Iron Maiden. The Final Frontier Tour 2011.

La historia de una banda que tenía el extraño don de contar historias de manera estruendosa
Iron Maiden. The Final Frontier Tour 2011.
Foro Sol, 18 de Marzo, Ciudad de México.
Por Alejandro Corral



“La controversia real llegó cuando los grupos y activistas cristianos (todavía
Amedrentados por el episodio del murciélago decapitado por Ozzy y el
Sospechoso título del álbum), catalogaron al grupo como satánico…
…Cierto que la portada del disco y las citas bíblicas no ayudaban a la causa,
Pero al margen de todos los escándalos, ni ellos mismos sabían en ese entonces,
Que habían creado uno de los mejores álbumes de Heavy Metal de todos los tiempos”
Alexander Milas, Colaborador de la revista especializada Kerrang!
Cita tomada del libro: 1001 Albums you must hear before you die
Pag. 500. The number of the beast
Editorial Universe, 2010


Otro escritor especializado, colaborador de las revistas Rolling Stone, Guitar World y Revolver, así como del diario The New York Times, J.D. Considine, afirma de manera categórica: “Parece poco probable que este Maiden clásico llegue a alcanzar la gloria de finales de los 80’s, aún con la reedición reciente de todo su catálogo […], más bien serán una sólida opción de entretenimiento dentro del circuito de la nostalgia” (Tomada de The New Rolling Stone Album Guide, 2008). El señor Considine, tal vez como muchos otros “expertos” dentro del negocio de la música, nunca adelantaron un hecho: The Final Frontier, el nuevo material de la banda británica, llegó a colocarse en el número uno en 30 (si treinta) países de los cinco continentes, incluido México. En otras diez naciones llegó a los primeros seis lugares, incluyendo Estados Unidos donde alcanzó el número cuatro, posición más alta en la historia de cualquier disco de la agrupación (exceptuando las entregas en vivo, que en USA alcanzan el número 1 y 2 en varios casos). Esto lo convierte en su álbum más exitoso, en cuanto a posiciones en las listas de popularidad. ¿Nostalgia? No lo creo, esta banda va mucho más allá de eso. Si bien han hecho giras (como la pasada “Somewhere back in time tour”) donde rescatan temas del pasado para deleite de miles de seguidores, si revisamos con cuidado la última década nos daremos cuenta de la dirección de este nuevo Maiden, reinventado; pero empecemos por el principio.
La historia nos remonta a 1975 cuando Steve Harris bautizó a su grupo como tal, Iron Maiden. El nombre lo tomó de una adaptación cinematográfica a la novela de Alexandre Dumas, El hombre de la máscara de hierro. Durante cinco años la alineación integró a varios intrascendentes personajes, a excepción de Dave Murray, que en 1976 se unió como guitarrista. El despegue definitivo se dio en 1980, cuando se editó su ópera prima, alcanzando el número 4 en Gran Bretaña. El destino quiso que coincidiera con lanzamientos de otras agrupaciones que juntos abanderaron el “New Wave of British Heavy Metal Movement” o NWOBHM, por su siglas en inglés. Comenzó así la primera etapa de la banda, con Paul Di’Anno en la voz y Adrian Smith se unía también como segundo guitarrista. Para la segunda entrega (Killers, 1981) se asociaron con un personaje definitivo en la evolución de la propuesta, Martin Birch, quien produjo y mezcló el álbum, notándose de inmediato su influencia y estilo. No por nada, Birch ya había producido a Deep Purple, Rainbow y Black Sabbath con Dio. Esa asociación sería muy importante en el siguiente álbum, el majestuoso The number of the beast (1982).
Hay discos que marcan épocas, éste de Maiden es uno de los más importantes en el desarrollo del rock pesado. Bruce Dickinson, un joven cantante metalero hacía su debut con el grupo y el perfeccionista Birch le arrancó hasta el último aliento. Las guitarras, por primera vez, se escuchan con una sincronía rayando en la perfección y Steve Harris lleva al límite de la locura la parte rítmica, arrastrando a un inexperto Clive Burr en la batería, sustituido por el harto talentoso Nico McBrain para el disco siguiente. Llegaba así la segunda etapa, la ahora llamada clásica, la de la consolidación. No es raro escuchar decir que grupos actuales citen a Maiden y The number of the beast como una de sus grandes influencias. El quinteto, bajo el ala de Birch, permaneció inmutable para Piece of Mind (1983), Powerslave (1984) y Somewhere in time (1986). Para 1988 con Seventh son of a seventh son, se dio un cambio con la incorporación de un teclista, como miembro no oficial (aunque lleva desde entonces haciendo estas labores para con el grupo), Michael Kenney. Los experimentos llevaron a la banda a explorar sonidos para ellos desconocidos, sin embargo, lograron un balance perfecto entre las habituales guitarras frenéticas y las pausas en la melodía. Ya no todo era potencia y velocidad. Muchos hablan de este disco como su segunda obra maestra, situación en la que concuerdo. Aunque los temas no se hayan popularizado tanto, el material fue tan convincente como para hacerlo número 1 en el chart británico. Con No prayer for the dying (1990) vino un cambio que rompió la armonía: Adrian Smith deja la banda y su lugar lo ocupa un guitarrista bien establecido, Janick Gers, quien había trabajado con Ian Gillan en sus trabajos en solitario. La falta de entendimiento con el nuevo integrante se notó de inmediato y me atrevo a decir que este álbum es el más anodino en el catálogo de la banda, sin embargo solo era cuestión de tiempo para que la magia resurgiera y en 1992 con Fear of the dark, la sincronización alcanzó niveles de maestría. Los que fuimos testigos de la primera incursión en tierras mexicanas el 1 y 2 de Octubre de ese año en El Palacio de los Deportes, como parte de la gira de promoción, estaremos de acuerdo en la majestuosidad del evento. Por desgracia, este fue el fin de una época, la segunda y la marcan dos sucesos: la salida de Dickinson y el retiro de Martin Birch.
The X factor (1995) y Virtual XI (1998) marcan la tercera etapa, la más oscura, la más menospreciada, la menos redituable, a pesar de algunas genialidades. Blaze Bayley, un vocalista con gran presencia y voz potente, trató con todas su fuerzas sustituir a Dickinson y borrarlo de la memoria de los fans, pero nunca lo logró. En esas épocas eran comunes las anécdotas de vasos de cerveza (o algún líquido sospechoso) impactados contra la humanidad del cantante, escupitajos, dedos medios a todo lo alto, abucheos, señas obscenas y todo lo que pudiera molestar al susodicho. El resultado final fue el obvio y con más pena que gloria, Bayley dejó la banda. Recuerdo el concierto que cerró la gira The X Factor en el Palacio de los Deportes en Septiembre de 1996, donde los temas de ese disco sonaban bastante bien, despertando la ira de muchos fanáticos que maldijeron al esforzado cantante y a su progenitora. “Ponte a cantar las de Iron Maiden, vástago de madre de dudosa reputación” le gritaban con todas sus fuerzas y claro en términos más coloquiales.
Dickinson, después de probar en solitario con cinco álbumes (bastante interesantes por cierto), decidió reunirse con sus compañeros. También Adrian Smith lo hizo, pero en vez de sustituir a Gers, decidieron probar suerte con tres guitarristas y se trajeron a bordo a nuevo productor, Kevin Shirley, en cuyo currículo destacan trabajos con bandas como Aerosmith, Rush y Dream Theater. Todos grandes aciertos. Brave New World (2000) nos trajo este nuevo concepto, muy alejado de los años con Martin Birch. La estructura de las melodías, los sonidos de las guitarras y una explotación más incisiva del bajo, engalanadas con una tesitura más suave en la voz de Dickinson, daban muestra del nuevo rumbo que perseguían. Los constantes cambios de ritmo, las pausas mucho más acentuadas y los teclados, aunque muy matizados, con gran relevancia. Todo esto constituye el nuevo enfoque que los Maiden pretenden inyectar a su música. Dance of Death (2003) y A Matter of Life and Death (2006) complementan la trifecta de esta nueva fórmula con Shyrley, que se repite para la producción que da nombre esta nueva gira. En definitiva esta cuarta etapa es muy distante de las otras tres y ha probado ser un gran suceso, no solo en ventas, sino en las presentaciones en vivo, donde Iron Maiden sigue siendo un gran imán de taquilla. Lo interesante será escuchar los “viejos” temas con los “nuevos”. El contraste será a todas luces evidente.

La Crónica de la bestia

Woe to you O earth and sea, for the devil sends the beast
With wrath because he knows the time is short.
Let him who hath understanding reckon the number of the beast
For it is a human number/its number is six hundred and sixty six.

