Iron Maiden. The Final Frontier Tour 2011.

La historia de una banda que tenía el extraño don de contar historias de manera estruendosa
Iron Maiden. The Final Frontier Tour 2011.
Foro Sol, 18 de Marzo, Ciudad de México.
Por Alejandro Corral



“La controversia real llegó cuando los grupos y activistas cristianos (todavía
Amedrentados por el episodio del murciélago decapitado por Ozzy y el
Sospechoso título del álbum), catalogaron al grupo como satánico…
…Cierto que la portada del disco y las citas bíblicas no ayudaban a la causa,
Pero al margen de todos los escándalos, ni ellos mismos sabían en ese entonces,
Que habían creado uno de los mejores álbumes de Heavy Metal de todos los tiempos”
Alexander Milas, Colaborador de la revista especializada Kerrang!
Cita tomada del libro: 1001 Albums you must hear before you die
Pag. 500. The number of the beast
Editorial Universe, 2010


Otro escritor especializado, colaborador de las revistas Rolling Stone, Guitar World y Revolver, así como del diario The New York Times, J.D. Considine, afirma de manera categórica: “Parece poco probable que este Maiden clásico llegue a alcanzar la gloria de finales de los 80’s, aún con la reedición reciente de todo su catálogo […], más bien serán una sólida opción de entretenimiento dentro del circuito de la nostalgia” (Tomada de The New Rolling Stone Album Guide, 2008). El señor Considine, tal vez como muchos otros “expertos” dentro del negocio de la música, nunca adelantaron un hecho: The Final Frontier, el nuevo material de la banda británica, llegó a colocarse en el número uno en 30 (si treinta) países de los cinco continentes, incluido México. En otras diez naciones llegó a los primeros seis lugares, incluyendo Estados Unidos donde alcanzó el número cuatro, posición más alta en la historia de cualquier disco de la agrupación (exceptuando las entregas en vivo, que en USA alcanzan el número 1 y 2 en varios casos). Esto lo convierte en su álbum más exitoso, en cuanto a posiciones en las listas de popularidad. ¿Nostalgia? No lo creo, esta banda va mucho más allá de eso. Si bien han hecho giras (como la pasada “Somewhere back in time tour”) donde rescatan temas del pasado para deleite de miles de seguidores, si revisamos con cuidado la última década nos daremos cuenta de la dirección de este nuevo Maiden, reinventado; pero empecemos por el principio.
La historia nos remonta a 1975 cuando Steve Harris bautizó a su grupo como tal, Iron Maiden. El nombre lo tomó de una adaptación cinematográfica a la novela de Alexandre Dumas, El hombre de la máscara de hierro. Durante cinco años la alineación integró a varios intrascendentes personajes, a excepción de Dave Murray, que en 1976 se unió como guitarrista. El despegue definitivo se dio en 1980, cuando se editó su ópera prima, alcanzando el número 4 en Gran Bretaña. El destino quiso que coincidiera con lanzamientos de otras agrupaciones que juntos abanderaron el “New Wave of British Heavy Metal Movement” o NWOBHM, por su siglas en inglés. Comenzó así la primera etapa de la banda, con Paul Di’Anno en la voz y Adrian Smith se unía también como segundo guitarrista. Para la segunda entrega (Killers, 1981) se asociaron con un personaje definitivo en la evolución de la propuesta, Martin Birch, quien produjo y mezcló el álbum, notándose de inmediato su influencia y estilo. No por nada, Birch ya había producido a Deep Purple, Rainbow y Black Sabbath con Dio. Esa asociación sería muy importante en el siguiente álbum, el majestuoso The number of the beast (1982).
Hay discos que marcan épocas, éste de Maiden es uno de los más importantes en el desarrollo del rock pesado. Bruce Dickinson, un joven cantante metalero hacía su debut con el grupo y el perfeccionista Birch le arrancó hasta el último aliento. Las guitarras, por primera vez, se escuchan con una sincronía rayando en la perfección y Steve Harris lleva al límite de la locura la parte rítmica, arrastrando a un inexperto Clive Burr en la batería, sustituido por el harto talentoso Nico McBrain para el disco siguiente. Llegaba así la segunda etapa, la ahora llamada clásica, la de la consolidación. No es raro escuchar decir que grupos actuales citen a Maiden y The number