Peter Murphy






















El Señor Rayo de Luna o la historia del vampiro que escupía rosas Peter Murphy. Clausura del 29º Festival de México en el Centro Histórico. Museo Diego Rivera - Anahuacalli.
19 de Mayo, Ciudad de México
Por Alejandro Corral

“Como sucesor de su exitosa ópera prima (In The Flat Filed), Mask fue
un notable progreso, un paso hacia delante y una confirmación de que
cada músico tenía el potencial para una carrera artística longeva, como
lo demostraron tras la separación de Bauhaus en 1983, cuando cada uno
 de ellos continuó por su cuenta con buenos resultados y se convirtieron
en un nombre familiar en el circuito de las reuniones”
                                                                                                               Alexandra Heller-Nicholas
Editora en jefe de Fiend Magazine.  Revista especializada

en cultura y música dark; la más importante en Australia

Colaboradora regular de la Melbourne’s Beat Magazine


Existen sobrenombres que definen la personalidad de un individuo, de un artista. “El Duque Blanco” se le conoce a David Bowie; “El Rey Lagarto” a Jim Morrison; “El Mano Lenta” a Eric Clapton; “El Jefe” si hablamos de Bruce Springsteen; “El Príncipe de las Tinieblas” al referirnos a Ozzy Osbourne; “Sus Satánicas Majestades” a The Rolling Stones. Un halo de leyenda, de divinidad se forma ante ellos, precedidos de sus motes ganados a pulso. Existen otros que el mismo medio ha otorgado de manera casi unánime: “La Madrina del Punk” para la indomable Patti Smith; “Los Sacerdotes del Metal” para referirnos a Judas Priest; “El Rey” y “La Reina del Pop”, para Michael Jackson y Madonna, respectivamente; “El Padrino del Metal” se le conoce a Lemmy Kilmister, líder de Motörhead. Y aquí es donde entra este personaje formado en los ambientes más subterráneos londinenses ochenteros, Peter Murphy, “Mr. Moonlight” como él mismo se ha bautizado en reciente gira, pero que carga en sus espaldas el incómodo (según sus palabras) apodo de “El Padrino del Gótico”.

Cuando uno revisa libros, revistas y publicaciones especializadas en el tema, casi todos coinciden en que el antecedente más remoto lo encontramos en el sencillo de la banda Bauhaus, “Dark Entries” editado todavía como Axis Records y que fue el único reeditado por 4AD al cambiar de nombre. Esto ocurrió entre finales de 1979 y principios de 1980, en el ocaso del punk, en lo que ahora se le conoce como post-punk. Esa muestra, después sería incluida en el tremendo álbum debut “In The Flat Field”, documento sonoro esencial para comprender los orígenes de un género muy singular, de culto, de seguidores orgullosísimos de serlo. Con todos los elementos prestados del punk británico, esta agrupación gestada en Northampton, Inglaterra irrumpió la escena musical con toda la furia necesaria para llamar la atención de Ivo Watts-Russell y ser firmados para su experimento que ahora conocemos como 4AD. El resto es historia, anécdotas, conjeturas. En ese entonces el vocalista era el espigado jovencito Peter John Murphy de escasos 23 años; con ellos editaría cuatro álbumes, uno por año, en el periodo de 1980-83, sentando las bases de lo que ahora conocemos como rock gótico.

El proyecto resultaría efímero y en el mismo 1983 la banda se separaría. Murphy por su lado formaría la fugaz Dalis Car con quienes lanzaría “The Walking Hour” (1984). Ante el paulatino fracaso comercial y algunos problemas personales, decidiría probar en solitario, apoyado por el sello Beggars Banquet. Así, vería la luz “Should the World Fails to Fall Apart” en 1986, generando algunas reacciones encontradas: por un lado lograría colocarse en el #82 de las listas de popularidad británicas, pero por el otro, demostraría estar alejado de su años de gloria subterránea, pero con los primeros trazos de lo que sería su ahora característico “timbre de voz de terciopelo negro que te acaricia el oído, piel e imaginación”, escribiría una colaboradora del periódico La Jornada hace unos días, en una descripción muy exacta del cantante.