Pero ay de ustedes, tierra y mar porque el diablo ha descendido
hasta ustedes con todo su furor, sabiendo que le queda poco tiempo.
Para esto se precisa sutileza. El que tenga inteligencia calcule
la cifra de la Bestia, porque es una cifra humana: 666

Del libro del Apocalipsis. Capítulo 12, verso 12; capítulo 13 verso 18

En medio de un caótico y desesperante tráfico de viernes por la tarde/noche de fin de semana largo, por el asueto del natalicio de Benito Juárez; el Foro Sol, tan cerca del aeropuerto internacional de la Ciudad de México y tan lejos de miles de histéricos automovilistas, lucía una fascinante vendimia de artículos alusivos al grupo, destacando por supuesto a su famosa mascota Eddie, luciendo todas las caracterizaciones imaginables: desde las clásicas portadas ochenteras, pasando por clásicos del cine como Naranja Mecánica o Terminator, hasta una muy mexicana con tremendos bigotazos a lo Agallón Mafafas. Playeras de todos tamaños, chamarras, tazas, encendedores, paliacates, ceniceros, vasos, posters, conjuntos para bebés, tenis, bufandas, almohadas, todo lo que pudiera llevar el nombre del grupo o la momia en todas sus versiones. Surreal se veía cada puesto, kafkiana era la entrada a la impresionante estructura donde los cientos de policías y personal de seguridad revisaban, indiferentes, a los miles de seres extraños dándonos cita en ese lugar, antes autódromo, hoy estadio de béisbol. Los tiempos son otros, ahora es normal (y un gran negocio) asistir a este tipo de presentaciones sin ser molestados por las ultra conservadoras organizaciones de doble discurso y moral distraída que muchas veces son socios mayoritarios, beneficiarios directos de estas mega presentaciones. Las imágenes siguen impactando, a lo mejor escandalizando a algún distraído transeúnte o padre de familia quisquilloso, pero nada más. En medio de este mercado sacado de un cuento de Poe o de una película de Romero y sus muertos vivientes, el ánimo estaba en su punto para una velada inolvidable. Pero nada de lo anterior podía prepararnos para lo que seríamos testigos una vez que estos veteranos ingleses se adueñaran del espectáculo, en punto de las nueve de la noche.

Creo oportuno hacer un paréntesis. Si observamos la portada del nuevo material (y décimo quinto en la historia de la agrupación), notaremos a un Eddie mutante, una especie de Depredador moderno (refriéndonos a la exitosa saga de películas, por supuesto), queriendo rescatar algunas facciones, muy tenues, del dibujo clásico. Estamos en una escala evolutiva al final de la cadena. Incluso las calaveras humanoides, vistiendo trajes espaciales, muestran una dentadura atípica, inhumana. Del mismo modo la propuesta de Iron Maiden ha cambiado y es casi imposible reconocer al grupo del nuevo siglo, comparándolo con el de dos décadas anteriores. Tres guitarras en perfecta sincronía, una batería formidable y un bajo magistral, engalanan la voz potente y educada de un actor con gran dominio escénico. Este concierto no fue para los seguidores de la vieja guardia, aquellos ávidos de los clásicos éxitos; por el contrario, fue una presentación para atestiguar el nuevo rumbo que desde “Brave New World” han tomado y ha seguido un matiz muy similar a lo largo del nuevo siglo. Esa momia mutante espacial son ellos mismos, reinventados; esos humanoides somos nosotros; apenas nos hemos reconocido, pero con algunas nostalgias hemos llegado al punto de no perdernos en la frontera final. He aquí pues, la historia de esas dos extrañas horas.

Godsmack estuvo anunciado para abrir el evento, no lo hizo; Maligno, agrupación mexicana tuvo ese honor. No pude ver nada de ellos, esperando a mi gran compañero de aventuras y compinches, que al final llegaron para las últimas cinco canciones. “Pinche tráfico”, fue lo que exclamaron. No los esperé. Haciendo caso de una voz, casi como mi conciencia, me enfilé por la marabunta humana enfundada en playeras negras y me encaminé al lugar de honor, a la sección más cercana al escenario y tuve a tiro de piedra los integrantes de la dama de hierro (sobrenombre castellanizado, utilizado por algunos seguidores). Con una recepción pésima para teléfonos celulares y una bellísima luna en el firmamento, el concierto comenzó con un video futurista, algunas apariciones esporádicas, feroces y muy festejadas, del ser mutante; luego el rostro del vocalista interpretando las líneas de “Satellite 15” (The Final Frontier, 2010; FF de ahora en adelante), una nave espacial volando y tratando de entrar en la órbita de un planeta extraño. Cuando por fin lo consiguen, se abre una puerta y la escenografía se ilumina: estamos en la nave y aparecen los tripulantes.
“The Final Frontier” (FF) se escucha con toda su estridencia y un muy bien conservado Bruce Dickinson toma el control del escenario. Piloto certificado de aviones tipo Boeing, esgrimista galardonado, escritor y uno de los pocos tenores metaleros, este polifacético rockero, hace de cada tema una breve obra de teatro, donde da vida a un sin fin de personajes; gesticula, ríe, llora, grita, maldice. Dave Murray se posiciona como el guitarrista principal y a lo largo de 120 minutos monta un duelo a muerte con Adrian Smith y Janick Gers, en una conferencia tripartita de guitarras potentes, alucinantes y maravillosas. Steve Harris es el amo y maestro, dueño de una rítmica exquisita y de un dominio total de su instrumento. McBrain en la batería es lo más desperdiciado de la agrupación, sin embargo cumple de manera cabal su trabajo y cuando arriesga esas baterías a contratiempo, pareciera ponerse al nivel de euforia de sus compañeros. La sofisticación de la composición es fascinante y la historia tipo “Space Oddity” de David Bowie enmarca la pieza en un tono futurista casi imposible. El “Major Tom” de Bowie sabe que no volverá a casa, el personaje de esta fantasía aún guarda la esperanza de hacerlo y hace una introspección que dura unos diez minutos y se conecta de manera natural con “El Dorado” (FF), esa irónica crítica al consumismo brutal de estos días, a esas calles pavimentadas con oro macizo que nos venden cada día, a esos créditos carísimos que pagamos sin el menor reparo. El bajo de Harris es una delicia; en las guitarras, esa guerra sin cuartel llega a terrenos de batalla épica y el performance del vocalista alcanza tintes de tragedia griega. Solo recuerdo al recién fallecido Ronnie James Dio, con cualidades similares y ambos dieron a sus agrupaciones un toque personalísimo fascinante.
Llegó el momento de la pausa, del “good night México City, glad to be here again”. Un lleno hasta las banderillas, aunque seguía llegando gente, atorada en el tráfico y molesta, a decir de su semblante. 55,000 personas se dieron cita, según cifras oficiales, aunque se notaban algunos huecos en las tribunas. “2 Minutes to Midnight” (Powerslave, 1984) llegó como un bálsamo a los miles de seguidores de la vieja guardia, ávidos en deshacerse la garganta interpretando esto temas ya catalogados como clásicos. En contraste con los temas largos, este duró unos seis minutos y hace referencia al “reloj del Apocalipsis o del Juicio Final”, utilizado por el boletín de científicos nucleares en Chicago, desde 1947. La medianoche simboliza la destrucción de la humanidad y los dos minutos es lo más cercano que ha estado ese reloj de la fatal hora: Septiembre de 1953, cuando los Estados Unidos y la Ex-Unión Soviética lanzaban bombas nucleares de prueba, como cruel advertencia de su poderío bélico. En la actualidad ese reloj marca seis minutos antes de las doce y ha evolucionado de amenaza nuclear a advertencia por cambios climáticos y desastres naturales. Habría que ver si se ajusta unos minutos después del tsunami que azotó a Japón hace unos días.
“The Talisman” (FF) nos cuenta un nuevo relato, aunque recurrente en las fábulas “maidenescas”: el viajero intrépido, el navegante, el marino que en primera persona narra la tragedia de cuatro naves atrapadas en una tormenta. Comienza la aventura con una guitarra acústica, algunas nostalgias, de esas por la tierra que se deja, de los recuerdos atesorados; después viene el cambio de ritmo, la narración brutal del desastre, de los momentos de desesperación, de aferrarse a un talismán para mantenerse con vida. Los que no se ahogaron, fueron gravemente heridos, otros murieron a lo largo de 20 días sin alimento, sin agua potable. El final es esperanzador y llegan a tierra firme del otro lado del mundo aunque nunca se sabe si el héroe sobrevive, pues ya no tiene fuerzas para hacerlo. “Que hueva de rola”, exclamó un indiferente seguidor. Rompió con la atmósfera melancólica y con la estructura similar a una breve sinfonía. En lo particular fue lo mejor de la noche, reafirmando eso de que los británicos están ya en otro rollo y los seguidores siguen aferrados en hacerlos tocar una y otra vez los primeros siete álbumes. Para molestia (supongo) del displicente, continuaron con otra rola del nuevo disco, “Coming Home”, precedida de unas palabras, explicando la concepción de la misma: una alegoría a las giras extensas, desgastantes y kilométricas (claro, muy redituable$$$) que los hacen alejarse de casa. . Incluso las letras se han hecho menos subversivas, más complejas y cuentan muchas veces historias personalísimas.
Cuando llegó el turno de “Dance of Death”, del disco homónimo de 2003, una gran manta alusiva hizo su aparición. El título hace referencia a las pinturas medievales donde se veía a la muerte (en su representación occidental) llevando de la mano a una serie de personajes, en una danza siniestra o macabra, como también se le conoce. En este caso, el personaje (al parecer en medio de una pesadilla) recrea esa escena, pero termina huyendo, sano y salvo. Ritmos celtas se combinan con guitarras psicodélicas, incluso Gers recrea algunos pasos de esa danza macabra, mientras el cantante gesticula y se contorsiona ante la mirada perpleja de un público eufórico. Luego otra manta, la caracterización de Eddie que más agrado personal tiene: en traje de militar rasgado por el calor de la batalla y sosteniendo una raída bandera británica en una mano y una espada ensangrentada en la otra; un lágrima de sangre asoma por sus ojos y una mueca de dolor, terror y angustia se combina al ritmo de “The Trooper” (Piece of Mind, 1983). Otra gran ovación, aunque duró escasos cuatro minutos. El vocalista camufló la vestimenta castrense y ondeó un lábaro similar al de la imagen. Llegó el turno de dos temas de Brave New World (2000), “The Wickerman”, lo más flojo de la velada y el emotivo “Blood Brothers” dedicado a los miles de seguidores sufriendo las consecuencias de desastres naturales y humanos. Estos hermanos de sangre fueron específicamente los habitantes nipones abatidos por el tsunami (Iron Maiden tuvo que cancelar dos conciertos en Tokio por este motivo); los australianos, sacudidos por un terremoto y los libios, en medio de otra guerra “justa” para democratizar a punta de pistola a los “atrasados” africanos. A ellos dedicaron voz, garganta e interpretación.
Con “When the Wild Wind Blows” (FF) se resume en una melodía el nuevo concepto de la banda. Si bien siguen siendo recurrentes y hasta obsesivos en sus temas, como el fin del mundo, en este caso, lo hacen desde una perspectiva distinta: una construcción rítmica suave, un bajo incisivo y constante, unos cambios de ritmo muy marcados y más de diez minutos de construcción melódica elaboradísima. Cada guitarra toma su liderazgo en alguna parte de la melodía y parece platicar con las otras dos, mientras Dickinson habla de los pormenores del fin de la humanidad, con una nueva manta de una ciudad devastada de fondo. Otra vez dejan testimonio del nuevo rumbo para descontento de muchos insurrectos. Siguiendo ese orden de ideas, rescataron “The Evil that Men Do” (Seventh Son of a Seventh Son, 1988), que a diferencia de las otras dos ochenteras, si pudo escucharse a tono con las del presente siglo. Para Fear of the Dark, del disco homónimo de 1992, la temperatura había subido, junto con los gritos, las ovaciones. Este tema es de los que me gusta escuchar en vivo, por el enorme coro colectivo, por la participación de las 55,000 gargantas, por la noche escalofriante y los demonios nocturnos, envueltos en un relato tan antiguo como la misma humanidad: el miedo a la oscuridad, a lo desconocido, a los ruidos que escuchamos y nos aterran; a las criaturas que nos acechan en nuestros sueños, en nuestra mentes; a las brujas aterradoras en sus escobas voladoras; el miedo a la oscuridad. Para cerrar llegó un tema que se escuchó tan anacrónico, que pareciera pertenecer a otra banda, “Iron Maiden” (álbum y banda homónima, 1980) y que describe la sutil invitación a conocer este aparato de tortura con todas las consecuencias que conlleva, incluyendo la muerte misma. Un poco más de 90 minutos habían pasado y el rito del falso adiós se repitió una vez más. Apareció una nueva escenografía de fondo, luciendo ahora un tremendo “close up” del ser mutante, justo cuando las palabras en inglés al inicio de esta crónica se escucharon en la voz de quien siempre pensé era el actor Vincent Price, pero en una entrevista reciente pude confirmar que no fue él, sino un locutor de radio inglés, especialista en narrar historias de terror, el responsable de tan aterradora introducción al tema “The Number of the Beast” (también disco del mismo nombre, 1982) o la pesadilla con el mismo chamuco como protagonista. Obvio es decir, que fue el tema más aplaudido de la velada y también el más coreado, para continuar con otra magnífica pieza del mismo álbum, “Hallowed be thy name” donde un preso, a punto de ir al patíbulo hace las últimas reflexiones sobre su existencia. . Ya como cerrojazo y cuando esperábamos la clásica “Run to the Hills”, a los ingleses se les ocurrió mejor rescatar “Running Free” del Iron Maiden, 1980, que de igual manera se escuchó fuera de lugar, fuera de tiempo, fuera de ritmo inclusive. Sirvió para presentar a los integrantes, para dar las gracias y para prometer que volverían; a la fecha, siempre lo han cumplido.
Una apoteosis sería el resumen de esas dos horas, tomando este significado: “Manifestación de gran entusiasmo en algún momento de una celebración o acto colectivo”. Eso fue, de manera exacta, lo experimentado durante 120 minutos. Iron Maiden, la dama de hierro, la banda con el extraño don de contar historias estridentes, sigue más vigente que nunca. La nostalgia cuenta: yo nostalgio, tu nostalgias, ellos nostalgian y cómo me revientan los que no nostalgian, ellos nos entienden. Pero además de esta nostalgia, está el nuevo Eddie mutante, reinventado, reconstruido. Ese nuevo ser también tiene cabida en un futuro inmediato. Veamos que nuevas sorpresas nos tiene.

