El Escritor y Su Musa.



Si Platón viviera en la actualidad, cambiaría sus definiciones.
Carlos Zaldívar

Seis de la mañana y el despertador no había sonado. A Mauricio se le había olvidado ponerlo la noche anterior. Trabajaba como capturista en una oficina de gobierno, de esas en las que antes de atenderte, primero desayunaba su tamal, el atole y leía “el financiero”.
A las ocho de la mañana debía estar ya sentado en su lugar, capturando las fichas de pago de los contribuyentes, pero eso sí, llegaba unos quince minutos antes para ver su perfil en la “red social”, y a veces era mucho tiempo; apenas tenía 11 amistades y no tenía mucho que leer.
Otras veces se tardaba, porque a Mau, le encantaba escribir, aunque fueran puras “pendejadas”… pero le fascinaba, e igualmente, casi no lo leían.

Empezaba el invierno, y el sol se iba a dormir más temprano. El nacimiento de la noche comenzaba.
Vivía solo por el sur de la ciudad y su trabajo quedaba al otro extremo de la misma. Invertía el tiempo en el transporte para leer, leer y releer a los clásicos.
Sabía que al llegar a su rutina, guardaría los libros, ingresaba a su red social, leía incoherencias, se embutía su desayuno y a las ocho de la mañana estaba atendiendo a los contribuyentes.

La tecnología alcanzó a Mau y finalmente, con su primer aguinaldo, logró comprarse un teléfono móvil con acceso a la Internet, y más feliz… porque tenía acceso a su red social.
Parte de la rutina era leer, escribir, leer y escribir y leer…

Pasaba el tiempo como si la rutina fuera parte de su reloj. Tic – tac y todo seguía igual.
Y llegaba la primavera y nada cambiaba la rutina de Mau, exceptuando las decenas de post que escribía en su perfil de la red social y que apenas a una o a dos personas “les gustaba”. Ni más, ni menos.
Cierto día, por la mañana al encender la computadora, leyó el mensaje “hola”.
Curioso, porque todo el día se la pasó pensando en ese saludo, porque el remitente era “anónimo”, o por lo menos eso era lo que leía.
¿Se podrá dar de alta alguien como “anónimo”?
Al día siguiente, animado y con un sentimiento de asombro, llegó mucho antes al trabajo, el reloj apenas marcaría las siete con treinta minutos.
Encendió la computadora.
Segundos más tarde leía: “Me gustó tu comentario. Anónimo”.
- ¡Caray! – expresó. ¿Y si no fuera anónimo y fuera anónima? Así que ¡presto! Y a escribir más. Esta ocasión plasmó sus ideas de una manera interrogativa: ¿Quién eres? ¿En dónde estás? ¿Cómo sabes de mí?
Al final del día, apagó la computadora, y no hubo respuesta.
Esta sensación de querer saber quién es anónimo o anónima lo estaba desequilibrando mentalmente, pero al mismo tiempo sentía ganas de escribir más.

El siguiente mensaje fue a los dos días, con una pequeña historia de anónimo, sobre Mau. El fondo de la misma era sobre la búsqueda de algo perdido, en una jungla y la metáfora era sobre el amor ¿platónico de Mau.
¿Había sido coincidencia? ¿Cómo carajos sabría anónimo del amor platónico de él?
Fue como una puñalada directa al alma.
Pasó una semana. El buen Mau seguía metido en su rutina, bueno, iniciándola media hora antes de lo normal, para escribir y volver a escribir.
El destinatario ahora era ese perfil bajo el nombre de anónimo.
Seguía estupefacto, pero, ¿Acaso no sería una casualidad? Y seguramente, lo estaba tomando como una causalidad. ¡Era imposible saberlo!
Durante más de una semana seguía pensando, y el meollo de la situación es que quedó enganchado con ese perfil en la Internet. Pensaba exactamente como en su época en la secundaria.

