único que sientes es cobardía, y eso no!"
Cuando el duende gruñía todo el bosque guardaba silencio, pues todos los animales de los tres reinos sabían que detrás de esa fachada, era él el ser más sabio. Así que tranquilizado con semejante reprimenda, el sapo cerró los ojos y durmió hasta el día siguiente.
Se levantó, saltó sobre las piedras, tomó algunos frutos para engullirlos lentamente, se detuvo a oler las aromáticas flores que encontraba, miró al cielo. Era el día más feliz de su vida, se atrevería a contarle su historia a la princesa y ella rompería el hechizo, sus ojos y su sonrisa se lo habían dicho. Pronto el sapo volvería a ser un príncipe pero ahora sería un humilde príncipe.
Así llegó al lugar del encuentro y esperó...
Y esperó... y esperó, pasaron muchas horas, el sol ya se encontraba en el punto más alto y la hermosa princesa no había llegado. ¿Le habría pasado algo? ¿Habría tenido algo mejor que hacer que platicar con un sapo?
Y armándose de valor, de ese que estaba guardado en el fondo de su corazón, ahora abierto, el sapo saltó y saltó sin descansar hasta llegar al castillo. Esas murallas que impedían la salida del sonido ahora impedían el encuentro del sapo y su princesa. Pero el sapo no podía permitirlo, no podía negarse la posibilidad de amar y ser correspondido, así que como pudo subió, trepó, se encaramó en las ramas de un árbol contiguo al castillo, y se dejó caer al otro lado.
Se sacudió y sobó sus adoloridas ancas, no importaba el agudo dolor de sus extremidades, debía encontrarla, confesar su amor y recibir el beso, el beso que lo liberaría... y entonces escuchó un sonido peculiar, diferente, no había música como en los días de las fiestas del Tiburón Blanco, no eran voces humanas... eran llantos, y al alzar la vista telas negras cubrían ventanas y torres, ¿qué pasaba?
El corazón abierto aún de par en par, se le oprimió en el pecho... ¿habría muerto el rey? pobre princesa estará triste...
Y en eso, a lo lejos vio el cuerpo cubierto de telas y flores, ahí estaba el rey por el que todos lloraban, ¿donde estaba su princesa? él debía consolarla, recibir el beso y abrazarla para tranquilizar su doliente corazón, debía ver el brillo de esos ojos y enjugar sus lágrimas, y debía ver esos labios sin sonrisa y besarlos tiernamente...
(Continúa abajo...)
...
Se introdujo en el gran salón y respetuosamente pasó frente al difunto, volteando para todos lados en busca de la princesa, cuando sin verlo venir sintió un fuerte golpe. Un hombre de barba blanca lo había alzado del suelo, lo observaba con lágrimas en los ojos, lo abrazó dulcemente y lo dejó caer encima del difunto.
El silencio se apoderó de la sala, ¿qué sucedía? ¿por qué ese hombre de barba lloraba tanto? ¿sería hermano del rey? quizá por eso llevaba una corona ciñendo sobre su cabeza... y el sapo aprovechando que se encontraba en medio de toda la concurrencia, lentamente observó cada uno de los rostros que le rodeaban, hasta que la encontró. Ahí estaba su princesa, más hermosa que nunca, enfundada en un hermoso vestido color perla, con su delicada corona sobre sus hermosos rizos, con sus labios color de rosa mostrando una suave y tierna sonrisa, con su piel blanca como la espuma del mar que reventaba del otro lado del castillo.
Ahí estaba su princesa... inerte... en silencio... tendida debajo de él.
Y ahí estaba el sapo... inmóvil... con el corazón roto en pedazos... parado sobre el pecho de su amada...
Ya no habría beso, no habría vida de humilde príncipe, no habría más encuentros en el río, no habría ojos brillantes y sonrisas suaves.
El sapo lloró como jamás había llorado, la corte lloró con él, el rey lloró, el cielo y el mar lloraron también. Pero en el sapo una pregunta emergió ¿qué había sucedido? y a voz en pecho gritó: "Díganme, ¿qué le ha pasado a mi princesa?"
El rey con voz potente exclamó: "Llegaste tarde" "Ella me habló de ti, de cómo te había encontrado junto al río, de cómo escuchabas y platicabas con ella, y ella sabía que había encontrado el indicado"
- ¿Yo, el indicado? pero sólo soy un humilde sapo príncipe... pero sí, yo era el indicado, yo la amaba y hoy estaba decidido a decírselo...
- Pero, llegaste tarde y no pudiste salvarla -increpó el rey.
- ¿Salvarla? pero era ella quien me salvaría a mí. Me salvaría de esta vida de soledad y frialdad, esta vida húmeda y alejado del contacto con los seres humanos, me salvaría de vivir comiendo frutos y escurriéndome en los pantanos...
- Y tú la hubieras salvado de la muerte...
El sapo no entendía las palabras del rey... veía el dolor reflejado en su rostro, pero veía enojo también... ¿cómo él podría haberla salvado de la muerte? ¿de qué hablaba el rey?
La voz del rey retumbó de nuevo: "Tú eras lo único que necesitaba para seguir viva... el ogro la había atendido y el ingrediente faltante en la pócima que todo lo cura era un sapo diminuto y pesado... un sapo justo como tú. Ella te había visto y estaba emocionada pues su vida se salvaría... Pero el ogro llegó tarde ayer que por estar esperando a un amigo que no regresaba a casa... y cuando finalmente arribó no había logrado atrapar uno ¿cómo no te vio?..."
(Continúa abajo...)
...
El llanto ahogó las palabras del rey, el sapo finalmente se movió, besó tímidamente en los labios a la princesa, descendió y lentamente desapareció...
¿Valía la pena seguir vivo sin ella? ¿valía la pena que el ogro no lo hubiera capturado y matado para la pócima que hubiera salvado a su princesa?
Él no la había salvado, y ella tampoco a él...
FIN
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