Roger Waters: The Wall 2010



Todo va a estar bien, solo sigan consumiendo
Roger Waters. The Wall Live 2010
Palacio de los Deportes, 18 de Diciembre. Ciudad de México.
Por Alejandro Corral

“…Él me puso una cinta con el nuevo disco en que estaba trabajando.
Había algunos grandes músicos en el álbum y, debido a que disfrutaba
mucho de la compañía de Roger, acabé acompañándolo al estudio
y trabajando en su disco. Nos la pasamos muy bien y, en un momento
dado, le dije bromeando: Deberías llevar eso de gira. Entonces
me preguntó si me iría con él y , puesto que se trataba de la excusa
perfecta para escapar de los problemas que tenía en casa, le dije que si”
Eric Clapton, tomado de su autobiografía
Hablando de “The Pros and Cons of Hitch Hiking”

A Christian y Manuel. Sin su invitación, este escrito no existiría


Harto conocida es la historia de Waters entre 1967 y 1983, como miembro de la legendaria banda Pink Floyd (aunque de manera oficial su salida fue hasta 1985). Entre esos años se editaron 12 álbumes de estudio, uno en vivo y 5 compilatorios que influenciaron de manera definitiva a toda una generación de músicos y adolescentes rebeldes, para horror de las clases más conservadoras inglesas. Sin embargo, después de 1983, Roger, es recordado más por sus pleitos legales con los ahora ex-miembros de la banda, que por su trabajo de solista. La espectacular lucha de egos entre Waters, Gilmour y Mason fue de proporciones épicas por los derechos de explotación de la discografía, nombre del grupo e incluso imágenes creadas durante esos 16 años de convivencia. Los medios, e incluso los seguidores, satanizaron a Waters y de alguna manera vieron con agrado los dos esfuerzos posteriores, lanzados al mercado bajo el nombre en disputa (“A Momentary Lapse of Reason” [1987] y “The Division Bell” [1994]). Cierto es que ambas propuestas alcanzaban algunos momentos interesantes en lo musical y daban testimonio de la extraordinaria manufactura alcanzada por el trío Gilmour/Mason/Wright, sin embargo lo más cercano a un verdadero concepto pinkfloydiano lo logró de manera absoluta Roger Waters ante una indiferencia casi total de los medios, industria y público en general.
En 1984, el soberbio “The Pros and Cons of Hitch Hiking” apenas llegó al número 13 en el chart británico y un 31 en el de Estados Unidos, a pesar de contar con músicos de la talla de David Sanborn (saxofón) y del legendario Eric Clapton en las guitarras. La gira fue un fracaso (a pesar de que el mismo Clapton era parte de la banda de apoyo) y muchos promotores esperaban un nuevo disco de Pink Floyd, no uno de Roger Waters. Un verdadero álbum conceptual que seguía la línea alcanzada por “The Wall”, es ahora poco recordado. Para 1987 “Radio K.A.O.S.”, tal vez lo mejor de sus años en solitario, tuvo peor suerte y casi cuesta la quiebra al artista, en contraposición del álbum lanzado por sus ex-compañeros ese mismo año, vendiendo millones de copias.
Un ligero resurgimiento lo toma por sorpresa en 1990 donde monta un gran espectáculo antes unas 250,000 personas para conmemorar la caída del muro de Berlín y juntar toda una pléyade de músicos, heterogéneos en estilo, capturado en el álbum doble “The Wall Live in Berlin”. Para 1992 alcanza su punto más alto en lo comercial con el interesante “Amused to Death”, donde la mayoría de las guitarras fueron hechas por el maestro Jeff Beck y entre los colaboradores encontramos a varios miembros de Toto, como Jeff Porcaro y Steve Lukather. Un momento brillante se logra en la pieza “Perfect Sense” donde la bella P.P. Arnold alcanza una soberbia catarsis al interpretar las líneas donde un mono evoluciona hasta hacerse comandante del un submarino nuclear. El disco, también doble, “In The Flesh” (2000) recrea la gira de promoción, acompañada de algunos éxitos logrados en los años de Pink Floyd, incluyendo las únicas interpretaciones en vivo registradas (por miembro alguno del grupo) de temas del álbum “The Final Cut” (1983).
Estos tres discos de estudio vienen a ser el legado de un artista preocupado no solo en las formas musicales, sino en las posturas, en lo visual y en lo artístico, sin que esto signifique que lo primero se vea rebasado por algo de lo segundo, por el contrario, en lo estrictamente musical, Waters demuestra que es capaz de lograr pasajes de belleza inusual, así como las paranoias más extremas, pasando por todos los estados de ánimo imaginables. Todavía podemos irnos más allá del rock y escuchar su composición última, de corte clásico, en la ópera “Ca Ira” y preguntarnos, ¿es Pink Floyd Roger Waters? O ¿Roger Waters es Pink Floyd? A estas alturas esto tal vez sea irrelevante, pero hace unos años la moneda estuvo otra vez en el aire cuando nos trajo “The Dark Side of the Moon Live” y nos regaló una de las noches más memorables en tierras mexicanas. Ahora con “The Wall Live” promete superarlo. Veremos si lo logra.