Para 1988 llegaría “Love Hysteria”, mejor recibido y con esos guiños a su “mentor” David Bowie, del que tomaría prestado ese descarado desenvolvimiento escénico, repleto de vestimenta estrafalaria, manierismos, androginias y exageraciones. Un par de piezas son catapultadas hacia el “chart” europeo y esas baladas desgarradoras, comienzan a tomar forma en la mente del artista. La consagración lo sorprendería con “Deep” (1988) su placa mejor vendida, recibida y criticada a la fecha. El sencillo “Cuts You Up” llegaría a las listas de popularidad de varios países y tendría una constante rotación en la radio de los cinco continentes. Por esos días, el carismático vocalista establecería su residencia en Turquía, y el contacto con la escena musical local, le abriría la mente hacia otros horizontes.


 “Holy Smoke” (1992) con esas reminiscencias turco-iranís, nos deleitaría los sentidos y el tremendo corte “The Sweetest Drop” repetiría el éxito comercial de su antecesor, siendo un disco harto apreciado entre las comunidades oscuras. Del mismo talante haría su aparición “Cascade” (1995) con un uso más enfático de los sintetizadores y donde las influencias del Medio Oriente son tan evidentes como el elegante trabajo de sus cuerdas vocales y su adherencia al islamismo como forma de vida. Este marcaría su última colaboración con Beggars Banquet o su subsidiaria 4AD. Tendrían que pasar siete años para volver a saber de él con “Dust” (2002), un magnífico material que es lo más parecido al gótico irreverente y demoledor de Bauhaus. Y tal vez la palabra irreverente sería la menos apropiada, pues con su afiliación musulmana, esos contextos no son enfatizados, pero la estructura musical sí recuerda sus inicios y estamos hablando de su álbum más ambicioso, aunque con escasos resultados comerciales. Un crítico apuntó sobre el mismo: “es evidente que Murphy no solo está influenciado por la cultura turca, se nota que la vive, la respira y la transpira por los poros”.

Dos años después nos presentaría “Unshattered” (2004), que no vale la pena ni en las letras gastadas para escribir su título. Lo rescatable de esa primera década del nuevo siglo llegó hasta el 2005, cuando, en un hecho que nadie adelantaba, se reunió con sus ex compañeros de Bauhaus y a la postre editarían un nuevo álbum, “Go Away White” (2008) que hizo honor a ese nombre de culto, de reverencia en oscuros círculos musicales. Aunque ya había un antecedente en 1998 con el “Resurrection Tour”, del que se grabó el gran álbum doble en vivo “Gotham”, la placa inédita de los dosmiles fue celebradísima entre los adeptos de la banda, quienes esperaban, ansiosos, una serie de presentaciones en vivo que nunca llegarían y por segunda ocasión (de hecho tercera, en estricta teoría) la asociación sería tan fútil como lo que duran dos peces de hielo en un “whiskey on the rocks”, si el maestro Sabina me lo permite.

Luego de esa experiencia con sus fantasmas del ayer, Murphy grabó una serie de covers, recorriendo varias partes del planeta, incluso viajando con Trent Renzor y sus Nine Inch Nails. A la par, llevaba algunos años anunciando nuevo material y, fiel a su costumbre de sorprender, “Ninth” hacía su aparición en Junio de 2011 con unos cortes de magnífica manufactura, breves, incisivos y no llegó solo, pues un hijo bastardo nacería unos meses después, bautizado como “The Secret Bees of Ninth EP”. Y es un agasajo escuchar estos trazos tan bien pulidos, pesados, muy pesados, como nunca había sonado Murphy en sus años de lobo (perdón vampiro) solitario. No faltan sus inseparables teclados, sintetizadores y demás trucos electrónicos, pero su columna vertebral la conforman unas guitarras estridentes, un bajo trepidante y esa voz tan especial que pareciera inmune al paso del tiempo. Y tampoco deja de lado las baladas que conmueven hasta el corazón más endurecido por la cotidianidad.