of the beast como una de sus grandes influencias. El quinteto, bajo el ala de Birch, permaneció inmutable para Piece of Mind (1983), Powerslave (1984) y Somewhere in time (1986). Para 1988 con Seventh son of a seventh son, se dio un cambio con la incorporación de un teclista, como miembro no oficial (aunque lleva desde entonces haciendo estas labores para con el grupo), Michael Kenney. Los experimentos llevaron a la banda a explorar sonidos para ellos desconocidos, sin embargo, lograron un balance perfecto entre las habituales guitarras frenéticas y las pausas en la melodía. Ya no todo era potencia y velocidad. Muchos hablan de este disco como su segunda obra maestra, situación en la que concuerdo. Aunque los temas no se hayan popularizado tanto, el material fue tan convincente como para hacerlo número 1 en el chart británico. Con No prayer for the dying (1990) vino un cambio que rompió la armonía: Adrian Smith deja la banda y su lugar lo ocupa un guitarrista bien establecido, Janick Gers, quien había trabajado con Ian Gillan en sus trabajos en solitario. La falta de entendimiento con el nuevo integrante se notó de inmediato y me atrevo a decir que este álbum es el más anodino en el catálogo de la banda, sin embargo solo era cuestión de tiempo para que la magia resurgiera y en 1992 con Fear of the dark, la sincronización alcanzó niveles de maestría. Los que fuimos testigos de la primera incursión en tierras mexicanas el 1 y 2 de Octubre de ese año en El Palacio de los Deportes, como parte de la gira de promoción, estaremos de acuerdo en la majestuosidad del evento. Por desgracia, este fue el fin de una época, la segunda y la marcan dos sucesos: la salida de Dickinson y el retiro de Martin Birch.
The X factor (1995) y Virtual XI (1998) marcan la tercera etapa, la más oscura, la más menospreciada, la menos redituable, a pesar de algunas genialidades. Blaze Bayley, un vocalista con gran presencia y voz potente, trató con todas su fuerzas sustituir a Dickinson y borrarlo de la memoria de los fans, pero nunca lo logró. En esas épocas eran comunes las anécdotas de vasos de cerveza (o algún líquido sospechoso) impactados contra la humanidad del cantante, escupitajos, dedos medios a todo lo alto, abucheos, señas obscenas y todo lo que pudiera molestar al susodicho. El resultado final fue el obvio y con más pena que gloria, Bayley dejó la banda. Recuerdo el concierto que cerró la gira The X Factor en el Palacio de los Deportes en Septiembre de 1996, donde los temas de ese disco sonaban bastante bien, despertando la ira de muchos fanáticos que maldijeron al esforzado cantante y a su progenitora. “Ponte a cantar las de Iron Maiden, vástago de madre de dudosa reputación” le gritaban con todas sus fuerzas y claro en términos más coloquiales.
Dickinson, después de probar en solitario con cinco álbumes (bastante interesantes por cierto), decidió reunirse con sus compañeros. También Adrian Smith lo hizo, pero en vez de sustituir a Gers, decidieron probar suerte con tres guitarristas y se trajeron a bordo a nuevo productor, Kevin Shirley, en cuyo currículo destacan trabajos con bandas como Aerosmith, Rush y Dream Theater. Todos grandes aciertos. Brave New World (2000) nos trajo este nuevo concepto, muy alejado de los años con Martin Birch. La estructura de las melodías, los sonidos de las guitarras y una explotación más incisiva del bajo, engalanadas con una tesitura más suave en la voz de Dickinson, daban muestra del nuevo rumbo que perseguían. Los constantes cambios de ritmo, las pausas mucho más acentuadas y los teclados, aunque muy matizados, con gran relevancia. Todo esto constituye el nuevo enfoque que los Maiden pretenden inyectar a su música. Dance of Death (2003) y A Matter of Life and Death (2006) complementan la trifecta de esta nueva fórmula con Shyrley, que se repite para la producción que da nombre esta nueva gira. En definitiva esta cuarta etapa es muy distante de las otras tres y ha probado ser un gran suceso, no solo en ventas, sino en las presentaciones en vivo, donde Iron Maiden sigue siendo un gran imán de taquilla. Lo interesante será escuchar los “viejos” temas con los “nuevos”. El contraste será a todas luces evidente.