The Wall

Es necesario hablar de la obra en cuestión para entenderla. Según testimonios de Waters/Gilmour/Mason/Wright había dos propuestas al momento de concebir el álbum, la primera es la que conocemos como tal y la segunda evolucionó hasta convertirse en “The Pros and Cons of Hitch Hiking” (tal vez de ahí algunas similitudes entre ambas).
La primera explora el relato personalísimo del bajista, exagerado a base de una serie de alucinaciones contando la historia de “Pink” (interpretado de manera magistral por Bob Geldof en la película de Alan Parker). En palabras del mismo Gilmour, este proyecto fue pensado desde su inicio para ser una trilogía narrativa temática, es decir, un álbum, una película y un espectáculo en vivo. La columna vertebral sería, por obvias razones, el disco doble, de donde partiría la historia inicial, o en otras palabras, todo se iniciaría con la música. Luego entonces, es imposible separar una parte de las otras, todas deben verse como un conjunto. El clímax debe ser el espectáculo en vivo donde conviven las tres partes como una unidad.
Esta producción (el álbum) significó un parte aguas en la historia de la banda. Al terminar la grabación, Richard Wright se separa del grupo y aunque se reincorpora para la ambiciosa gira de promoción lo hace como músico asalariado, no como parte de la agrupación. Gilmour tuvo un rompimiento irreversible con Waters por la casi nula participación en el diseño y estructuración del proyecto. Esto se acentuó de manera más evidente para el álbum “the final cut” donde el guitarrista no tuvo participación alguna como compositor y solo se escucha su voz en un solo tema. Para colmo, este disco se presenta como una idea original de Roger Waters y dedicada su padre. Este esfuerzo, significó el último de la banda y estaba destinado a servir como “soundtrack” de la película “The Wall”, sin embargo, con la guerra de las Malvinas en marcha, el concepto se cambió de manera radical y solo algunas canciones fueron usadas para la cinta.
Volviendo a 1980, con el álbum doble en el mercado y la película en pláticas avanzadas, se trabajó en la puesta en escena del concepto. Desde un inicio se habló con Gerald Scarfe para animar gran parte de la historia. Él mismo cuenta la enorme dificultad de aterrizar ideas y plasmarlas en dibujos. Reunió un equipo creativo y cual sería su decepción al revisar los bosquejos, enterándose que muchos personajes y animaciones estaban hechos a la manera de Disney, empresa que prácticamente monopolizaba la creación de dibujos animados para cine. Scarfe tuvo entonces que utilizar todo su ingenio para llegar a secuencias tan siniestras y majestuosas como las flores en un rito de amor mortal, las águilas convirtiéndose en aviones de guerra, los martillos marchando de manera ordenada, parodiando al ejército nazi y la extraordinaria secuencia del juicio, con jueces gusanos y mujeres ponzoñosas. Todas esas ideas fueron incluidas por Alan Parker en la cinta.
La gira, debido a lo ambicioso y oneroso del proyecto, solo pudo llevarse a cuatro ciudades: Los Ángeles, Nueva York, Londres y Dortmund (Alemania), entre Febrero de 1980 y Junio de 1981. Treinta y un conciertos, fue todo lo que el mundo pudo presenciar. Según evidencias videográficas, algunas publicaciones en diarios y sobre todo gracias a la edición conmemorativa de veinte aniversario, llevada al mercado con el nombre de Is There Anybody Out There? The Wall Live 1980–81, toda la parafernalia, títeres gigantescos, pantallas e imágenes en las bardas eran parte del show. Waters intenta, ahora con esta gira, aprovechar al máximo la tecnología existente para al fin presentar lo que tenía en mente en esos días.
Finalmente, la película, estrenada en 1982 y presentada en festivales tan selectos como Cannes, no tiene la concepción inicial de la que habla Gilmour al principio de esta sección. Según el mismo Parker, él no fue la primera opción para dirigir la cinta y se pensó en el animador Scarfe para hacerlo. Waters sería el protagonista y de hecho se haría un “soundtrack” nuevo e independiente (todo lo platicado de “the final cut”). Al final, Parker, un fanático irredento del grupo, fue persuadido por la disquera EMI para tomar el proyecto, trabajó con Scarfe para el uso de las animaciones y fue el que convenció a Bob Geldof de aceptar el papel de Pink. La secuencia donde Geldof se rasura las cejas, pezones y pecho, está inspirada en un evento similar realizado por Syd Barrett años antes y referido por Waters al actor. De hecho se cuenta, que Geldof llegó a conocer a Barrett antes de entrar a los estudios de filmación y se inspiró en él para sacar adelante su personaje. Durante la premier en Cannes, Parker cuenta que Steven Spielberg estaba a cinco filas de él y le escuchó decir, al terminar la presentación:
“What the fuck was that? (¿Que chingados fue eso?)” A lo que el director de “Fama” y “Las Cenizas de Ángela” respondió en una entrevista posterior, refiriéndose a esa anécdota: ¿Que chingados fue eso? Es algo que nunca se había visto, una rara y confusa fusión de secuencias en vivo, animaciones y cargas surrealistas>
Por primera vez veremos la real integración de estos tres elementos: álbum, película y presentación en vivo. Estaremos haciendo historia.