En aquella época, si hoy lo era, antes era mucho más tímido e introvertido; de hecho cuando su mejor amigo supo que tenía un amor platónico en ese grado… fue hasta la universidad.
Fue reservado con todos, tanto que difícilmente mostraba sus emociones. Es más, de hecho en esa etapa académica en que “todos los alumnos son ñoños”, no había tecnología como en la actualidad; caso contrario, se le hubiera quitado lo tímido.
Todas las mañanas llegaba temprano al salón de clases, no para tomarlas, sino para ver llegar a su personaje favorito, a su dama amada y a su musa para estudiar.
Así la consideraba. No había tareas o exámenes en que inconscientemente se viera inmiscuida en la vida de Mau, y que fuera su inspiración durante dos años y obtuviera excelentes calificaciones.
De hecho, ese amor platónico no estaba en la lista de su grupo, era un poco menor que él, pero la había visto muy seguido, y es que a raíz de ese sentimiento propio y oculto supo que la casa de ella era aledaña a la suya.
Todas las mañanas después de levantarse se asomaba por la ventana, y a unas pocas cuadras, muy a lo lejos se podía observar su casa, de tres niveles, con la luz de una recámara pequeña encendida. Él sabía que se estaba levantando.
Llegando a la escuela, rodeaba la entrada principal por el lado derecho para poder pasar por los salones del grado anterior al de él, y volver a verla.
Sabía que algún día tenía que saludarla o por lo menos lograr que ella lo viera.
Pero ese día no llegaba.
Por las tardes, Mauricio salía en la bicicleta a pasear, no sin antes pasar por esa casa y de regreso… la misma ruta.
Soñaba, y soñaba mucho, pero más que nada, soñaba con ser escritor y poder dedicar su vida a ese amor platónico mediante miles y miles de palabras halagadoras.
Ese día tampoco llegaba.
Era como una rutina diferente cada día, escuela, casa, escuela y muchos sueños.
Había quedado enganchado con esa niña de cabello largo, hermosa o no, pero para él SÍ, delgada y un rostro de tanta ternura que hasta se imaginaba tocándola con exagerado cuidado.
Pantalón largo escolar y blusa holgada. La mirada salía de unos ojos bellísimos y profundos donde se veía la claridad del mar durante el día y el bosque caluroso y verde durante antes del anochecer. Todas esas descripciones las traía en mente cada día de esa etapa, junto a su mochila y el balón de fútbol.
Escuchaba mucho al grupo Foreigner y sus baladas románticas, de las cuales hoy rara vez las escuchaba en esos LP’s.
Todos los días de los dos últimos grados de secundaria se fueron así, y al final, logró graduarse con honores e ingresar a la preparatoria… con el mismo recuerdo.
No volvió a verla, ni en la universidad. Pero en ésta logró tomar un curso de “Análisis Literarios”, el cual abortó a los seis meses, pues de hecho las reglas y la teoría nunca se llevaron con Mau. Él quería escribir sin ton ni son, y escribirle a ella… a ese recuerdo.
Deseaba hacerlo constantemente y sin parar… siempre escribir diferente, contando viejas anécdotas y nuevos episodios de su vida, como si ella fuera su mejor amiga, su confidente.
Cada vez que la recordaba, de la misma manera, cerraba los ojos por unos cinco segundos y lentamente sentía que una lágrima resbalaba por su mejilla derecha…
Ni una palabra salía de su boca, tan sólo un suspiro.