La Crónica de la bestia

Woe to you O earth and sea, for the devil sends the beast
With wrath because he knows the time is short.
Let him who hath understanding reckon the number of the beast
For it is a human number/its number is six hundred and sixty six.

Pero ay de ustedes, tierra y mar porque el diablo ha descendido
hasta ustedes con todo su furor, sabiendo que le queda poco tiempo.
Para esto se precisa sutileza. El que tenga inteligencia calcule
la cifra de la Bestia, porque es una cifra humana: 666

Del libro del Apocalipsis. Capítulo 12, verso 12; capítulo 13 verso 18

En medio de un caótico y desesperante tráfico de viernes por la tarde/noche de fin de semana largo, por el asueto del natalicio de Benito Juárez; el Foro Sol, tan cerca del aeropuerto internacional de la Ciudad de México y tan lejos de miles de histéricos automovilistas, lucía una fascinante vendimia de artículos alusivos al grupo, destacando por supuesto a su famosa mascota Eddie, luciendo todas las caracterizaciones imaginables: desde las clásicas portadas ochenteras, pasando por clásicos del cine como Naranja Mecánica o Terminator, hasta una muy mexicana con tremendos bigotazos a lo Agallón Mafafas. Playeras de todos tamaños, chamarras, tazas, encendedores, paliacates, ceniceros, vasos, posters, conjuntos para bebés, tenis, bufandas, almohadas, todo lo que pudiera llevar el nombre del grupo o la momia en todas sus versiones. Surreal se veía cada puesto, kafkiana era la entrada a la impresionante estructura donde los cientos de policías y personal de seguridad revisaban, indiferentes, a los miles de seres extraños dándonos cita en ese lugar, antes autódromo, hoy estadio de béisbol. Los tiempos son otros, ahora es normal (y un gran negocio) asistir a este tipo de presentaciones sin ser molestados por las ultra conservadoras organizaciones de doble discurso y moral distraída que muchas veces son socios mayoritarios, beneficiarios directos de estas mega presentaciones. Las imágenes siguen impactando, a lo mejor escandalizando a algún distraído transeúnte o padre de familia quisquilloso, pero nada más. En medio de este mercado sacado de un cuento de Poe o de una película de Romero y sus muertos vivientes, el ánimo estaba en su punto para una velada inolvidable. Pero nada de lo anterior podía prepararnos para lo que seríamos testigos una vez que estos veteranos ingleses se adueñaran del espectáculo, en punto de las nueve de la noche.

Creo oportuno hacer un paréntesis. Si observamos la portada del nuevo material (y décimo quinto en la historia de la agrupación), notaremos a un Eddie mutante, una especie de Depredador moderno (refriéndonos a la exitosa saga de películas, por supuesto), queriendo rescatar algunas facciones, muy tenues, del dibujo clásico. Estamos en una escala evolutiva al final de la cadena. Incluso las calaveras humanoides, vistiendo trajes espaciales, muestran una dentadura atípica, inhumana. Del mismo modo la propuesta de Iron Maiden ha cambiado y es casi imposible reconocer al grupo del nuevo siglo, comparándolo con el de dos décadas anteriores. Tres guitarras en perfecta sincronía, una batería formidable y un bajo magistral, engalanan la voz potente y educada de un actor con gran dominio escénico. Este concierto no fue para los seguidores de la vieja guardia, aquellos ávidos de los clásicos éxitos; por el contrario, fue una presentación para atestiguar el nuevo rumbo que desde “Brave New World” han tomado y ha seguido un matiz muy similar a lo largo del nuevo siglo. Esa momia mutante espacial son ellos mismos, reinventados; esos humanoides somos nosotros; apenas nos hemos reconocido, pero con algunas nostalgias hemos llegado al punto de no perdernos en la frontera final. He aquí pues, la historia de esas dos extrañas horas.

