Todo va a estar bien, solo sigan consumiendo
Roger Waters. The Wall Live 2010
Palacio de los Deportes, 18 de Diciembre. Ciudad de México.
Por Alejandro Corral
“…Él me puso una cinta con el nuevo disco en que estaba trabajando.
Había algunos grandes músicos en el álbum y, debido a que disfrutaba
mucho de la compañía de Roger, acabé acompañándolo al estudio
y trabajando en su disco. Nos la pasamos muy bien y, en un momento
dado, le dije bromeando: Deberías llevar eso de gira. Entonces
me preguntó si me iría con él y , puesto que se trataba de la excusa
perfecta para escapar de los problemas que tenía en casa, le dije que si”
Eric Clapton, tomado de su autobiografía
Hablando de “The Pros and Cons of Hitch Hiking”
A Christian y Manuel. Sin su invitación, este escrito no existiría
Harto conocida es la historia de Waters entre 1967 y 1983, como miembro de la legendaria banda Pink Floyd (aunque de manera oficial su salida fue hasta 1985). Entre esos años se editaron 12 álbumes de estudio, uno en vivo y 5 compilatorios que influenciaron de manera definitiva a toda una generación de músicos y adolescentes rebeldes, para horror de las clases más conservadoras inglesas. Sin embargo, después de 1983, Roger, es recordado más por sus pleitos legales con los ahora ex-miembros de la banda, que por su trabajo de solista. La espectacular lucha de egos entre Waters, Gilmour y Mason fue de proporciones épicas por los derechos de explotación de la discografía, nombre del grupo e incluso imágenes creadas durante esos 16 años de convivencia. Los medios, e incluso los seguidores, satanizaron a Waters y de alguna manera vieron con agrado los dos esfuerzos posteriores, lanzados al mercado bajo el nombre en disputa (“A Momentary Lapse of Reason” [1987] y “The Division Bell” [1994]). Cierto es que ambas propuestas alcanzaban algunos momentos interesantes en lo musical y daban testimonio de la extraordinaria manufactura alcanzada por el trío Gilmour/Mason/Wright, sin embargo lo más cercano a un verdadero concepto pinkfloydiano lo logró de manera absoluta Roger Waters ante una indiferencia casi total de los medios, industria y público en general.
En 1984, el soberbio “The Pros and Cons of Hitch Hiking” apenas llegó al número 13 en el chart británico y un 31 en el de Estados Unidos, a pesar de contar con músicos de la talla de David Sanborn (saxofón) y del legendario Eric Clapton en las guitarras. La gira fue un fracaso (a pesar de que el mismo Clapton era parte de la banda de apoyo) y muchos promotores esperaban un nuevo disco de Pink Floyd, no uno de Roger Waters. Un verdadero álbum conceptual que seguía la línea alcanzada por “The Wall”, es ahora poco recordado. Para 1987 “Radio K.A.O.S.”, tal vez lo mejor de sus años en solitario, tuvo peor suerte y casi cuesta la quiebra al artista, en contraposición del álbum lanzado por sus ex-compañeros ese mismo año, vendiendo millones de copias.
Un ligero resurgimiento lo toma por sorpresa en 1990 donde monta un gran espectáculo antes unas 250,000 personas para conmemorar la caída del muro de Berlín y juntar toda una pléyade de músicos, heterogéneos en estilo, capturado en el álbum doble “The Wall Live in Berlin”. Para 1992 alcanza su punto más alto en lo comercial con el interesante “Amused to Death”, donde la mayoría de las guitarras fueron hechas por el maestro Jeff Beck y entre los colaboradores encontramos a varios miembros de Toto, como Jeff Porcaro y Steve Lukather. Un momento brillante se logra en la pieza “Perfect Sense” donde la bella P.P. Arnold alcanza una soberbia catarsis al interpretar las líneas donde un mono evoluciona hasta hacerse comandante del un submarino nuclear. El disco, también doble, “In The Flesh” (2000) recrea la gira de promoción, acompañada de algunos éxitos logrados en los años de Pink Floyd, incluyendo las únicas interpretaciones en vivo registradas (por miembro alguno del grupo) de temas del álbum “The Final Cut” (1983).