Aunque el inglés ya se ha presentado varias veces en nuestro país, no deja de ser notica que haya sido elegido para cerrar un festival que el año pasado vio a Patti Smith clausurar, en la misma sede, la edición vigésimo octava. Una urbe tan cosmopolita como la despiadada y a la vez fascinante Ciudad de México, con su gran cantidad de propuestas musicales de todos estilos, clores y sabores puede convertirse en un arma de doble filo, sobre todo para el bolsillo. Y se ven los grandes carteles anunciando a los artistas más comerciales de habla hispana y lenguas extranjeras, pero escondido en el rincón más oscuro y tenebroso, donde pocos tienen la osadía de asomarse, ahí donde acosan los seres más siniestros, de pronto nos encontramos con agradables sorpresas, algo como esto: El Señor Rayo de Luna escupirá rosas al público mexicano que guste acompañarlo a la casa de Diego Rivera, llamada Anahucalli, para una última velada del 29º Festival de México en el Centro Histórico. Una breve nota, perdida entre miles.




La Crónica
“We took ourselves very seriously”
Peter Murphy en 1995, hablando de sus años con Bauhaus
       
En la página oficial del cantante, se promueve su reciente gira Mr. Moonlight, como una referencia irónica al tema “Who Killed Mr, Moonlight?” del disco “Burning from the Inside” (1983) de su banda origen Bauhaus. Leyendo los textos, se explica que la serie de presentaciones en vivo incluirán única y exclusivamente material de la referida gótica agrupación, celebrando 35 años de su fundación. Sin embargo se hace una excepción: el show en la Ciudad de México no será parte del recorrido, pues complementa un festival internacional del cual el artista está orgulloso en agregar su nombre y en el que interpretará canciones de su más reciente material, así como algunos de sus años de solista, sin dejar pasar las sorpresas construidas por la nostalgia. Y nos hace una atenta invitación a asistir.

Si uno tenía la curiosidad de revisar la programación del multi-mencionado festival, los eventos eran variados, eclécticos, muy bien organizados. En el transcurso de once días (9 – 19 Mayo) en dieciocho sedes, se presentarían eventos catalogados como: 1) Aural y Radical Mestizo; 2) Animasivo; 3) Música; 4) Literatura; 5) Danza; 6) Teatro; 7) Infantil y 8) Xcéntrico. Cada uno con su color, fecha, horario, sede y costo. En la descripción se hacía une breve referencia y se citaba el país de origen del artista/compañía en cuestión. Una amalgama de nacionalidades fue convocada para completar casi un centenar de eventos. Para cuando uno llegaba al Domingo 19, en uno de los renglones se podía leer: 20:00; Peter Murphy/ Reino Unido; Museo Diego Rivera – Anahuacalli; $550. La información estaba resaltada en un verde claro, color reservado para el concepto 3) Música. Y si se entraba a la página oficial, algunos acontecimientos programados tenían, además, un cartel informativo. Para el caso del británico existían dos, con diseños bien cuidados, respetando la personalidad del interpelado.