La Crónica

¿Cómo comenzar a contar una de las mejores experiencias musicales en la vida de un mortal? Tomando prestado al cubano Silvio Rodríguez: ¿Qué debiera decir? ¿Qué fronteras debo respetar? Tanto por contar y pocas palabras para expresarlo. Bastaría con resumirlo en una: inolvidable. Pero tratemos de hacer un ejercicio de la memoria, una reconstrucción de hechos aislados, tratando de juntar las piezas y hacer un todo; juntar cada ladrillo, construir esa pared y hacerla pedazos.
El palacio de los deportes, con su viejo y opaco domo de cobre recibiría a unas 18,000 personas en medio del tradicional mercado de mercancías legales e ilegales alusivas al solista y al grupo que lo vio nacer. Precios de reventa exorbitantes, sobrepasando en algunos casos la barrera ideológica de los 5,000 pesos por boleto, decenas de revendedores y la grata compañía de dos amigos con sus respectivas familias. La cita estaba anunciada a las 21:00 horas y justo a esa hora comenzó el espectáculo, pero no con el tradicional formato de apagar las luces y recibir al grupo o artista en cuestión. Lo primero fue escuchar en el sonido ambiental distintas voces: Bob Dylan interpretando “Like a Rolling Stone” y “Masters of War”, John Lennon con “Imagine” y “Mother”, Los Beatles con “Let it Be”, entre otras. El escenario lucía espectacular con un muro a medio construir, instrumentos musicales por doquier y una gran pantalla circular al fondo. Un vagabundo comenzó a recorrer la parte baja del recinto, con un carrito de supermercado y un gran letrero en castellano: “NECESITO DINERO PARA TRAGOS Y PUTAS”. Se acercaba a la gente, le tomaban fotos, sonreía y tal vez pocos notaron que en su carrito llevaba un muñeco, réplica de pink caricaturizado. Recomendaciones de no tomar fotografías con flash, ignoradas por completo. Media hora de incertidumbre y el falso indigente terminó su éxodo arrojando el muñeco al escenario, al mundo, a la locura que desataba un simple hecho aislado. El sonido de una trompeta y sin más, se apagaron las luces y fortísimos se escucharon los primeros acordes de “in the flesh?” casi en sincronía con explosiones bien planeadas por todo el escenario y la media pared comenzó a reflejar imágenes. Cada ladrillo sería una pantalla individual. Una introducción extendida y cuando aparece Waters las ovaciones subieron de tono y emotividad. Vestido de negro, se dirigió al público muy sonriente; de un maniquí improvisado tomó unos lentes oscuros y una gabardina negra, en la manga derecha un brazalete con el símbolo de los tenebrosos martillos marchantes encontrados. Los músicos se instalaron en sus posiciones y unos pseudo soldados/seguidores/fascistas ondeaban unas negras banderas con el mismo símbolo de los martillos. Entonces, ¿qué piensas? ¿Asistirás al show? ¿A sentir esa cálida sensación de confusión? ¿Dime, estás escapando cariño, no es lo que esperabas ver? Así comenzó la paranoia y en el clímax de la interpretación, un avión a escala, réplica de un bombardero nazi, se desplazó de lo más alto del techo hacia el escenario y se estrelló en medio de los aplausos de la concurrencia. El soldado Eric Fletcher Waters ha muerto y el primer gran trauma del alter ego del bajista comenzaba la historia. Esa orfandad paterna sigue una línea muy delgada para “the thin ice” y se vuelve un grito de reclamo en “another brick in the wall (part I)”. Papá voló atravesando el océano, dejando solo un recuerdo, una instantánea en el álbum familiar; papi, ¿qué otra cosa has dejado para mi? Y esa foto se muestra, enorme, en la circular pantalla: blanco y negro, el padre de familia, atuendo militar, la madre sonriente, sosteniendo a sus dos hijos, Roger es apenas un bebé, sin saber que ese momento lo marcaría para siempre; hasta los genios deben tener sus ritos de iniciación, sus episodios de dolor profundo. Familias felices no hacen buenas historias, afirmaba Dostoievski, tampoco álbumes conceptuales de esa envergadura. El rostro del padre desaparecido en acción, con datos generales de su muerte, se convierte en un ladrillo en la pared, el primero, le siguen otros personajes, también caídos en acciones de guerra. La melodía concluye y la gran barda, al menos lo que está construido hasta ese momento, se llena de caras, nombres, detalles. Emiliano Zapata, Salvador Allende, Ghandi, son algunos de los tantos personajes recordados.
Los coros, con voces homogéneas, son responsabilidad de los hermanos Kip y Pat, así como de su primo Mark; los tres de apellido Lennon, como una feliz coincidencia. A ese trío se le conoce como Venice, cuando Mike, otro Lennon, se les une. También un tal Robbie Wycoff hace las voces que David Gilmour dejó grabadas para la posteridad y su guitarra, lo más extrañado de la noche, era plagiada por el talentoso Dave Kilminster, quien ya había demostrado sus habilidades en la gira de “The Dark Side of The Moon” años antes. Dos músicos para llenar los zapatos de uno solo, del hijo pródigo que a finales de los 60’s se incorporó a Pink Floyd para ayudar y a la postre sustituir a Syd Barret.
“The happiest days of our lives” trajo a escena al profesor psicópata que avergüenza a los niños con tremendos golpes y comentarios irónicos. Una enorme marioneta inflable, con luces en los ojos se movía con su gesto amenazador y cuando se escucharon las primeras estrofas de “another brick in the wall (part II)”, el público respondió con una gran ovación. El segundo gran trauma, la escuela, los profesores. No necesitamos educación, no necesitamos que controlen nuestras ideas, no más sarcasmo en las clases, ¡hey profesores, dejen a los niños en paz! Al final solo somos un ladrillo en la pared. Imágenes de los infantes entrando a la máquina terrorífica y transformados en embutidos. En la imaginación del pequeño, una gran revuelta, un salón de clases destruido, la reprimenda al malvado profesor. ¡Déjenos en paz! Pero nunca los dejaron. Una veintena de niños (que alcancé a entender que pertenecían a un reformatorio de la Ciudad de México) subieron con Waters; reclamaron, maldijeron a la marioneta, le gritaron, le gesticularon y al fin la hicieron desparecer.
Otro ser caricaturizado, de hule e imponente comenzó a molestar, era la madre, que al fondo del escenario y al ritmo de las deliciosas guitarras acústicas, lanzaba tremendas miradas en forma de haces de luz al espectador. Madre, ¿Están tratando de romperme los huevos? ¿Debo postularme para presidente? ¿Debo confiar en el gobierno? Y como respuesta a ésta última pregunta, en un costado de la barda, a la que poco a poco se le agregaban nuevos ladrillos, apareció un enorme: “Ni madres wey” y en el otro “No fucking way”. Waters comentaría después de su concierto en la ciudad de Bergen, Noruega, en Abril de 2007, que al interpretar esta canción y mandar el mismo mensaje, había miradas de incredulidad por todos lados. “Allá si confían en su gobierno, no lo podía creer” afirmó el desconcertado bajista. En el palacio de los deportes fue una de las ovaciones más sonoras y aplaudidas. “Aquí no confiamos en el nuestro” le hubiera contestado, de haberme preguntado, pero no fue necesario. Por supuesto que madre ayudará a construir esa pared, a convertir tus pesadillas en realidad, en trasmitirte todos sus miedos, en escoger a tus novias; madre siempre estará contigo. Otra vez la añoranza a Gilmour, a Mason en la batería, al recién fallecido Wright en los teclados, a Pink Floyd en su totalidad; esos fantasmas estaban omnipresentes con cada nota interpretada.
Cuando llegó “goodbye blue sky” se logró uno de los mejores momentos, una sincronía única entre letra, sonido e imagen. Mira mami, hay aviones en el cielo ¿Los alcanzas a ver, atemorizantes? ¿Alcanzas a ver las bombas que caen? Y se proyectaron las aterradoras imágenes de águilas imperiales convertidas en modernos bombarderos que vomitaban mortíferos proyectiles, de esas que han matado a millones de personas, la mayoría inocentes civiles. Del vientre de los aeroplanos se precipitaban centenares de cruces cristianas, medias lunas islámicas, estrellas de David, símbolos comunistas, signos de pesos (más bien dólares), logotipos de Shell y Mercedes Benz. Maquinarias letales, asesinas, despiadadas, peligrosísimas, radicales, para quien lo quiera entender.
Para “empty spaces” comenzó la transición del niño al adolescente, al rock star, al ser ensimismado. Otra pieza, no incluida en el álbum pero rescatada en la película (“what shall we do know?”) propone una introspección del personaje, en forma de preguntas al parecer sin sentido y algunas de ellas dirigidas a los miembros del grupo, en tensión constante por esas fechas. ¿Debemos comprar una nueva guitarra, un auto más potente; debemos trabajar hasta altas horas de la noche, debemos estar peleando siempre? ¿Arrojar bombas, destruir hogares, dormir de vez en cuando, tratar a gente como nuestras mascotas? En las pantallas una escena dramática, real, de una patrulla norteamericana en Irak haciendo un alto a civiles y pidiendo que dejen las armas, los interpelados no entienden y se acercan cada vez más a nosotros, como si fuésemos esos soldados amenazadores. Son acribillados sin piedad y sus armas eran unas inofensivas sombrillas utilizadas para cubrirse del sol. La última frase de la canción cae como un balde de agua fría, nuestras espaldas contra la pared.
Para el tema de “young lust”, pink comienza a interesarse en las féminas y sus encantos, se enamora, se casa y se retrae aún más. Esos mensajes grabados en cada surco de su afectado cerebro no lo dejan ser feliz. Necesita una muchacha, una mujer sucia, un remanso de paz que nunca llegaría. En la casi completa barda de ladrillos blancos, mujeres bailando sensual y sexualmente, desnudas, perfectas. Cuando llegamos a “one of my turns”, recordamos a esa muchacha, a esa grupie en la cinta de Parker, exclamando emocionada sobre el tamaño del departamento, de las fabulosas guitarras, ¿estás bien? Y la respuesta fue la destrucción del inmueble, el acto de aventar la televisión por la ventana. En esa escena, Bob Geldof articula las únicas palabras en la película que no formaron parte de las letras del disco: “¡Take that fuckers!” Nuestro personaje está desecho, al borde del suicido y en su momento más negro se acuerda de su mujer, de esa adúltera que se acostó con otros cuando él la llamaba desde los Estados Unidos. “Don’t leave now” se escuchó como un llanto, con una tristeza casi sobrenatural, inhumana. Otra marioneta, monstruosa, como si Dalí la hubiera diseñado en uno de sus momentos de mayor lucidez surrealista, apareció ante nosotros, imponente, descomunal. La imagen es la esposa, la mujer que aterroriza al vilipendiado personaje. Verde, con los labios cual fuego encendido y las partes íntimas descubiertas, amenazadoras. Ya se había visto en una escena, con anterioridad, la conocida imagen de dos flores en un rito de amor, sexo y muerte, tomadas de las animaciones que Gerald Scarfe hizo para la película y se vieron redondeadas por esta bizarra marioneta. No me dejes, no me digas que es el final del camino, recuerda las flores que te mandé, te necesito. Un mensaje de amor suplicante, hueco, vacío.
El personaje está por completo abstraído en sus alucinaciones cuando se escucha la tercera y última parte de “another brick on the wall”. La pared, inmensa, está casi terminada. No necesito brazos a mi alrededor, no necesito drogas que me calmen, he visto lo escrito en la pared, no necesito nada, en absoluto. En el ambiente se entrelaza la segunda pieza jamás incluida en el álbum original, pero de igual forma rescatada para el show en vivo y la multipremiada cinta de Alan Parker, “last few bricks”, y la pared está terminada, concluida en su totalidad, a excepción de un ladrillo, el del centro donde Waters se asoma e interpreta la desgarradora “goodbye cruel world”. Pink nos explica que se encierra en su pared, en su metafórica guarida y no hay nada que podamos hacer o decir para hacerlo cambiar de parecer. Podría tratarse de una nota suicida, pero no lo es. La música se detiene, el héroe (o antihéroe), hecho añicos, pone la última y definitiva pieza. Se encienden las luces y comienza un receso de 15 minutos durante los cuales se reflejan las imágenes de los hombres y mujeres muertos en acciones violentas, de guerra, de guerrilla o en casos como el nuestro, en batallas absurdas que vamos ganando con una cifra cruel de más de treinta mil “daños colaterales” en poco más de cuatro años. Personajes desconocidos (la mayoría) por nosotros, pero que dejan el anonimato al leer su historia. Waters agradece haber mandado las imágenes y los textos a través de su página en Internet. “Siempre los recordaremos”, fue lo último que se leyó antes de retomar los hilos conductores de la historia, contada de tal manera, que Kafka hubiera palidecido de envidia genuina.