Estos tres discos de estudio vienen a ser el legado de un artista preocupado no solo en las formas musicales, sino en las posturas, en lo visual y en lo artístico, sin que esto signifique que lo primero se vea rebasado por algo de lo segundo, por el contrario, en lo estrictamente musical, Waters demuestra que es capaz de lograr pasajes de belleza inusual, así como las paranoias más extremas, pasando por todos los estados de ánimo imaginables. Todavía podemos irnos más allá del rock y escuchar su composición última, de corte clásico, en la ópera “Ca Ira” y preguntarnos, ¿es Pink Floyd Roger Waters? O ¿Roger Waters es Pink Floyd? A estas alturas esto tal vez sea irrelevante, pero hace unos años la moneda estuvo otra vez en el aire cuando nos trajo “The Dark Side of the Moon Live” y nos regaló una de las noches más memorables en tierras mexicanas. Ahora con “The Wall Live” promete superarlo. Veremos si lo logra.
The Wall
Es necesario hablar de la obra en cuestión para entenderla. Según testimonios de Waters/Gilmour/Mason/Wright había dos propuestas al momento de concebir el álbum, la primera es la que conocemos como tal y la segunda evolucionó hasta convertirse en “The Pros and Cons of Hitch Hiking” (tal vez de ahí algunas similitudes entre ambas).
La primera explora el relato personalísimo del bajista, exagerado a base de una serie de alucinaciones contando la historia de “Pink” (interpretado de manera magistral por Bob Geldof en la película de Alan Parker). En palabras del mismo Gilmour, este proyecto fue pensado desde su inicio para ser una trilogía narrativa temática, es decir, un álbum, una película y un espectáculo en vivo. La columna vertebral sería, por obvias razones, el disco doble, de donde partiría la historia inicial, o en otras palabras, todo se iniciaría con la música. Luego entonces, es imposible separar una parte de las otras, todas deben verse como un conjunto. El clímax debe ser el espectáculo en vivo donde conviven las tres partes como una unidad.
Esta producción (el álbum) significó un parte aguas en la historia de la banda. Al terminar la grabación, Richard Wright se separa del grupo y aunque se reincorpora para la ambiciosa gira de promoción lo hace como músico asalariado, no como parte de la agrupación. Gilmour tuvo un rompimiento irreversible con Waters por la casi nula participación en el diseño y estructuración del proyecto. Esto se acentuó de manera más evidente para el álbum “the final cut” donde el guitarrista no tuvo participación alguna como compositor y solo se escucha su voz en un solo tema. Para colmo, este disco se presenta como una idea original de Roger Waters y dedicada su padre. Este esfuerzo, significó el último de la banda y estaba destinado a servir como “soundtrack” de la película “The Wall”, sin embargo, con la guerra de las Malvinas en marcha, el concepto se cambió de manera radical y solo algunas canciones fueron usadas para la cinta.
Volviendo a 1980, con el álbum doble en el mercado y la película en pláticas avanzadas, se trabajó en la puesta en escena del concepto. Desde un inicio se habló con Gerald Scarfe para animar gran parte de la historia. Él mismo cuenta la enorme dificultad de aterrizar ideas y plasmarlas en dibujos. Reunió un equipo creativo y cual sería su decepción al revisar los bosquejos, enterándose que muchos personajes y animaciones estaban hechos a la manera de Disney, empresa que prácticamente monopolizaba la creación de dibujos animados para cine. Scarfe tuvo entonces que utilizar todo su ingenio para llegar a secuencias tan siniestras y majestuosas como las flores en un rito de amor mortal, las águilas convirtiéndose en aviones de guerra, los martillos marchando de manera ordenada, parodiando al ejército nazi y la extraordinaria secuencia del juicio, con jueces gusanos y mujeres ponzoñosas. Todas esas ideas fueron incluidas por Alan Parker en la cinta.