Godsmack estuvo anunciado para abrir el evento, no lo hizo; Maligno, agrupación mexicana tuvo ese honor. No pude ver nada de ellos, esperando a mi gran compañero de aventuras y compinches, que al final llegaron para las últimas cinco canciones. “Pinche tráfico”, fue lo que exclamaron. No los esperé. Haciendo caso de una voz, casi como mi conciencia, me enfilé por la marabunta humana enfundada en playeras negras y me encaminé al lugar de honor, a la sección más cercana al escenario y tuve a tiro de piedra los integrantes de la dama de hierro (sobrenombre castellanizado, utilizado por algunos seguidores). Con una recepción pésima para teléfonos celulares y una bellísima luna en el firmamento, el concierto comenzó con un video futurista, algunas apariciones esporádicas, feroces y muy festejadas, del ser mutante; luego el rostro del vocalista interpretando las líneas de “Satellite 15” (The Final Frontier, 2010; FF de ahora en adelante), una nave espacial volando y tratando de entrar en la órbita de un planeta extraño. Cuando por fin lo consiguen, se abre una puerta y la escenografía se ilumina: estamos en la nave y aparecen los tripulantes.
“The Final Frontier” (FF) se escucha con toda su estridencia y un muy bien conservado Bruce Dickinson toma el control del escenario. Piloto certificado de aviones tipo Boeing, esgrimista galardonado, escritor y uno de los pocos tenores metaleros, este polifacético rockero, hace de cada tema una breve obra de teatro, donde da vida a un sin fin de personajes; gesticula, ríe, llora, grita, maldice. Dave Murray se posiciona como el guitarrista principal y a lo largo de 120 minutos monta un duelo a muerte con Adrian Smith y Janick Gers, en una conferencia tripartita de guitarras potentes, alucinantes y maravillosas. Steve Harris es el amo y maestro, dueño de una rítmica exquisita y de un dominio total de su instrumento. McBrain en la batería es lo más desperdiciado de la agrupación, sin embargo cumple de manera cabal su trabajo y cuando arriesga esas baterías a contratiempo, pareciera ponerse al nivel de euforia de sus compañeros. La sofisticación de la composición es fascinante y la historia tipo “Space Oddity” de David Bowie enmarca la pieza en un tono futurista casi imposible. El “Major Tom” de Bowie sabe que no volverá a casa, el personaje de esta fantasía aún guarda la esperanza de hacerlo y hace una introspección que dura unos diez minutos y se conecta de manera natural con “El Dorado” (FF), esa irónica crítica al consumismo brutal de estos días, a esas calles pavimentadas con oro macizo que nos venden cada día, a esos créditos carísimos que pagamos sin el menor reparo. El bajo de Harris es una delicia; en las guitarras, esa guerra sin cuartel llega a terrenos de batalla épica y el performance del vocalista alcanza tintes de tragedia griega. Solo recuerdo al recién fallecido Ronnie James Dio, con cualidades similares y ambos dieron a sus agrupaciones un toque personalísimo fascinante.
Llegó el momento de la pausa, del “good night México City, glad to be here again”. Un lleno hasta las banderillas, aunque seguía llegando gente, atorada en el tráfico y molesta, a decir de su semblante. 55,000 personas se dieron cita, según cifras oficiales, aunque se notaban algunos huecos en las tribunas. “2 Minutes to Midnight” (Powerslave, 1984) llegó como un bálsamo a los miles de seguidores de la vieja guardia, ávidos en deshacerse la garganta interpretando esto temas ya catalogados como clásicos. En contraste con los temas largos, este duró unos seis minutos y hace referencia al “reloj del Apocalipsis o del Juicio Final”, utilizado por el boletín de científicos nucleares en Chicago, desde 1947. La medianoche simboliza la destrucción de la humanidad y los dos minutos es lo más cercano que ha estado ese reloj de la fatal hora: Septiembre de 1953, cuando los Estados Unidos y la Ex-Unión Soviética lanzaban bombas nucleares de prueba, como cruel advertencia de su poderío bélico. En la actualidad ese reloj marca seis minutos antes de las doce y ha evolucionado de amenaza nuclear a advertencia por cambios climáticos y desastres naturales. Habría que ver si se ajusta unos minutos después del tsunami que azotó a Japón hace unos días.