¡Hey tú!, Afuera en el frío, volviéndote solitario y viejo, ¿puedes sentirme? ¡Hey tú! No me ayudes a enterrar esta luz, no te des por vencido sin pelear. “Hey you”, tema excluido de la versión fílmica original, e interpretada en su totalidad detrás de la barda, que separaba al respetable de los artistas. Guitarras acústicas angustiantes y una voz que llamaba al desfallecido, al aniquilado. Lo quiere de vuelta en casa, pero la realidad es que la pared es muy alta y no puede salir de ella. ¡Hey! No me digas que no hay esperanza alguna; juntos prevalecemos, divididos caemos. Se abre un ladrillo, aparecen dos de los guitarristas al ritmo de “is there anybody out there?” y cuando llegamos a “nobody home” se abre una sección, justo enfrente nuestro donde se recrea ese cuarto de hotel. La televisión, la lámpara, el sillón y el personaje sentado viendo las imágenes con una indiferencia total. Tengo luz eléctrica, una segunda visión, sorprendentes poderes de observación; así es como sé, cuando trató de llegar a ti a través del teléfono, que no hay nadie en casa….Tengo el imprescindible permanente de Hendrix. Una referencia al maestro que tanto influyó la manera de interpretar la guitarra a Gilmour. La escena es sencilla, se nota a un Waters muy lejos de su personaje, está sonriendo, cuando debería estar sufriendo. Ese dolor a lo mejor ya fue superado, pero fue parte fundamental para la concepción del álbum. Eduardo Galeano, escritor Uruguayo, refiriéndose al futbolista Rivaldo, dijo que le parecía increíble verlo patear el balón y acertar 7 veces seguidas en el larguero del poste. “Solo alguien que ha sufrido lo indecible puede sublimar todo ese dolor en un gran talento”. Waters hace lo suyo al repetir esta obra, nota por nota, grito por grito, imagen por imagen, con una perfección difícil de explicar.
¿Alguien recuerda a Vera Lynn? ¿Recuerdan cómo decía “nos volveremos a ver algún día soleado”? Personaje icono durante la segunda guerra mundial, cantaba esta canción para alentar a las tropas inglesas a regresar a casa sanos y salvos. Para Waters, Vera no dijo la verdad. En la pantalla de la gran muralla blanca se proyectó una secuencia, en extremo conmovedora, de una niña en un salón de clases; desfigurada por el llanto, la emoción, la felicidad de encontrase con su papá, vestido de militar, regresando a casa; a ella, Vera si le había cumplido. El bajista nunca pudo vivir esa experiencia y de niño decía que manejaría un tractor al otro lado del océano para traer a su progenitor de vuelta. “Bring the boys back home” resultó ser una breve pero significativa pieza al rescatar, estilizado en un grafiti callejero, una frase de Dwight Eisenhower:
Y llegó uno de los momentos cumbre de la noche, aquel que define la soberbia sinergia existente por muchos años entre la dupla Waters/Gilmour, la comunicación entre el mundo exterior y pink, entre lo real y lo irreal. “Comfortably numb” encontró al primero al fondo de la pared, cantando las primeras estrofas, con esa voz suave, ajena al mundo, a la realidad y que poco a poco entraba en el subconsciente del, totalmente apabullado, muchacho. Luego el fantasma de Gilmour, dividido en un cantante, respondiendo el diálogo y un guitarrista respondiendo la melodía, ambos fantásticos, los dos en la parte alta del muro, como queriendo salir del mismo en cualquier momento. Tus labios se mueven pero no alcanzo a escuchar lo que me dicen. Cuando era niño tuve esa fiebre, mi cabeza se sentía como dos globos, ahora tengo la misma sensación. Estoy cómodamente ido, drogado. Nada se proyectó en ese momento, al menos nada que valga la pena mencionar, excepto el final que explotó en imágenes digitales la pared en miles de fragmentos. La música llenó cada espacio y nos emocionó. Somos casi veinte mil almas afortunadas de presenciar esta pesadilla moderna, como el Fausto de Goethe descendiendo a los infiernos. La pieza duró unos ocho minutos y el tiempo se detuvo, se encapsuló ante miles de mentes azoradas, impresionadas, estupefactas.
Si alguien recuerda la película, durante los últimos acordes, pink salía de su capullo, viscoso, y se transfiguraba en ese dictador neo-nazi/fascista de la primera pieza. En esta ocasión esa transformación brutal se da al unísono con el tema “the show must go on” (único que no aparece ni en el álbum doble original, ni en la película, pero si lo hace en la serie de conciertos de principios de los 80’s) y sirve de interesantísimo preámbulo al clímax de la noche, a lo más alucinado y a su vez lo mejor logrado. “In the flesh” nos regala íntegro el discurso del dictador a sus seguidores, representados en esta farsa por los miles de asistentes al coso de Añil. Les tengo malas noticias dulzuras, Pink no se sentía bien, se quedó en el hotel; en su lugar nos mando a nosotros para ver donde están en realidad. ¿Hay algún maricón en el teatro esta noche? ¡Pónganlo contra la pared! ¿Hay alguien alumbrado en los reflectores que no me agrade? ¡Pónganlo contra la pared! ¡Ese de allá parece judío, ese es negro! ¡Pónganlos contra la pared! ¡Por allá hay uno fumando un porro y ese tiene espinillas! Si por mí fuera, les dispararía a todos. Los músicos están del otro lado de la pared, visibles, vestidos de negro, con los brazaletes del símbolo de los martillos marchantes. En las pantallas, el mismo simbolismo. En un acto de locura extrema y como la expresión surrealista más pura (como diría André Breton), el dictador toma una metralleta en sus manos y nos dispara a todos, nos aniquila simbólicamente, nos odia. Un enorme cerdo negro, como dirigible dantesco y pusilánime, recorrió cada espacio aéreo del recinto. Fiel a su costumbre, Waters añadió una serie de frases en los costados y trasero del puerco, entre las que destacó: . Esos cerdos en el aire que se han vuelto un animal imprescindible en la simbología pinkfloydiana. Cuando llegó “run like hell” el corazón de los espectadores estaba latiendo a mil por hora. En una primera parte, algunas figuras y palabras se formaron en la pantalla blanca, parodiando la “i” minúscula del popular reproductor de formato mp3, iPod. Así vimos a Stalin con la frase “iBeleive”, a Hitler con “iPaint”, algunos pequeños con “iLearn”, todos simulando escuchar un artefacto de estos. Un cementerio con la palabra “iPay”. Luego una serie de animales, también tomados de la fauna pinkfloydiana e incluidos en el extraordinario “Animals” de 1977. Unos cerdos de traje con la leyenda “iLead”, los feroces perros alemanes con “iProtect”, los borregos con cuerpos humanos, “iFollow”, los mismos borregos simulando arrojar piedras o bombas, “iResist”, los mismos cerdos trajeados, “iProfit”; carnes en canal salidas del matadero “iLose”. Para la segunda parte, los imponentes martillos marchantes se apoderaron de la pared. ¡Hammer, hammer, hammer! Cientos de herramientas se veían marchar, ordenados, destruyendo todo a su paso. El sonido de las pisadas era aterrador y el sonido cuadrafónico daba un toque siniestro, con bocinas en cada rincón estratégico del gran domo de bronce. ¡Corre, corre, corre, corre, huye!
Para “waiting the worms” la gran barda se llenó de asquerosos y reptantes gusanos. Waters mencionó que el significado de los mismos se traduce en la incomunicación del ser humano, en la decadencia y en el simbolismo nazi de la muerte y la degradación paulatina. Es común ver y escuchar la palabra gusano a lo largo del disco, producido por Bob Ezrin, quien le dio este toque de espectacularidad adicional a la obra de Pink Floyd. ¿Quieres ver a Bretaña gobernar de nuevo, amigo mío? ¡Solo sigue a los gusanos! ¿Quieres ver a nuestros coloridos primos irse a casa? ¡Solo sigue los gusanos! Todo era confusión, bocas atónitas, ojos bien abiertos, sentidos agudizados al máximo, cuando llegó un alto literal con “stop”. Alto, quiero irme a casa, quitarme este uniforme y abandonar el show; pero estoy encerrado en esta celda y necesito saber si durante todo este tiempo, he sido culpable. Con este cuestionamiento, se reprodujo, cuadro por cuadro, la animación del juicio, salida de la pluma de Scarfe para la película y magistral se vio en la imponente pantalla/barda/pared frente a nosotros. Cada una de las pesadillas, traumas y alucinaciones, se interpolaron en las imágenes proyectadas y el sonido, perfecto, retumbó en cada tímpano del respetable. ¡Buenos días, su gusana excelencia! El prisionero frente a usted fue sorprendido con las manos en la masa, mostrando sentimientos de la naturaleza más humana, inaceptables. ¡Traigan al maestro! Y ese fue el detonador para la paranoia más exquisita, una pesadilla donde vemos al personaje, arrojado inicialmente por el falso indigente del principio, siendo maltratado de todas formas posibles por las mismas marionetas caricaturizadas, por cada recuerdo de su patética existencia. El juicio se prolonga por unos diez minutos y termina de manera brutal y contundente. La evidencia presentada ante esta corte es irrefutable, no hay necesidad que se retire el jurado. En todos mis años de juez, nunca había visto ni escuchado a alguien que se mereciera todo el peso de la ley. ¡La manera en que lo han hecho sufrir, su exquisita madre y esposa hacen que me den ganas de defecar! ¡Hey juez, cáguese en él! Mi amigo, usted a expuesto sus miedos más profundos y lo sentencio a exponerlos frente a todos, ¡Derriben la pared! Y ese grito en inglés se volvió una sola garganta ¡Tear down the wall, tear down the wall, tear down the wall! La enorme estructura explotó y se colapsó frente a nosotros, atónitos. La barda quedó semidestruida, tal como la vimos al principio de la farsa, pero con los ladrillos derribados en el piso.
Lo siguiente es difícil de explicar, sería como ir a un museo y ver una pintura, sabiendo de antemano que no debe moverse, ni gesticular. De la misma manera se proyectaron imágenes en los restos de pared y en la pantalla circular, como si fuesen pinturas callejeras. Con la misma sensación de inmutabilidad descrita, las imágenes cobran vida, hacen un gesto, desprendiéndose de unos audífonos, y nos agradecen, nos dicen adiós con una gran sonrisa en los labios, para después volver a la postura original. El efecto fue grandioso.
De un costado de la pared semidestruida, salieron los músicos responsables de esta locura musical, con instrumentos acústicos, desde un acordeón hasta un banjo. Waters dijo unas palabras, ondeó una bandera mexicana, presentó a sus músicos, interpretaron la pieza “outside the wall” y se despidió. Al día siguiente, según videos documentales, también interpretó una versión de las mañanitas al ritmo de “another brick in the wall”, para redondear una noche de por si redonda en todos aspectos. Tal vez esta ópera rock surrealista progresiva no tenga el mismo impacto social o emocional que en su presentación inicial durante la gira de 1980-81, pero a título personal, es algo de lo más grandioso que he podido presenciar y lo agradezco. Estoy listo, se ha derribado esa pared.