La gira, debido a lo ambicioso y oneroso del proyecto, solo pudo llevarse a cuatro ciudades: Los Ángeles, Nueva York, Londres y Dortmund (Alemania), entre Febrero de 1980 y Junio de 1981. Treinta y un conciertos, fue todo lo que el mundo pudo presenciar. Según evidencias videográficas, algunas publicaciones en diarios y sobre todo gracias a la edición conmemorativa de veinte aniversario, llevada al mercado con el nombre de Is There Anybody Out There? The Wall Live 1980–81, toda la parafernalia, títeres gigantescos, pantallas e imágenes en las bardas eran parte del show. Waters intenta, ahora con esta gira, aprovechar al máximo la tecnología existente para al fin presentar lo que tenía en mente en esos días.
Finalmente, la película, estrenada en 1982 y presentada en festivales tan selectos como Cannes, no tiene la concepción inicial de la que habla Gilmour al principio de esta sección. Según el mismo Parker, él no fue la primera opción para dirigir la cinta y se pensó en el animador Scarfe para hacerlo. Waters sería el protagonista y de hecho se haría un “soundtrack” nuevo e independiente (todo lo platicado de “the final cut”). Al final, Parker, un fanático irredento del grupo, fue persuadido por la disquera EMI para tomar el proyecto, trabajó con Scarfe para el uso de las animaciones y fue el que convenció a Bob Geldof de aceptar el papel de Pink. La secuencia donde Geldof se rasura las cejas, pezones y pecho, está inspirada en un evento similar realizado por Syd Barrett años antes y referido por Waters al actor. De hecho se cuenta, que Geldof llegó a conocer a Barrett antes de entrar a los estudios de filmación y se inspiró en él para sacar adelante su personaje. Durante la premier en Cannes, Parker cuenta que Steven Spielberg estaba a cinco filas de él y le escuchó decir, al terminar la presentación:
“What the fuck was that? (¿Que chingados fue eso?)” A lo que el director de “Fama” y “Las Cenizas de Ángela” respondió en una entrevista posterior, refiriéndose a esa anécdota: ¿Que chingados fue eso? Es algo que nunca se había visto, una rara y confusa fusión de secuencias en vivo, animaciones y cargas surrealistas>
Por primera vez veremos la real integración de estos tres elementos: álbum, película y presentación en vivo. Estaremos haciendo historia.
La Crónica
¿Cómo comenzar a contar una de las mejores experiencias musicales en la vida de un mortal? Tomando prestado al cubano Silvio Rodríguez: ¿Qué debiera decir? ¿Qué fronteras debo respetar? Tanto por contar y pocas palabras para expresarlo. Bastaría con resumirlo en una: inolvidable. Pero tratemos de hacer un ejercicio de la memoria, una reconstrucción de hechos aislados, tratando de juntar las piezas y hacer un todo; juntar cada ladrillo, construir esa pared y hacerla pedazos.
El palacio de los deportes, con su viejo y opaco domo de cobre recibiría a unas 18,000 personas en medio del tradicional mercado de mercancías legales e ilegales alusivas al solista y al grupo que lo vio nacer. Precios de reventa exorbitantes, sobrepasando en algunos casos la barrera ideológica de los 5,000 pesos por boleto, decenas de revendedores y la grata compañía de dos amigos con sus respectivas familias. La cita estaba anunciada a las 21:00 horas y justo a esa hora comenzó el espectáculo, pero no con el tradicional formato de apagar las luces y recibir al grupo o artista en cuestión. Lo primero fue escuchar en el sonido ambiental distintas voces: Bob Dylan interpretando “Like a Rolling Stone” y “Masters of War”, John Lennon con “Imagine” y “Mother”, Los Beatles con “Let it Be”, entre otras. El escenario lucía espectacular con un muro a medio construir, instrumentos musicales por doquier y una gran pantalla circular al fondo. Un vagabundo comenzó a recorrer la parte baja del recinto, con un carrito de supermercado y un gran letrero en castellano: “NECESITO DINERO PARA TRAGOS Y PUTAS”. Se acercaba a la gente, le tomaban fotos, sonreía y tal vez pocos notaron que en su carrito llevaba un muñeco, réplica de pink caricaturizado. Recomendaciones de no tomar fotografías con flash, ignoradas por completo. Media hora de incertidumbre y el falso indigente terminó su éxodo arrojando el muñeco al escenario, al