El día de la cita, el dios Tláloc estaba de un humor impredecible, pues las negras nubes anunciando tormenta, no terminaban por reventar en las alturas. Después de un recorrido en metro, complementado por otro en tren ligero, solo era cuestión de cuadras para llegar a la preciosa estructura cuasi piramidal, construida con piedra volcánica, diseñada por el pintor Diego Rivera en 1953 e inaugurada once años después. Aunque en la entrada había una hoja anunciado boletaje agotado, el amable personal de seguridad me indicó que en taquilla encontraría entradas a precios regulares. Sin mayor problema accedí a la garita expendedora, asegurando mi acceso al recital de esa noche. El cielo seguía crispado, con algunas tímidas gotas de lluvia cayendo de manera intermitente. Como es costumbre en un concierto de estas características, los atuendos estrafalarios no se hicieron esperar: por todos lados se veían las gabardinas negras deambulando cual almas errantes, como si las catacumbas se hubieran abierto por unos instantes, para dejar salir a las criaturas fantásticas que entre semana deben estar disfrazadas de gente común. Maquillaje vistoso,  peinados raros: largos de un lado, rapados del otro, negro predominante y por supuesto decenas de playeras con el estampado del artista en cuestión o su banda insignia. Una enorme tarima, de estructura metálica, se postró en la explanada principal, para tener de fondo la bellísima construcción, Anahucalli, que literal significa “casa de energía”.
Un poco antes de la hora señalada, una fémina con marcado acento británico, anunció que escucharíamos algunos extractos del nuevo material en directo que saldrá a la venta a mediados de junio. La fila para hacerse de una cerveza era descomunal, pero aún así se hizo el esfuerzo, fue entonces cuando de pronto estalló el empíreo en forma de chubasco intenso. Y como alguna vez escribió el indispensable Mario Benedetti, estábamos todos mojándonos como alegres mendigos; entre maquillaje corrido, ponchos multicolores, algunos discretos paraguas, manos evitando que el líquido vital contaminara el néctar extraído de la cebada (aunque fuera Corona). También hubo anuncios de Protección Civil para indicarnos sobre rutas de evacuación, actos de escapismo y salidas de emergencia, luego otro que nos alertaba de un pequeño retraso por cuestiones técnicas, ya que se improvisarían unos techos plásticos para proteger los instrumentos, sobre todo las guitarras. Total que entre dimes, diretes, mentadas de madre, chiflidos, gárgaras de lluvia y algún discreto Peter, Peter, Peter, por fin se apagaron las luces, unos veinte minutos después, que para la flema inglesa debió ser motivo de iracundas reacciones, sin embargo, el Señor Rayo de Luna apareció tranquilo, muy elegante, seguido de su escolta de jóvenes músicos, mientras en el sonido ambiental escuchábamos las primeras notas de “Zikir”, tema un tanto bizarro del último disco de Bauhaus (Go Away White) de 2008. Incluso se utilizó como prueba final de sonido, porque Murphy volteaba a ver a su equipo técnico a la par del loves me, loves me not. Su consorcio estaba integrado por guitarrista, baterista y bajista; este último también le entraba al violín. Las segundas voces saldrían también de sus gargantas, menos el percusionista, que de paso sea dicho fue el más empapado de todos, pero no se quejó en ningún momento e irreductible, estoico aguantó los embates climáticos.





                        
Y llegó de inmediato el nuevo material con “Velocity Bird” (Ninth, 2011) y su introducción estridente de guitarra eléctrica. Y ahora sí, el británico comenzó a lucirse de lo lindo, primero con su inconfundible timbre de voz negro-aterciopelada, después con sus juegos malabares, sus exageradas contorsiones, su porte elegante, soberbio, de ultratumba. Volocity Bird, be yourself if you wanna be me, nos advierte el estribillo principal. Y sin decir agua va, pero con el diluvio cayendo en pleno sobre nuestras cabezas, nos fuimos hasta 1980 con “In The Flat Field” del disco epónimo, ante la algarabía de cientos de gargantas de la vieja guardia, ávidos de esos temas bauhausianos. Tremendo se escuchó este ejemplo del post-punk que derivó en el gótico. Habíamos comenzado con todo, desde lo más alejado en el tiempo, hasta lo más cercano. También los cigarros de hierba verde comenzaron su incineración por vía respiratoria, siendo rolados de manera descarada.