MAIDEN SLAVES en el Blue Factor



Abril 2 de 2011.
La primera presentación: el nacimiento de una nueva bestia, tributo a la gran dama de hierro.
Por Carlos Zaldívar

We are one of the last heavy metal bands.
Iron Maiden has always been unique.
Adrian Smith


¡Otra vez! Esperar a que una banda abridora tocara y que llegara mi banda favorita: Los Cerdos.
Eran más de las 11 de la noche, y como siempre, el ansia por ver tocar a la banda principal, provocaba la desesperación.
Como banda abridora estaba anunciada “Maiden Slaves”, tributo a la legendaria banda británica Iron Maiden. Así que pedía que subieran al escenario, tocaran unos 5 ó 10 minutos, cero aplausos y se fueran; para que, finalmente subieran al escenario “Los Cerdos”, banda tributo a Black Sabbath & Dio.

Esto es lo que casi siempre, si no es que siempre, suceden en las tocadas. Ya tantos años de pasar por lo mismo que es como el cuento de nunca terminar. De hecho trato de evitar tocadas donde hay muchos grupos, ya con 3 son suficientes.
Pasar la mala organización que generalmente los bares aún no entienden y no apoyan a las bandas, porque las ven o las quieren ver como lucro para ellos mismos y el apoyo pasa a segundo término.
Las bandas abridoras, que generalmente forman parte del “rock desmadre” y que son apenas principiantes e inician la batalla por sobresalir. A muchas de ellas se les agradece el tiempo y el esfuerzo y lo único que les puedo decir es que sigan echándoles ganas y no paren hasta conseguir el objetivo que se planteen.

De “Maiden Slaves” pensé lo mismo.

Pero ya pasadas las 11:30 de la noche, o como dijeran Adrian Smith y Bruce Dickinson: - apenas “dos minutos para la medianoche” – subieron al escenario los integrantes de Maiden Slaves.
Los dos guitarristas, el bajista y baterista, y tras ellos una bella fémina vestida al estilo Dickinson con bermudas militares, botas, playerita y chaleco de mezclilla abierto, quien no subió y se quedó atrás del público.
De inmediato llegaron a mi mente las Iron Maidens, pero no. No debía dejarme llevar por la subjetividad y la belleza de ese personaje a quien sigilosamente seguí cuando caminaba paso a paso hasta llegar al escenario.

Arriba y con la primera rola, “Wasted Years”… quedé inmerso con la música, los instrumentos y con la mismísima banda. Todos estaban bien sincronizados, en el mismo canal y lo que llamó muchísimo la atención fue el sonido del “bajo”, tan clara y fuertemente que junto con las guitarras me sonaron a los mismísimos Murray, Smith, Harris y Gers.
A partir de esta rola, me metí de lleno en la objetividad y a la atención que merecía la banda. Debía calificar armonía, presencia en el escenario, música, voz, dominio de los instrumentos y sobre todo las ganas de estar ahí, y obvio, también la semejanza con las rola de Iron Maiden.

Bandas tributo a la banda británica original, hay muchas, y destaco básicamente a los Iron Kids y Iron What?
Cuando llegó la segunda rola, me pregunté si incluiría junto con las dos bandas anteriores a “Maiden Slaves”. No llegó la respuesta de inmediato, sabía que tenía que terminar.
Seguramente tocarían las rolas básicas como “The Number of the Beast”, “Wrathchild” o “Run to the Hills”, porque son las más comerciales y digamos, las facilitas.

¡OH, Diablo Mío! Me llevé la sorpresa de la vida, pues además de las rolas anteriores, se aventaron “The Phantom of the Opera” y “Rime of an Ancient Mariner” en sus versiones muy similares en cuanto a la música, a la Gran Dama.
Pam es la encargada de las vocales de grupo, con una voz tipo “contralto” aunque en ocasiones pudieran surgir tonos de “mezzosoprano dramática”, pero a fin de cuentas: ¡Que voz, caray!
Los encargados de las cuerdas principales están a cargo de Edu Bueno, aquel mismísimo cerdo del que ya he hablado, y de Polo; el bajo está a cargo de Ernie y las batacas a cargo de Sirmaster.

Lo importante de esta banda principiante, es que noté que efectivamente tuvieron que haber ensayado mucho tiempo, meses atrás. La música les fluye y se nota la pasión que descargan sobre los instrumentos. Insisto: los tres instrumentos de cuerdas están bien sincronizados y la cohesión entre sus dueños de igual manera.

Es una banda que promete mucho, tampoco quiero alabarlos desde su primera presentación pero SÍ reiterar que debemos apoyarlos, pues tienen el suficiente carisma, conocimientos, experiencias y sobre todo, ¡ganas! de sobresalir en la escena nacional como banda tributo, si así lo quieren.

Tampoco sé del objetivo como banda ni del de cada uno de sus integrantes, pero SÍ constato sus conocimientos musicales. Cuentan con todo para que “Maiden Slaves” sea una de las mejores bandas a nivel nacional e internacional, sólo, hay que hacerlo bien.

Tendrán el apoyo de sus fans, de nosotros y de otras bandas de renombre.

¿Cuál es la próxima presentación?
En cuanto me lo informen lo publicaré para que no se pierdan de una extraordinaria experiencia musical, porque después de que los hayan visto, van a querer más, y más.

Un abrazo fraternal a Pam y Ernie, quienes, al parecer lideran emocionalmente a la banda…
Polo, un gran saludo y felicitaciones por esos videos que has subido. ¡No ma…! Excelentes cuerdas en “Badiniere”. Insisto: Los Clásicos son los padres del Metal.
Sirmaster: buenos brazos con las baquetas, a darle duro, bro.
Mi querido Edu, ¿Qué más te puedo decir o alabar? Esas 8 cuerdas me dejaron buen sabor de mente y alma, hasta conseguir 3 orgasmos cerebrales continuos. ¡Un abrazo! Y sigue apoyando a los Maiden Slaves…

Nos vemos en el próximo toquín, y ¡ya vayan al norte!

LOS CERDOS en el Blue Factor


Banda Tributo a Black Sabbath & Dio.
Por Carlos Zaldívar

El hombre:
Un milímetro por encima del mono,
Cuando no, un centímetro por debajo del cerdo.


Sobre las bandas tributos, no había vuelto a hablar desde que Iron Maidens se presentó en aquel Hard Rock Live de esta Ciudad de México. Fue en septiembre de 2006. De hecho aquel artículo lo inicié con la frase: “Realmente no soy muy fan de los tributos…”.
Fui a ese concierto porque Aja Kim y Linda McDonald, a quienes contacté, me mandaron unos flyers junto con mi boleto de entrada.
¡Wow! Fue una tremenda tocada la que ofrecieron. Y desde entonces he sido testigo de muchos grupos tributos de las grandes bandas de Rock, de buena música.
He recorrido algunos bares / antros con bandas tributo y hay, tanto malísimas bandas como bandas de muy buen nivel, de primerísimo nivel: Los Cerdos es una de éstas.

En Las Vegas, según lo platica mi hermano celenita, Juan Manuel “Choks” Marruenda, quien vive y trabaja allá, en la última década, quienes llenan los bares, antros y salas de teatro, son las Bandas Tributo y que precisamente se quieren internacionalizar. Bandas tributo a Maiden, Journey, Def Leppard, Zeppelin, Scorpions, Metallica, etc.
Pues esta oleada de Bandas Tributo también existe aquí en la Ciudad de México. Obvio, que también allá como aquí que existen bandas tributo que apenas y se les acerca a la original y que más bien son para formar parte del “rock desmadre” del que ya he hablado en otras ocasiones.

