Cuento: Raúl y el Sexo

RAÚL Y EL SEXO

Por Carlos Zaldívar

Terminó el partido de baseball muy temprano, antes de lo previsto. Era domingo y el marcador final fue de tres carreras a una. Raúl y sus compañeros perdieron, a pesar de que éste anotó la única carrera de su equipo.

Raúl es un joven solitario, que está a punto de cumplir los cuarenta años. Sólo y ya sin familia. Vive en una colonia cercana al Bosque de Chapultepec, rodeada de jardines, comercios y bastante tráfico.

Trabaja todo el día en una empresa ubicada en el municipio de Tlalnepantla, y por ende, sale desde temprano de su pequeño departamento hacia el trabajo. Regresa ya muy tarde y todos los días convive con un pequeño loro, que ha estado a su lado desde hace 8 años.

Fatigado, todos los días sube a su departamento, ubicado en el séptimo piso. La cena es poco común, pues el hambre va desapareciendo cuanto más cerca está de su cama.

Esa noche, de regreso a casa, circulaba por el pequeño jardín colindante con el patio trasero del edificio de su departamento; y alcanzó a escuchar gritos.

Consternado, bajó la velocidad, se estacionó frente al jardín con las luces altas encendidas y revisó hacia el fondo donde se situaban árboles pequeños. Alcanzó a divisar algunas sombras de personas que forcejeaban entre sí, y de instinto, sin apagar el automóvil tomó el bat que siempre trae en el asiento trasero.

El automóvil de Raúl era un Ford de los años setenta, mal cuidado, y lleno de bolsas vacías de frituras y restos de comida chatarra. Uno que otro envase de refresco y varias latas de cerveza vacías se podía encontrar debajo del asiento del copiloto.

Así pues, corrió sin temor alguno a lo que se fuera encontrar al final. Conforme avanzaba se daba cuenta que eran tres hombres fornidos y mal vestidos con bolso de mujer y jaloneando el vestido de aquella, seguramente para ultrajarla.

En cuestión de milésimas de segundo, Raúl no midió las posibles consecuencias y de inmediato se abalanzó contra los tres hombres. Éstos recibieron varios golpes, tan fuertes, como de cualquier “cuarto bat” en una serie mundial.

Después de cuatro o cinco golpes, estos tres mal vivientes emprendieron la huida, ya sin el bolso y sangrando, como se notaba en el piso.

Se esfumaron en la más negra oscuridad de esa noche.

Deborah regresaba de la terminal de autobuses, bastante triste y melancólica, cuando tres sujetos le toparon el paso, la intimidaron y comenzaron a quitarle sus pertenencias, para luego intentar desvestirla y abusar de ella.

Internamente, ella tenía muchas ganas de tener sexo, pero no de esa manera. Por eso mismo ansiaba el retorno rápido de la persona a quien había ido a despedir… pero faltaban ocho meses. Se había ido de imprevisto por cuestiones laborales a otro país y con apenas dos días de una relación formal.

Cuando Raúl y Deborah se calmaron, se miraron a los ojos, y ésta le agradeció infinitamente por haberse aparecido en el momento preciso, antes de alguna fatalidad. Le pidió que la acompañara a su casa y le serviría de cenar. Él aceptó de inmediato y su perversión empezó a trabajar. Por algunos segundos pasó por su mente que después de la cena podría gozar plenamente ese cuerpo tan delicado, bello y moreno que lo incitaba con el simple caminar.

Fue una noche de romance.

Han pasado apenas seis meses de aquella noche gloriosa en que Raúl defendió y salvó la vida a la mujer de quien a la fecha sigue enamorado perdidamente.

Ella era recién casada, y hoy, aún vive una virginidad que guarda el regreso de su esposo; sin saber que él ya no regresará.

Esa noche, Raúl recuerda que no tuvo sexo, pero el romance vivido en esos instantes, aún prevalece todos los días cuando se acuesta y sólo los recuerdos de Deborah lo hostigan sexualmente.

1 comment:

bren said...

deseos que se quedan en eso: deseos...