mundo, a la locura que desataba un simple hecho aislado. El sonido de una trompeta y sin más, se apagaron las luces y fortísimos se escucharon los primeros acordes de “in the flesh?” casi en sincronía con explosiones bien planeadas por todo el escenario y la media pared comenzó a reflejar imágenes. Cada ladrillo sería una pantalla individual. Una introducción extendida y cuando aparece Waters las ovaciones subieron de tono y emotividad. Vestido de negro, se dirigió al público muy sonriente; de un maniquí improvisado tomó unos lentes oscuros y una gabardina negra, en la manga derecha un brazalete con el símbolo de los tenebrosos martillos marchantes encontrados. Los músicos se instalaron en sus posiciones y unos pseudo soldados/seguidores/fascistas ondeaban unas negras banderas con el mismo símbolo de los martillos. Entonces, ¿qué piensas? ¿Asistirás al show? ¿A sentir esa cálida sensación de confusión? ¿Dime, estás escapando cariño, no es lo que esperabas ver? Así comenzó la paranoia y en el clímax de la interpretación, un avión a escala, réplica de un bombardero nazi, se desplazó de lo más alto del techo hacia el escenario y se estrelló en medio de los aplausos de la concurrencia. El soldado Eric Fletcher Waters ha muerto y el primer gran trauma del alter ego del bajista comenzaba la historia. Esa orfandad paterna sigue una línea muy delgada para “the thin ice” y se vuelve un grito de reclamo en “another brick in the wall (part I)”. Papá voló atravesando el océano, dejando solo un recuerdo, una instantánea en el álbum familiar; papi, ¿qué otra cosa has dejado para mi? Y esa foto se muestra, enorme, en la circular pantalla: blanco y negro, el padre de familia, atuendo militar, la madre sonriente, sosteniendo a sus dos hijos, Roger es apenas un bebé, sin saber que ese momento lo marcaría para siempre; hasta los genios deben tener sus ritos de iniciación, sus episodios de dolor profundo. Familias felices no hacen buenas historias, afirmaba Dostoievski, tampoco álbumes conceptuales de esa envergadura. El rostro del padre desaparecido en acción, con datos generales de su muerte, se convierte en un ladrillo en la pared, el primero, le siguen otros personajes, también caídos en acciones de guerra. La melodía concluye y la gran barda, al menos lo que está construido hasta ese momento, se llena de caras, nombres, detalles. Emiliano Zapata, Salvador Allende, Ghandi, son algunos de los tantos personajes recordados.
Los coros, con voces homogéneas, son responsabilidad de los hermanos Kip y Pat, así como de su primo Mark; los tres de apellido Lennon, como una feliz coincidencia. A ese trío se le conoce como Venice, cuando Mike, otro Lennon, se les une. También un tal Robbie Wycoff hace las voces que David Gilmour dejó grabadas para la posteridad y su guitarra, lo más extrañado de la noche, era plagiada por el talentoso Dave Kilminster, quien ya había demostrado sus habilidades en la gira de “The Dark Side of The Moon” años antes. Dos músicos para llenar los zapatos de uno solo, del hijo pródigo que a finales de los 60’s se incorporó a Pink Floyd para ayudar y a la postre sustituir a Syd Barret.
“The happiest days of our lives” trajo a escena al profesor psicópata que avergüenza a los niños con tremendos golpes y comentarios irónicos. Una enorme marioneta inflable, con luces en los ojos se movía con su gesto amenazador y cuando se escucharon las primeras estrofas de “another brick in the wall (part II)”, el público respondió con una gran ovación. El segundo gran trauma, la escuela, los profesores. No necesitamos educación, no necesitamos que controlen nuestras ideas, no más sarcasmo en las clases, ¡hey profesores, dejen a los niños en paz! Al final solo somos un ladrillo en la pared. Imágenes de los infantes entrando a la máquina terrorífica y transformados en embutidos. En la imaginación del pequeño, una gran revuelta, un salón de clases destruido, la reprimenda al malvado profesor. ¡Déjenos en paz! Pero nunca los dejaron. Una veintena de niños (que alcancé a entender que pertenecían a un reformatorio de la Ciudad de México) subieron con Waters; reclamaron, maldijeron a la marioneta, le gritaron, le gesticularon y al fin la hicieron desparecer.