¡Ring! Seis de la mañana en punto y el despertador levantó a Mauricio de un sueño delicioso y exquisito y maldiciendo al aparato porque un pudo ver el final. Pero se propuso escribirlo en cuanto llegara al trabajo.
Así que se apuró un poco más de lo normal y en la oficina estaba registrándose en punto de las siete horas con diez minutos.
Apresuró el paso, llegó a su computadora, la encendió y ¡Madres! Ahí estaba un “post” de “anónima”. De hecho ya había deducido que era femenino el personaje de ese perfil y por la manera de escribir.
Estaba totalmente enganchado, que no podía parar de leer y de escribir.
La rutina era diferente cada día, no porque leyera ni escribiera todos los días, pero hacerlo y leer y escribir cosas diferentes, hacía que no existiera rutina.
Mau estaba absorto en la computadora por mucho tiempo, y en la hora del almuerzo, la comida y la merienda, estaba de igual manera inmerso en el móvil.
¿Cómo pudo engancharse con alguien a quien no conoce? Raro, extraño pero esta es la historia de Mauricio.
Ha pasado mucho tiempo, y aquella experiencia nunca la olvida, porque en ocasiones seguidas sigue pensando en ella, en la misma mirada y al mismo tiempo lo plasma en lo que escribe.
¿Qué habrá sido de ella? ¿En qué lugar vive? Sólo los recuerdos son bellos y ahí, en el corazón… perdurarán.
Al anochecer se despedía de “anónima” con un simple post: “hasta mañana.”
Este tipo de “conversaciones” hacía que se enganchara más con la computadora, no era una persona real, es más… posiblemente ni ficticia; a veces pensaba que era el inconsciente y que el mismo sistema operativo de la computadora se auto programaba con algún tipo de algoritmo para interactuar con el usuario.
Mau no sabía mucho de tecnología, de lo contrario hubiera ya dejado el puesto de capturista y tendría a su cargo todo el departamento de sistemas.
Pero, si lo fuera, ¿Tendría el tiempo para estar inmerso en la computadora para leer y escribir?

Ya vivía todos los días emocionados, sentía el ímpetu ansioso para llegar a la computadora y “leerla” y al mismo tiempo el deseo de “escribirle”.
Pero, ¿A quién? ¿A la computadora?
Sólo con este hecho, siempre se figuraba una tele transportación a su época de escolapio de secundaria. Fingía en que la computadora era “ella”… esa belleza que aún conservaba en su corazón y que hoy por los hechos de la lectura y escritura seguía viva.

¡Puta Madre! ¡Qué emoción! Poder leer a alguien y escribirle, el mismo sentimiento encontrado en dos polos opuestos.

Al lunes siguiente, encendió la computadora y leyó: “Me gustaría conocerte”.
Mentalmente quedó atrapado en un hoyo negro sin fondo y perdido durante años luz, y apenas volvió a abrir los ojos y el segundero del reloj de su pared casi no se movió.
Pareció una eternidad.
- ¿Qué respondo? – pensó. Y por algunos minutos sintió que muchas miradas estaban sobre él. Sus compañeros casi no convivían entre ellos, pues estaban todos en las computadoras trabajando como ratones de biblioteca, pero “el gran salto” que dio Mau de la silla, llamó la atención de todos.
Al día siguiente, martes, encendió la computadora. Leyó “el próximo fin de semana…”
Ya casi no dormía, vivía con ese sentimiento del placer de llegar, leer y escribir.
¿Es acaso la computadora un amor platónico? Me encantaría poder conversar con el mismo Platón y escuchar su respuesta, o por lo menos… leerla en algún post.

Pasaron muchos días sin leer. Sólo escribía con ansiedad, haciendo preguntas y no obteniendo respuestas. Habían pasado más de 11 días.
Se sentía triste, aunque pensaba que el amor platónico de la computadora fuera real o no… no era importante.
Lo único valioso es que por primera vez supo que aún tenía la cualidad de poder amar y querer a alguien, aunque no la conociera o no existiera, pero ahí estaba: en su corazón.

Aún la pensaba.
Era ya su musa.

Y el lunes de la siguiente semana, llegó a la oficina.
Encendió la computadora.
Y leyó.

4 comments:

Carlos Zaldivar said...

¿El Final?
Aún no lo sé.

Lupita Aguilar said...

¿Por qué eres así? Me dejaste intrigada, ¡quiero saber qué pasó!
¡¡¡excelente!!!

bren said...

es una historia que no necesita final, o sí? ya está dicho... "leyó" ¿qué podría ser mejor?

Anonymous said...

Quiero leer el final... Excelentes escritos! Felicictaciones! Like it!
Atte: Daniel S. Inst. Sucre