Cuento: Los Imanes (Excelente colaboración)

LOS IMANES

Por Alejandro Corral

“La imaginación es más importante que el conocimiento”

Albert Einstein

“HOY D0S”, decía el mensaje del refrigerador formado por los imanes que había regalado a mi hija. Consistía en las veintisiete letras del abecedario y los diez números universalmente aceptados. Cuando sucedió por primera vez, no le tomé importancia. Pensé en mi pequeña de cuatro años; asistía al kinder y comenzaban a enseñarle algunas palabras. Dos días después del incidente, nuevamente apareció un mensaje: “HOY CINC0.” Comencé a sentir algo de curiosidad. Mi retoño estaba ya en su cuarto, a merced del dios Morfeo, así que mi duda se alargaría por una noche más.

“No soy yo papá, es mi amigo Silverio. Le gustan mucho las galletas y cuando pone un mensaje lo hace para que sepamos cuantas se ha comido.” Mi pequeña tiene una imaginación extraordinaria y no quiero por ningún motivo corromperla con estúpidos regaños o conjeturas.

Los mensajes siguieron repitiéndose de manera regular. “HOY TRES”, “HOY SIET3”, cuando más hambre tuvo “Silverio”. Mi esposa nunca se enteró de esta comunicación secreta entre nosotros. Las migajas siempre aparecían en su cuarto al día siguiente del mensaje.

Comenzamos una especie de ritual. Yo escondía el tarro de galletas en un lugar distinto cada día, contaba las galletas y de acuerdo al mensaje, validaba el resultado final. Siempre exacto. Al principio escogí lugares de fácil acceso, sin embargo, viendo la simpleza para descifrarlos, ubiqué algunos escondites menos accesibles. Siempre los encontró sin la menor dificultad. En una ocasión escondí el preciado tesoro en la parte alta del clóset. Inaccesible incluso para mí, ya que fue necesario el uso de una escalera. Mismo resultado. Con mucha curiosidad pregunté a la pequeña traviesa cómo había hecho aquello. Su respuesta fue la misma: “Yo no soy papi, es Silverio”.

“Hablemos pues del famoso Silverio”, le dije. Me contó sobre su gusto a las galletas, a los soldaditos de plomo y sobre todo a jugar a las escondidas. Tenía la misma edad de macuca (como decíamos de cariño a la niña). Había que admitir algo: la historia estaba muy bien planteada para una pequeña de cinco años. En fin, el juego de las galletas siguió por un buen tiempo.

Un día, mi esposa y yo salimos un momento a comprar algunas provisiones para la despensa. No tardaríamos mucho y la niña estaba dormida. Al regresar, para nuestra sorpresa y preocupación, su cama estaba vacía y no había señas de ella por ningún lado, bueno casi por ningún lado. En el refrigerador un mensaje decía: “CON ABUEL0”. Mi suegro vivía a dos cuadras de la casa. Hablamos a su morada y para nuestro alivio, macuca estaba comiendo leche y panquecitos con los abuelos. Del susto no pasó, afortunadamente.

Otra ocasión, mi esposa y mi retoño salieron de viaje a visitar a una de mis cuñadas. Estarían fuera dos semanas y tendría la casa a mi entera disposición. Se organizaron varias partidas de dominó y una carne asada el domingo. Había que aprovechar esa singular soledad. Uno de esos días noté otro mensaje: “GAL1ET4S DON9E”. Al verlo, supuse un mensaje de macuca. El tarro estaba vacío, así que para no olvidar llenarlo, puse algunos deliciosos manjares infantiles en él. Al día siguiente en el refrigerador se leía: “HOY CUA7R0”. Solté el vaso de leche que me había servido. Estaba completamente solo en esa casa. Corrí al cuarto de mi hija y ahí estaban: migajas regadas en el piso. Regresé a la cocina, tomé un cuchillo grande y comencé a preguntar ¿quién anda ahí? Los imanes comenzaron a moverse. “SILVER1O”. Notablemente asustado volví a interrogar ¿qué quieres de mí? Los magnetos volvieron a cambiar de posición. “GAL1ET4S”. Con un susto del carajo, le pedí no hacerme daño. Nuevamente los imanes formaron una nueva oración: “YO BUEN0”. Más tranquilo, debo admitirlo, formulé otro cuestionamiento: ¿por qué estás aquí”. Los imanes se acomodaron nuevamente: “HERMANITO”. Seguí preguntando, pero los magnetos no volvieron a moverse. Como han de imaginarse no dormí tres noches seguidas.

Llegaron mis dos mujeres y no hice comentario alguno de lo sucedido. Hubo sin embargo una noticia por parte de mi esposa. Seríamos padres por segunda ocasión. Pregunté a macuca sobre cómo se sentía. Contestó: “Ya lo sabía, Silverio me lo dijo”. Mi esposa levantó los hombros en señal de incertidumbre.

En la noche volví a hablar con mi hija. Sereno le cuestioné sobre Silverio, quien se había convertido en el personaje más importante en mi vida. Le pregunté cosas como ¿Lo has visto? ¿Se ha comunicado contigo? ¿Cómo lo conociste? Ella, algo confundida por mi insistencia, me abrazó y me dijo: “Es mi ángel de la guarda, me lo dijo”. Resolví pues no insistir más. Los mensajes en el refrigerador continuaron de manera regular durante todo el estado de gravidez de mi esposa. Dos semanas después del incidente que me puso los pelos de punta, se me ocurrió preguntarle a macuca sobre su preferencia de sexo para el bebé en camino. Ella, tranquila, dijo: “es niño papá, ya lo sé”. No me molesté en preguntarle cómo podía asegurar tal cosa.

El embarazo de mi mujer transcurrió de manera normal, así como la vida en la casa. Salvo los mensajes en el refrigerador, todo era perfectamente estable, tranquilo. Nació el pequeño una tarde de verano. La comunicación con los imanes cesó. Macuca estaba muy contenta con su hermanito, al que pusimos por nombre Oscar (estuve meditando muchas veces ponerle Silverio, pero al final desistí de la idea.) Un bebé muy tranquilo, casi no lloraba.

Una calurosa tarde de Junio, cuando tenía unos ocho meses, estaba en su andadera recorriendo toda la casa. Se detuvo frente al refrigerador y se quedó observando fijamente los imanes. Macuca lo observaba y los bajó, de tal modo que pudiera alcanzarlos. Vi que empezó a jugar con ellos. Al acercarme a la escena noté un orden singular en los magnetos, pero no alcanzaba a distinguirlos bien. Me estorbaban las manos del pequeño Oscar. Al retirarlas le pregunté, jugando, sobre lo que había escrito. Créanme esto: en una situación normal, alguien, cualquiera, habría tirado el vaso de leche como yo aquel día. No era el caso conmigo. Comprendí algo, ese pequeño ser de apenas ocho meses sería por siempre el ángel guardián de mi hija. El mensaje decía: “SOY 5ILVER10”

Alejandro Corral (Mayo 2000)

1 comment:

bren said...

Muy bueno... me tuvo en suspenso y hasta un poco de miedo me dio... pero qué manera tan "romántica" de hablar de espíritus... porque eso de ángel de la guarda no lo creo