Otro ser caricaturizado, de hule e imponente comenzó a molestar, era la madre, que al fondo del escenario y al ritmo de las deliciosas guitarras acústicas, lanzaba tremendas miradas en forma de haces de luz al espectador. Madre, ¿Están tratando de romperme los huevos? ¿Debo postularme para presidente? ¿Debo confiar en el gobierno? Y como respuesta a ésta última pregunta, en un costado de la barda, a la que poco a poco se le agregaban nuevos ladrillos, apareció un enorme: “Ni madres wey” y en el otro “No fucking way”. Waters comentaría después de su concierto en la ciudad de Bergen, Noruega, en Abril de 2007, que al interpretar esta canción y mandar el mismo mensaje, había miradas de incredulidad por todos lados. “Allá si confían en su gobierno, no lo podía creer” afirmó el desconcertado bajista. En el palacio de los deportes fue una de las ovaciones más sonoras y aplaudidas. “Aquí no confiamos en el nuestro” le hubiera contestado, de haberme preguntado, pero no fue necesario. Por supuesto que madre ayudará a construir esa pared, a convertir tus pesadillas en realidad, en trasmitirte todos sus miedos, en escoger a tus novias; madre siempre estará contigo. Otra vez la añoranza a Gilmour, a Mason en la batería, al recién fallecido Wright en los teclados, a Pink Floyd en su totalidad; esos fantasmas estaban omnipresentes con cada nota interpretada.
Cuando llegó “goodbye blue sky” se logró uno de los mejores momentos, una sincronía única entre letra, sonido e imagen. Mira mami, hay aviones en el cielo ¿Los alcanzas a ver, atemorizantes? ¿Alcanzas a ver las bombas que caen? Y se proyectaron las aterradoras imágenes de águilas imperiales convertidas en modernos bombarderos que vomitaban mortíferos proyectiles, de esas que han matado a millones de personas, la mayoría inocentes civiles. Del vientre de los aeroplanos se precipitaban centenares de cruces cristianas, medias lunas islámicas, estrellas de David, símbolos comunistas, signos de pesos (más bien dólares), logotipos de Shell y Mercedes Benz. Maquinarias letales, asesinas, despiadadas, peligrosísimas, radicales, para quien lo quiera entender.
Para “empty spaces” comenzó la transición del niño al adolescente, al rock star, al ser ensimismado. Otra pieza, no incluida en el álbum pero rescatada en la película (“what shall we do know?”) propone una introspección del personaje, en forma de preguntas al parecer sin sentido y algunas de ellas dirigidas a los miembros del grupo, en tensión constante por esas fechas. ¿Debemos comprar una nueva guitarra, un auto más potente; debemos trabajar hasta altas horas de la noche, debemos estar peleando siempre? ¿Arrojar bombas, destruir hogares, dormir de vez en cuando, tratar a gente como nuestras mascotas? En las pantallas una escena dramática, real, de una patrulla norteamericana en Irak haciendo un alto a civiles y pidiendo que dejen las armas, los interpelados no entienden y se acercan cada vez más a nosotros, como si fuésemos esos soldados amenazadores. Son acribillados sin piedad y sus armas eran unas inofensivas sombrillas utilizadas para cubrirse del sol. La última frase de la canción cae como un balde de agua fría, nuestras espaldas contra la pared.