“The Talisman” (FF) nos cuenta un nuevo relato, aunque recurrente en las fábulas “maidenescas”: el viajero intrépido, el navegante, el marino que en primera persona narra la tragedia de cuatro naves atrapadas en una tormenta. Comienza la aventura con una guitarra acústica, algunas nostalgias, de esas por la tierra que se deja, de los recuerdos atesorados; después viene el cambio de ritmo, la narración brutal del desastre, de los momentos de desesperación, de aferrarse a un talismán para mantenerse con vida. Los que no se ahogaron, fueron gravemente heridos, otros murieron a lo largo de 20 días sin alimento, sin agua potable. El final es esperanzador y llegan a tierra firme del otro lado del mundo aunque nunca se sabe si el héroe sobrevive, pues ya no tiene fuerzas para hacerlo. “Que hueva de rola”, exclamó un indiferente seguidor. Rompió con la atmósfera melancólica y con la estructura similar a una breve sinfonía. En lo particular fue lo mejor de la noche, reafirmando eso de que los británicos están ya en otro rollo y los seguidores siguen aferrados en hacerlos tocar una y otra vez los primeros siete álbumes. Para molestia (supongo) del displicente, continuaron con otra rola del nuevo disco, “Coming Home”, precedida de unas palabras, explicando la concepción de la misma: una alegoría a las giras extensas, desgastantes y kilométricas (claro, muy redituable$$$) que los hacen alejarse de casa. . Incluso las letras se han hecho menos subversivas, más complejas y cuentan muchas veces historias personalísimas.
Cuando llegó el turno de “Dance of Death”, del disco homónimo de 2003, una gran manta alusiva hizo su aparición. El título hace referencia a las pinturas medievales donde se veía a la muerte (en su representación occidental) llevando de la mano a una serie de personajes, en una danza siniestra o macabra, como también se le conoce. En este caso, el personaje (al parecer en medio de una pesadilla) recrea esa escena, pero termina huyendo, sano y salvo. Ritmos celtas se combinan con guitarras psicodélicas, incluso Gers recrea algunos pasos de esa danza macabra, mientras el cantante gesticula y se contorsiona ante la mirada perpleja de un público eufórico. Luego otra manta, la caracterización de Eddie que más agrado personal tiene: en traje de militar rasgado por el calor de la batalla y sosteniendo una raída bandera británica en una mano y una espada ensangrentada en la otra; un lágrima de sangre asoma por sus ojos y una mueca de dolor, terror y angustia se combina al ritmo de “The Trooper” (Piece of Mind, 1983). Otra gran ovación, aunque duró escasos cuatro minutos. El vocalista camufló la vestimenta castrense y ondeó un lábaro similar al de la imagen. Llegó el turno de dos temas de Brave New World (2000), “The Wickerman”, lo más flojo de la velada y el emotivo “Blood Brothers” dedicado a los miles de seguidores sufriendo las consecuencias de desastres naturales y humanos. Estos hermanos de sangre fueron específicamente los habitantes nipones abatidos por el tsunami (Iron Maiden tuvo que cancelar dos conciertos en Tokio por este motivo); los australianos, sacudidos por un terremoto y los libios, en medio de otra guerra “justa” para democratizar a punta de pistola a los “atrasados” africanos. A ellos dedicaron voz, garganta e interpretación.