Con los antecedentes citados, continuó el recital de oscuras proporciones, con el chubasco escampando. “Peace to Each” y “Memory Go”, ambos del Ninth, dejaron constancia de lo disfrutable del nuevo trabajo del “Padrino del Gótico”, regresando a esas tenebrosas sendas que le han ganado el reconocimiento de su fiel legión de pupilos, que no escatimaron en atiborrar el museo del maestro Rivera. Lo recién salido, cedió el turno a lo añejado en la memoria acústica. Primero fue “Silent Hedges” del tercer disco de estudio de Bauhaus, “The Sky´s Gone Out” (1982) y luego “She’s in Parties” del cuarto, “Burning from the Inside” (1983). Este par de melodías nos remontaron a las épocas de los pantalones deslavados, los grandes copetes y en el caso de estos menesteres a los cabellos engominados, los ojos delineados, el polvo blanco cubriendo los rostros. Murphy cantaba, mejor dicho desgarraba su alma en cada verso, emulando la intensidad de antaño, con el bajo sonando insistente, la guitarra rasgada con embates fúricos, la batería golpeada por baquetas escurriendo agua. Y de pronto el cielo se abrió, dejando asomar a una tímida luna, como el adorno extrañado en la gótica velada. Al parecer el cantante reaccionó ante tal intromisión lunar, pues de inmediato se colgó una guitarra acústica y el muy cabrón rescató el Deep del ’89, pero lo hizo desde una de esas baladas deliciosas, retacadas de reclamos, amores extraños, suplicas agonizantes. “Strange Kind of Love”, encapsulando el tiempo en melancólicos cantos de amor. Grandioso sería poco para referirme a esta interpretación, que intercaló algunos extractos de otro icónico tema de Bauhaus, “Bela Lugosi’s Dead”. La combinación, aunque extraña, resulto de lo mejor del concierto. La voz, que pareciera guardarse en caja fuerte, en todo momento se escuchó firme, seductora, para deleite de corazones oscuros, fresas, blancos, metálicos.
“Gaslit” es otro espécimen del 2011, pero del Secret Bees of Ninth EP, de seis temas, solo uno repetido de su progenitor, otro extendido. El EP tiene una atmósfera más tranquila, acústica, embriagadora, seductora. Así disfrutamos dicha pieza, cuya traducción sería “alumbrado con gas” o algo semejante, de tintes surrealistas, como si quisiéramos musicalizar un cuadro de Magritte, de esos que contrastan el día y la noche en un solo lienzo y llegáramos a él de manera natural. Siguiendo estas connotaciones, cargadas de quimeras, continuamos con “Subway” (Cascade, 1995), donde de plano Murphy y sus guitarristas se tiraron al piso para interpretarlo. No te congeles en la nieve, no hornees en el calor, yo seré tu aliento, existe un lugar donde podemos encontrarnos, no te duermas en el subterráneo, no te duermas en la lluvia incesante. Y aunque la tormenta había terminado, en la mente del artista continuaba, hasta que los instrumentos enmudecieron y el elegante Conde Drácula, detrás del micrófono, se reincorporó, dibujando en su rostro esa media sonrisa socarrona. “Muchas Gracias”, nos dijo en un acento que emulaba a los villanos de las series de James Bond. Y sin guardar el Cascade, cambió el ritmo por completo con algo que prendió al respetable de inmediato, “I’ll Fall with your Knife”, sencillo que no llegaría a las listas importantes de popularidad, pero que sin lugar a dudas es un emblema de sus años en solitario.
Del Deep, llegó “Deep Ocean Vast Sea” para recordarnos el álbum más solicitado de su repertorio. Después repitió una dosis doble del Ninth con “The Prince & The Old Lady Shade” (magnífico) y “Uneven & Brittle”. De nuevo nos adentramos en sus demonios modernos, parecidos a los de hace 35 años, pero con esa dosis de madurez que solo se gana con lustros de vivencias, desengaños, éxitos y fracasos. Para la despedida, el primer cover de la noche, un homenaje que le hace a otro fundamental en los cimentación de la escena gótica, Dead Can Dance, australianos también presentados en México con gran éxito hace algunos meses. El tema fue “Severance”, incluido por primera vez en el disco doble en vivo “Gotham” de la reunión noventera de Murphy con Daniel Ash y los hermanos Haskins, mejor conocidos bajo el colectivo Bauhaus. Así, de ese tamaño fue el falso adiós, con el sello de dos bandas queridísimas en estos parajes en blanco y negro. , diría alguna vez Daniel Ash, refiriéndose al estilo de iluminar el escenario solo con contrastes de luz blanca y sombras. Y no se despidieron, simplemente se retiraron en silencio, uno detrás del otro.
                            