Para el tema de “young lust”, pink comienza a interesarse en las féminas y sus encantos, se enamora, se casa y se retrae aún más. Esos mensajes grabados en cada surco de su afectado cerebro no lo dejan ser feliz. Necesita una muchacha, una mujer sucia, un remanso de paz que nunca llegaría. En la casi completa barda de ladrillos blancos, mujeres bailando sensual y sexualmente, desnudas, perfectas. Cuando llegamos a “one of my turns”, recordamos a esa muchacha, a esa grupie en la cinta de Parker, exclamando emocionada sobre el tamaño del departamento, de las fabulosas guitarras, ¿estás bien? Y la respuesta fue la destrucción del inmueble, el acto de aventar la televisión por la ventana. En esa escena, Bob Geldof articula las únicas palabras en la película que no formaron parte de las letras del disco: “¡Take that fuckers!” Nuestro personaje está desecho, al borde del suicido y en su momento más negro se acuerda de su mujer, de esa adúltera que se acostó con otros cuando él la llamaba desde los Estados Unidos. “Don’t leave now” se escuchó como un llanto, con una tristeza casi sobrenatural, inhumana. Otra marioneta, monstruosa, como si Dalí la hubiera diseñado en uno de sus momentos de mayor lucidez surrealista, apareció ante nosotros, imponente, descomunal. La imagen es la esposa, la mujer que aterroriza al vilipendiado personaje. Verde, con los labios cual fuego encendido y las partes íntimas descubiertas, amenazadoras. Ya se había visto en una escena, con anterioridad, la conocida imagen de dos flores en un rito de amor, sexo y muerte, tomadas de las animaciones que Gerald Scarfe hizo para la película y se vieron redondeadas por esta bizarra marioneta. No me dejes, no me digas que es el final del camino, recuerda las flores que te mandé, te necesito. Un mensaje de amor suplicante, hueco, vacío.
El personaje está por completo abstraído en sus alucinaciones cuando se escucha la tercera y última parte de “another brick on the wall”. La pared, inmensa, está casi terminada. No necesito brazos a mi alrededor, no necesito drogas que me calmen, he visto lo escrito en la pared, no necesito nada, en absoluto. En el ambiente se entrelaza la segunda pieza jamás incluida en el álbum original, pero de igual forma rescatada para el show en vivo y la multipremiada cinta de Alan Parker, “last few bricks”, y la pared está terminada, concluida en su totalidad, a excepción de un ladrillo, el del centro donde Waters se asoma e interpreta la desgarradora “goodbye cruel world”. Pink nos explica que se encierra en su pared, en su metafórica guarida y no hay nada que podamos hacer o decir para hacerlo cambiar de parecer. Podría tratarse de una nota suicida, pero no lo es. La música se detiene, el héroe (o antihéroe), hecho añicos, pone la última y definitiva pieza. Se encienden las luces y comienza un receso de 15 minutos durante los cuales se reflejan las imágenes de los hombres y mujeres muertos en acciones violentas, de guerra, de guerrilla o en casos como el nuestro, en batallas absurdas que vamos ganando con una cifra cruel de más de treinta mil “daños colaterales” en poco más de cuatro años. Personajes desconocidos (la mayoría) por nosotros, pero que dejan el anonimato al leer su historia. Waters agradece haber mandado las imágenes y los textos a través de su página en Internet. “Siempre los recordaremos”, fue lo último que se leyó antes de retomar los hilos conductores de la historia, contada de tal manera, que Kafka hubiera palidecido de envidia genuina.
¡Hey tú!, Afuera en el frío, volviéndote solitario y viejo, ¿puedes sentirme? ¡Hey tú! No me ayudes a enterrar esta luz, no te des por vencido sin pelear. “Hey you”, tema excluido de la versión fílmica original, e interpretada en su totalidad detrás de la barda, que separaba al respetable de los artistas. Guitarras acústicas angustiantes y una voz que llamaba al desfallecido, al aniquilado. Lo quiere de vuelta en casa, pero la realidad es que la pared es muy alta y no puede salir de ella. ¡Hey! No me digas que no hay esperanza alguna; juntos prevalecemos, divididos caemos. Se abre un ladrillo, aparecen dos de los guitarristas al ritmo de “is there anybody out there?” y cuando llegamos a “nobody home” se abre una sección, justo enfrente nuestro donde se recrea ese cuarto de hotel. La televisión, la lámpara, el sillón y el personaje sentado viendo las imágenes con una indiferencia total. Tengo luz eléctrica, una segunda visión, sorprendentes poderes de observación; así es como sé, cuando trató de llegar a ti a través del teléfono, que no hay nadie en casa….Tengo el imprescindible permanente de Hendrix. Una referencia al maestro que tanto influyó la manera de interpretar la guitarra a Gilmour. La escena es sencilla, se nota a un Waters muy lejos de su personaje, está sonriendo, cuando debería estar sufriendo. Ese dolor a lo mejor ya fue superado, pero fue parte fundamental para la concepción del álbum. Eduardo Galeano, escritor Uruguayo, refiriéndose al futbolista Rivaldo, dijo que le parecía increíble verlo patear el balón y acertar 7 veces seguidas en el larguero del poste. “Solo alguien que ha sufrido lo indecible puede sublimar todo ese dolor en un gran talento”. Waters hace lo suyo al repetir esta obra, nota por nota, grito por grito, imagen por imagen, con una perfección difícil de explicar.