Los Cerdos tienen ya más de doce meses en el “chiquero”. Este trío de “Buenos Corteses” salió del corral para deleitarnos con covers de la mejor banda de metal del planeta: Black Sabbath; y del mejor vocalista que haya existido en el género; Ronnie James Dio (breve inclinación).

De vista conocía al guitarrista, Edu Bueno, de algunos lares cercanos a nuestra colonia y en otras tocadas, y finalmente llegaron a mis oídos comentarios sobre “Los Cerdos”, y muy buenos, así que me puse como siguiente parada: Los Cerdos.
Por circunstancias de agenda u horarios preestablecidos, no pude asistir a las siguientes tocadas, pero no fue hasta el mes de Agosto de 2010, cuando pude juntar entre otros eventos, el conciertazo que se aventaron en el Red Pool junto con otras 2 bandas, también de tributo.

Así que, ¡prestos! Nos fuimos al bar en esa ocasión. Se presentaban Los Cerdos, Mönster Crüe, y Dynasty; bandas tributo a Sabbath, Mötley Crüe y Kiss respectivamente.
Al bar asistimos demasiadas personas que el lugar quedó abarrotado de fans de las bandas, de amigos que había invitado y de un sinnúmero de músicos.
Fue una noche extraordinaria, y al momento en que Los Cerdos abrieron el escenarios, todos nos juntamos hacia el frente, a punto de abrir el “slam”, que por obvias razones y espacio es casi imposible… y mucho menos armar un “wall of death”.
Los Cerdos, de inmediato llamaron mi atención, las rolas, la música, el vocalista… fue todo un viaje al recuerdo de los conciertos de Sabbath en el 92, con Ronnie en las Vocales.
Ahí, los escuché y los disfruté subjetivamente, pues de los primeros a los últimos decibeles, tuvieron mi atención, a la par que convivía con mis “metal headbangers brothers” que me acompañaban.
“¡Que Bandota!” – fue mi primera expresión al salir. Debo de verlos nuevamente para escribir sobre ellos.
Sabía perfectamente que si lo hacía en ese momento, la subjetividad me ganaría y entonces mis palabras se verían mermadas por los sentimientos.

Deseaba ya escucharlos nuevamente, pero pasaron sus presentaciones en el RockStore de Tlalnepantla; Kiss Lounge de Toluca y el Black Dog en Querétaro y tuvo que llegar el sábado 2 de abril para lanzarme, junto con mi hijo Rick, al Blue Factor ubicado a la entrada del Ajusco en el D.F.
La cita estaba marcada a las diez de la noche, pero fue hasta las once cuando ya me comenzaba a desesperar, sabía que abriría una banda tributo a Iron Maiden, y como regularmente pasa, son bandas desmadre que tocan precisamente eso: Rock Desmadre. Así que tras unas chelas, solo miraba el reloj, que muy lentamente avanzaba.
Afortunadamente entablé pláticas con el bajista de Los Cerdos, Fer; y con Jorge “Pipo” el baterista. El tiempo seguía transcurriendo.
Fue poco el quórum en el antro, y ya quería que iniciara la banda abridora, que tocaran 5 minutos, que se fueran y que llegaran Los Cerdos.

A las 11:35 en punto subieron al escenario los Maiden Slaves, y la sorpresa fue enorme. En este mismo blog, escribiré al respecto, porque “merecen” un apartado propio.

Finalmente, después de la primera hora del domingo tres de abril, subieron esos 3 cerdos músicos al escenario, tomando su instrumento musical y evocando a Dio con una introducción larga para Neon Knights.

¡Puta Madre! De ahí en adelante, todo el camino hasta llegar a “Crazy Train” del maestro Ozzy, pasamos por “Die Young”, que para mí fue de las mejores interpretaciones esa noche, junto con Holy Diver, del ahora inmortal Ronnie James Dio; también aparecieron “Paranoid”, “Heaven and Hell” y “Children of the Grave” entre otras.

Pero dejen contarles, mis queridos dos lectores, que ver a Edu tras las 8 cuerdas en una lira negra y bien amada; ver a Fer en el bajo tocándolo y disfrutándolo como se ese instrumento fuera una ninfómana insatisfecha y detrás de ellos, en las percusiones, el maestro de las batacas, Jorge “Pipo” Cortés, quien como siempre lo hemos platicado, este instrumento se debe tocar con el corazón y el alma, de lo contrario no habría música de calidad.

Estaba frente al escenario, disfrutando cada nota, decibel, letra, movimientos, pisadas y batacazos de este trío genial.
Son y serán rolas, las de Iommi, Butler, Ward, Dio y Osbourne entre otros, las mejores de todos los tiempos. Black Sabbath es la fuente del metal puro, único e irrepetible.
Y éstas mismas, interpretadas por Los Cerdos, las han hecho ya parte de un legado permanente, que perdurará por los siglos de los siglos.

Hablar de Bandas Tributo, me enfocaré a dos puntos de vista únicamente, las que se dedican a realizar los covers e imitarlos a casi un 100%. De estas hay muchas y pocas son realmente buenas, para muestra hay muchos botones.
El tributo a Led Zeppelin por Great White es indiscutible uno de los mejores tributos a la banda. Disco completo este tributo hizo una copia casi fiel del Zeppelin original.
El otro tipo de Bandas Tributo son quienes realizan los covers de la banda, PONIENDO su toque original, aportando sus ideales y formatos muy personalizados a la banda original. Y este es el caso de “Los Cerdos”, quienes (y repito: es un punto de vista muy personal) han hecho de las rolas de Sabbath, Dio y Ozzy unas rolas muy, pero muy parecidas; con el TOQUE en las vocales muy peculiar, ya que la voz de “Pipo” está entre las agudezas de Ozzy y las maravillas graves de “Dio”. Las vocales de “Los Cerdos” ya se puede decir que son únicas, son parte de la esencia de Los Cerdos y son su ID para poder distinguirlas inmediatamente.
Las 8 cuerdas de Edu, retomando la esencia de Iommi, son de excelente interpretación; además no es fácil tomar y aceptar el compromiso de ejecutar “es estilo” del líder guitarrista zurdo de Sabbath: Tony Iommi. Mi querido Edu, tienes un compromiso que seguir y mantenerlo siempre en alto, porque hacer eso que tú haces, no cualquiera, y mucho menos interpretarlo con tanta pasión, gusto y felicidad arriba del escenario.
Interpretar a Iommi, es todo un reto. Ser testigo de que ese reto es satisfactorio no ha tenido madre, y mi hijo y yo hemos sido testigos.
Por otra parte, tomar el papel de “Geezer” Butler en el bajo, a mi opinión particular, Fer lo ha casi perfeccionado. Le ha puesto mucha más potencia, energía y muchísimo toque especial con el pulgar derecho en las 4 cuerdas, que además de tocarlas con placer, las insulta y las golpea… y éstas responden favorablemente.
Para muestra, pues todo el repertorio anterior. Con “Heaven and Hell” han sellado este tributo a la mejor banda del metal, y a ver, que alguien me contradiga. Pero Black Sabbath es simplemente Black Sabbath.
Dio ha pasado a la inmortalidad con un legado impactante. Dio es ya parte del legado musical, tanto así que será adorado por la futura Iglesia del Heavy Metal en el Reino Unido, y muchos fieles seguidores y apóstoles de esta “religión”, “espiritualidad” y “forma de vida” lo seguiremos constatando.
Porque “Los Cerdos” así lo quieren, seguir constatando la inmortalidad del legado de Sabbath, Dio y Ozzy, de toda es música que nos brinda tocada tras tocada.
“Nativity in Black” en sus dos volúmenes, son un comprobante del segundo tipo de bandas tributo, donde cada grupo ha puesto su “esencia” a cada rola de Sabbath.
¿Acaso, “Los Cerdos” aparecerán en un Nativity in Black 3?
Y si no, pues esperemos que estos marranos metaleros saquen alguna compilación de audio de este tributo.
De hecho, ya me regalaron un cd con los videos de algunas de sus presentaciones. E insisto: si no han visto a Los Cerdos en vivo… pues, ¡¿QUÉ CARAJOS ESPERAN PARA IR?!

Mis queridos hermanos, Edu, Fer y Pipo: me cae de madres que merecen toda la atención de tanto fanático exista de Sabbath en el planeta. Y para esto tienen que seguir haciendo lo que les gusta: puro, total y absoluto metal de Sabbath & Dio.
Sigan esparciendo el cisticerco y llevando el chiquero hasta los bares / antros más lejanos que puedan, lleven el evangelio de Iommi & Dio hasta aquellos lugares recónditos donde exista gente que necesite ser salvada de tanta “mierda” musical. Sean y vivan como ahora Dio manda. Siempre toquen lo que les plazca y nunca toquen para otros, pero eso sí: SIEMPRE compartan lo que toquen, porque así, siento yo, lo han hecho.

Les mando un fortísimo abrazo y mis mejores deseos musicales para ustedes. Sigan batiéndose en cada corral que visiten y no olviden saludarme en alguno de esos.

Otro abrazo a Rick, mi hijo y padawan del metal, quien me ha acompañado recientemente en estos menesteres de las bandas.

Pues bien, estimados lectores, sigan disfrutando de la buena música y que Dio los bendiga por los siglos de los siglos…