A su regreso, de nuevo la guitarra acústica le fue colgada al hematófago. Estaba preparando su golpe final, el definitivo, el que te deja sin aliento. Y lo fue estudiando, sabedor de sus posibilidades. Comenzó con lo divertido, lo tal vez más esperado pues los tres temas finales serían del Deep. Para cuando sonaron los primeros acordes, el respetable reaccionó como impulsado por un resorte, reconociendo “Cuts You Up”, sencillo emblemático del cantante, escuchado en la radio mexicana hasta el cansancio a través de ROCK 101: “atmósferas de pasión pura en el reflejo de la luz que se filtra por la persiana, dominando tu deliciosa cara a la mañana siguiente. Una belleza que cuts you up te rebana”. Viñeta recitada en la estación al ritmo de los violines intrusos, guitarras a lo lejos y a lo cerca. Pieza indispensable, casi un himno de la radioemisora, que despierta nostalgias a los que seguimos anhelando un espacio como aquel. Luego aterrizaría “Crystal Wrists”, con una aceleración casi imperceptible. Nosotros, abajo, con las ropas humedecidas, disfrutábamos cada guitarrazo, cada baqueta incrustada en los tambores, cada rasgada al bajo. El instrumento acústico seguía suspendido de su cuello, presagiando la última embestida, irreversible, contundente, directa al corazón, a los sentidos. El muy hijo de puta, sin ningún reparo ni advertencia, comenzó con su guitarra a exprimir esas notas de “Marlene Dietrich’s Favourite Poem”. El tiempo se detuvo. Me faltan palabras para describir ese momento; como en la película de Matrix, donde todo se mueve en cámara ultra-lenta. Las notas flotaban en el aire,  la voz penetraba en los surcos de nuestro cerebro, en lo más profundo del inconsciente. Y ni siquiera vale la pena la traducción pues en el idioma original es fulminante el impacto: hot tears flows as she recounts, her favorite worded token; forgive me please for hurting so, don’t go away hearthborken, no.

Dedicada a la enigmática actriz alemana que muriera a los 90 años y desde la década de los 30’s se dejara retratar con ropas masculinas, dando ese toque andrógino rescatado por góticos, desde el glam rock, lustros más tarde. ¡Oh Marlene que sufran los imbéciles que te escriben en las paredes! Unos seis minutos habrá durado, que bien podrían valer toda una vida. Ha sido unos de los momentos más emotivos en concierto alguno que haya presenciado. Llegó en el tiempo y lugar exacto, con esa carga de emotividad, melancolía y hasta misticismo. Pocas veces me he sentido tan conmovido en un recital como en ese preciso instante. El segundo adiós, que adelantaba definitivo, me encontró con los sentidos en alerta, gritando cosas inentendibles, aplaudiendo con todas mis fuerzas. Gracias, repetía una y otra vez.
Pero volvió a regalarnos un poco más, una generosa propina. Primero fue una versión a capela de “Cool Cool Breeze” tal como la escuchamos en su único disco en vivo “A Live Just For Love” de 2001, para demostrar que su voz de barítono puede mantenerse en pie a estas alturas de su vida y de la noche. El epílogo se dio con otro homenaje, este a su mentor, a su influencia primordial, al Duque Blanco, a David Bowie. “Ziggy Stardust”, que puede encontrarse como B-side desde 1982 para el álbum de Bauhaus, “The Sky´s Gone Out” y fuera lanzado como sencillo ese año, llegando al #15 del chart británico. Cuando al final los músicos se juntaron al centro del escenario para hacer varias caravanas y despedirse de manera definitiva, los cientos de fanáticos nos dimos por bien servidos. A algunos se les hizo corto el tiempo, pero en general todos salimos satisfechos. Luego advertí que no había interpretado “I Spit Roses”, del Ninth, que fue el primer sencillo promocionado del nuevo disco, mucho antes de su lanzamiento. Y hago este hincapié por el título de la reseña, para que haga sentido; aunque con un vampiro londinense, surrealista, cuya principal influencia es Bowie, sale sobrando; pero por si las moscas… o los murciélagos.

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