Con “When the Wild Wind Blows” (FF) se resume en una melodía el nuevo concepto de la banda. Si bien siguen siendo recurrentes y hasta obsesivos en sus temas, como el fin del mundo, en este caso, lo hacen desde una perspectiva distinta: una construcción rítmica suave, un bajo incisivo y constante, unos cambios de ritmo muy marcados y más de diez minutos de construcción melódica elaboradísima. Cada guitarra toma su liderazgo en alguna parte de la melodía y parece platicar con las otras dos, mientras Dickinson habla de los pormenores del fin de la humanidad, con una nueva manta de una ciudad devastada de fondo. Otra vez dejan testimonio del nuevo rumbo para descontento de muchos insurrectos. Siguiendo ese orden de ideas, rescataron “The Evil that Men Do” (Seventh Son of a Seventh Son, 1988), que a diferencia de las otras dos ochenteras, si pudo escucharse a tono con las del presente siglo. Para Fear of the Dark, del disco homónimo de 1992, la temperatura había subido, junto con los gritos, las ovaciones. Este tema es de los que me gusta escuchar en vivo, por el enorme coro colectivo, por la participación de las 55,000 gargantas, por la noche escalofriante y los demonios nocturnos, envueltos en un relato tan antiguo como la misma humanidad: el miedo a la oscuridad, a lo desconocido, a los ruidos que escuchamos y nos aterran; a las criaturas que nos acechan en nuestros sueños, en nuestra mentes; a las brujas aterradoras en sus escobas voladoras; el miedo a la oscuridad. Para cerrar llegó un tema que se escuchó tan anacrónico, que pareciera pertenecer a otra banda, “Iron Maiden” (álbum y banda homónima, 1980) y que describe la sutil invitación a conocer este aparato de tortura con todas las consecuencias que conlleva, incluyendo la muerte misma. Un poco más de 90 minutos habían pasado y el rito del falso adiós se repitió una vez más. Apareció una nueva escenografía de fondo, luciendo ahora un tremendo “close up” del ser mutante, justo cuando las palabras en inglés al inicio de esta crónica se escucharon en la voz de quien siempre pensé era el actor Vincent Price, pero en una entrevista reciente pude confirmar que no fue él, sino un locutor de radio inglés, especialista en narrar historias de terror, el responsable de tan aterradora introducción al tema “The Number of the Beast” (también disco del mismo nombre, 1982) o la pesadilla con el mismo chamuco como protagonista. Obvio es decir, que fue el tema más aplaudido de la velada y también el más coreado, para continuar con otra magnífica pieza del mismo álbum, “Hallowed be thy name” donde un preso, a punto de ir al patíbulo hace las últimas reflexiones sobre su existencia. . Ya como cerrojazo y cuando esperábamos la clásica “Run to the Hills”, a los ingleses se les ocurrió mejor rescatar “Running Free” del Iron Maiden, 1980, que de igual manera se escuchó fuera de lugar, fuera de tiempo, fuera de ritmo inclusive. Sirvió para presentar a los integrantes, para dar las gracias y para prometer que volverían; a la fecha, siempre lo han cumplido.
Una apoteosis sería el resumen de esas dos horas, tomando este significado: “Manifestación de gran entusiasmo en algún momento de una celebración o acto colectivo”. Eso fue, de manera exacta, lo experimentado durante 120 minutos. Iron Maiden, la dama de hierro, la banda con el extraño don de contar historias estridentes, sigue más vigente que nunca. La nostalgia cuenta: yo nostalgio, tu nostalgias, ellos nostalgian y cómo me revientan los que no nostalgian, ellos nos entienden. Pero además de esta nostalgia, está el nuevo Eddie mutante, reinventado, reconstruido. Ese nuevo ser también tiene cabida en un futuro inmediato. Veamos que nuevas sorpresas nos tiene.

1 comment:

Carlos Zaldivar said...

efectivamente tus palabras son sabias
así ha sido la vida de Iron Maiden
Larga Vida !

para mi su obra maestra: THE NUMBER OF THE BEAST!
y en su segunda obra maestra, difiero de ti:
para mi sería FEAR OF THE DARK

y vale madres, ahora con tus palabras en la
crónica del concierto, me da más envidia

estuve a punto de ir, me prometieron el backstage
con una amiga de Laureen Harris, que conozco
pero como mujer, y siempre voluble, apenas
una semana antes del concierto, cambió
de opinión y me quedé como el perro de las
dos tortas

del nuevo disco, la mejor rola es TALISMAN
pero las otras también son muy buenas

¿Vieja o Nueva alineación?
me inclino por la vieja, la clásica

saludos