¿Alguien recuerda a Vera Lynn? ¿Recuerdan cómo decía “nos volveremos a ver algún día soleado”? Personaje icono durante la segunda guerra mundial, cantaba esta canción para alentar a las tropas inglesas a regresar a casa sanos y salvos. Para Waters, Vera no dijo la verdad. En la pantalla de la gran muralla blanca se proyectó una secuencia, en extremo conmovedora, de una niña en un salón de clases; desfigurada por el llanto, la emoción, la felicidad de encontrase con su papá, vestido de militar, regresando a casa; a ella, Vera si le había cumplido. El bajista nunca pudo vivir esa experiencia y de niño decía que manejaría un tractor al otro lado del océano para traer a su progenitor de vuelta. “Bring the boys back home” resultó ser una breve pero significativa pieza al rescatar, estilizado en un grafiti callejero, una frase de Dwight Eisenhower:
Y llegó uno de los momentos cumbre de la noche, aquel que define la soberbia sinergia existente por muchos años entre la dupla Waters/Gilmour, la comunicación entre el mundo exterior y pink, entre lo real y lo irreal. “Comfortably numb” encontró al primero al fondo de la pared, cantando las primeras estrofas, con esa voz suave, ajena al mundo, a la realidad y que poco a poco entraba en el subconsciente del, totalmente apabullado, muchacho. Luego el fantasma de Gilmour, dividido en un cantante, respondiendo el diálogo y un guitarrista respondiendo la melodía, ambos fantásticos, los dos en la parte alta del muro, como queriendo salir del mismo en cualquier momento. Tus labios se mueven pero no alcanzo a escuchar lo que me dicen. Cuando era niño tuve esa fiebre, mi cabeza se sentía como dos globos, ahora tengo la misma sensación. Estoy cómodamente ido, drogado. Nada se proyectó en ese momento, al menos nada que valga la pena mencionar, excepto el final que explotó en imágenes digitales la pared en miles de fragmentos. La música llenó cada espacio y nos emocionó. Somos casi veinte mil almas afortunadas de presenciar esta pesadilla moderna, como el Fausto de Goethe descendiendo a los infiernos. La pieza duró unos ocho minutos y el tiempo se detuvo, se encapsuló ante miles de mentes azoradas, impresionadas, estupefactas.
Si alguien recuerda la película, durante los últimos acordes, pink salía de su capullo, viscoso, y se transfiguraba en ese dictador neo-nazi/fascista de la primera pieza. En esta ocasión esa transformación brutal se da al unísono con el tema “the show must go on” (único que no aparece ni en el álbum doble original, ni en la película, pero si lo hace en la serie de conciertos de principios de los 80’s) y sirve de interesantísimo preámbulo al clímax de la noche, a lo más alucinado y a su vez lo mejor logrado. “In the flesh” nos regala íntegro el discurso del dictador a sus seguidores, representados en esta farsa por los miles de asistentes al coso de Añil. Les tengo malas noticias dulzuras, Pink no se sentía bien, se quedó en el hotel; en su lugar nos mando a nosotros para ver donde están en realidad. ¿Hay algún maricón en el teatro esta noche? ¡Pónganlo contra la pared! ¿Hay alguien alumbrado en los reflectores que no me agrade? ¡Pónganlo contra la pared! ¡Ese de allá parece judío, ese es negro! ¡Pónganlos contra la pared! ¡Por allá hay uno fumando un porro y ese tiene espinillas! Si por mí fuera, les dispararía a todos. Los músicos están del otro lado de la pared, visibles, vestidos de negro, con los brazaletes del símbolo de los martillos marchantes. En las pantallas, el mismo simbolismo. En un acto de locura extrema y como la expresión surrealista más pura (como diría André Breton), el dictador toma una metralleta en sus manos y nos dispara a todos, nos aniquila simbólicamente, nos odia. Un enorme cerdo negro, como dirigible dantesco y pusilánime, recorrió cada espacio aéreo del recinto. Fiel a su costumbre, Waters añadió una serie de frases en los costados y trasero del puerco, entre las que destacó:
Para “waiting the worms” la gran barda se llenó de asquerosos y reptantes gusanos. Waters mencionó que el significado de los mismos se traduce en la incomunicación del ser humano, en la decadencia y en el simbolismo nazi de la muerte y la degradación paulatina. Es común ver y escuchar la palabra gusano a lo largo del disco, producido por Bob Ezrin, quien le dio este toque de espectacularidad adicional a la obra de Pink Floyd. ¿Quieres ver a Bretaña gobernar de nuevo, amigo mío? ¡Solo sigue a los gusanos! ¿Quieres ver a nuestros coloridos primos irse a casa? ¡Solo sigue los gusanos! Todo era confusión, bocas atónitas, ojos bien abiertos, sentidos agudizados al máximo, cuando llegó un alto literal con “stop”. Alto, quiero irme a casa, quitarme este uniforme y abandonar el show; pero estoy encerrado en esta celda y necesito saber si durante todo este tiempo, he sido culpable. Con este cuestionamiento, se reprodujo, cuadro por cuadro, la animación del juicio, salida de la pluma de Scarfe para la película y magistral se vio en la imponente pantalla/barda/pared frente a nosotros. Cada una de las pesadillas, traumas y alucinaciones, se interpolaron en las imágenes proyectadas y el sonido, perfecto, retumbó en cada tímpano del respetable. ¡Buenos días, su gusana excelencia! El prisionero frente a usted fue sorprendido con las manos en la masa, mostrando sentimientos de la naturaleza más humana, inaceptables. ¡Traigan al maestro! Y ese fue el detonador para la paranoia más exquisita, una pesadilla donde vemos al personaje, arrojado inicialmente por el falso indigente del principio, siendo maltratado de todas formas posibles por las mismas marionetas caricaturizadas, por cada recuerdo de su patética existencia. El juicio se prolonga por unos diez minutos y termina de manera brutal y contundente. La evidencia presentada ante esta corte es irrefutable, no hay necesidad que se retire el jurado. En todos mis años de juez, nunca había visto ni escuchado a alguien que se mereciera todo el peso de la ley. ¡La manera en que lo han hecho sufrir, su exquisita madre y esposa hacen que me den ganas de defecar! ¡Hey juez, cáguese en él! Mi amigo, usted a expuesto sus miedos más profundos y lo sentencio a exponerlos frente a todos, ¡Derriben la pared! Y ese grito en inglés se volvió una sola garganta ¡Tear down the wall, tear down the wall, tear down the wall! La enorme estructura explotó y se colapsó frente a nosotros, atónitos. La barda quedó semidestruida, tal como la vimos al principio de la farsa, pero con los ladrillos derribados en el piso.
Lo siguiente es difícil de explicar, sería como ir a un museo y ver una pintura, sabiendo de antemano que no debe moverse, ni gesticular. De la misma manera se proyectaron imágenes en los restos de pared y en la pantalla circular, como si fuesen pinturas callejeras. Con la misma sensación de inmutabilidad descrita, las imágenes cobran vida, hacen un gesto, desprendiéndose de unos audífonos, y nos agradecen, nos dicen adiós con una gran sonrisa en los labios, para después volver a la postura original. El efecto fue grandioso.
De un costado de la pared semidestruida, salieron los músicos responsables de esta locura musical, con instrumentos acústicos, desde un acordeón hasta un banjo. Waters dijo unas palabras, ondeó una bandera mexicana, presentó a sus músicos, interpretaron la pieza “outside the wall” y se despidió. Al día siguiente, según videos documentales, también interpretó una versión de las mañanitas al ritmo de “another brick in the wall”, para redondear una noche de por si redonda en todos aspectos. Tal vez esta ópera rock surrealista progresiva no tenga el mismo impacto social o emocional que en su presentación inicial durante la gira de 1980-81, pero a título personal, es algo de lo más grandioso que he podido presenciar y lo agradezco. Estoy listo, se ha derribado esa pared.
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