Y Más del Black Ice Tour...
Salve César, los que estamos a punto de morir te saludan.
AC/DC, Black Ice Tour 2009.
Don Haskins Center, 15 de Noviembre, El Paso, TX.
Por Alejandro Corral
“¡Máquina ciega y sorda, fecunda en crueldades,
Saludable instrumento, bebedora de sangre!
¿Cómo no te avergüenzas? ¿Todavía no viste
En todos los espejos decrecer tus encantos?
La enormidad del mal, en que te crees tan sabia,
¿No te hizo jamás retroceder de espanto
Cuando la naturaleza, con ocultos designios,
De ti puede servirse, ¡Oh reina del pecado!
-De ti, vil animal- para engendrar un genio?
¡Oh Fangosa grandeza! ¡Oh sublime ignominia! ”
Charles Baudelaire, La Cabellera (fragmento)
42 Flores Del Mal (1857)
“Si no está descompuesto o roto, no tiene que repararse”. ¿Cuántas veces hemos escuchado esta frase? En la industria de la música, esto parece ser una antítesis, donde vemos grupos, músicos, solistas, cantantes reinventarse una y otra vez, algunas veces con éxito, otras veces no, pero siempre experimentando con nuevas formas, novedosos sonidos y propuestas. Es casi increíble que los británico-australianos se hayan mantenido fieles a una misma fórmula y a la vez sean el grupo de rock pesado más exitoso de la historia. Nadie en este género ha vendido más discos que ellos y junto con Led Zeppelin, se convierten en las únicas bandas que han rebasado la cifra de los 200 millones de copias vendidas. Pero ¿qué hace de este conjunto un punto de referencia en la historia musical? ¿Será acaso el carisma del Peter Pan enfundado en el eterno uniforme escolar que gesticula y se contorsiona con los acordes de su guitarra? ¿O será la aguardentosa voz de un sesentón con músculos marcadísimos, movimientos lujuriosos y boina que cubre su rizada cabellera? Por fortuna, la respuesta va más allá de estos dos personajes, necesitamos por fuerza centrarnos en lo esencial de esta banda, su música. Con un estilo purista y hasta podría decirse minimalista, este quinteto liderado por los hermanos británicos de nacimiento y australianos por adopción, Angus y Malcolm Young, ha llevado a cuestas su estilo con esa mezcla riquísima de blues y hard rock, fascinando por cuatro décadas a millones de seguidores por todo el mundo. Y dicho sea de paso, esa propuesta no es nada complicada, ni mucho menos. Si uno desmenuza los temas de sus discos de estudio encontrará melodías bien estructuradas, acordes nada complicados y letras que no intentan, ni pretenden ser profundas ni intelectuales. Una vez alguien me dijo: “estos de AC/DC se la pasan hablando de viejas, sexo, desmadre y el diablo” y si, en resumidas cuentas podríamos decir eso.
La historia de esta singular banda puede describirse en dos etapas: Antes de Bon Scott y después de él. La primera podría llamarse la etapa australiana, que vio su punto más alto con el disco que lo cambió todo en 1979, “Highway to Hell” y la segunda que inició con su obra maestra un año después, “Back in Black”, y podría llamarse la etapa internacional. Antes y después de estos discos se encuentra de todo, desde sus primeras y rústicas ediciones como “High Voltage” (1975) o “Dirty Deeds Done Dirt Cheap” (1976), hasta grandes superproducciones como “The Razors Edge” (1990) o “Ballbreaker” (1995). También es importante mencionar que AC/DC se ha adaptado de manera camaleónica a cada uno de sus productores. Con el hermano mayor de los Young, George (productor de sus primeros discos) su sonido es muy simple, dándole al vocalista Scott una libertad absoluta de interpretación y haciendo de la sección rítmica de la banda una maquinaria de precisión única y sello característico, sin protagonismos, tan solo para acompañar lo de verdad relevante, la guitarra de Angus, el alma y columna vertebral de cada esfuerzo en conjunto. Tal vez el mejor álbum de esa época sea el muy bien logrado “Let There Be Rock” (1977). Después con Robert John "Mutt" Lange (también responsable de los álbumes más famosos de Def Leppard) encontraron gran armonía en la propuesta y una perfección de sonidos en esa trilogía sorprendente y punto de referencia obligado para quienes gustamos del rock pesado, compuesta por los discos “Highway to Hell”, “Back in Black” y “For Tose About to Rock We Salute You”, llevados al mercado entre 1979 y 1981. Otro ejemplo, no tan grandioso, pero muy a la altura de “Mutt” con la banda fue el “Who Made Who” en 1986. Hasta el día de hoy las producciones bajo la batuta de este genial personaje representan lo mejor y más fino de la agrupación australiana. También fue él, quien tras la dolorosa muerte de Scott, se dedicó a persuadir a los miembros restantes de sacar al mercado el álbum comprometido con la voz de un muy serio y profesional Brian Jonson, con el resultado ya de todos conocido.
Otro productor que dio un giro muy interesante fue Bruce Fairbairn, quien acostumbrado a trabajar con bandas de Hard Rock, nos regaló con “The Razors Edge” y el extraordinario álbum en vivo doble “Live”, una versión muy comercial de AC/DC con la grandeza de los monstruos y grandes imanes de taquilla. Un punto aparte tienen los álbumes producidos por ellos mismos, que han sido los menos logrados de su carrera (Flick of the Switch (1983) o Fly on the Wall (1985), son un claro ejemplo de ello)
Pero sin lugar a dudas el disco más extraño es el que produjeron Rick Rubin y Mike Fraser, “Ballbreaker”, en 1995. Con el antecedente de que ambos habían trabajado con bandas como Metallica, Slayer, Red Hot Chili Peppers o Danzig, sacaron a relucir el lado más pesado y oscuro de los australianos; dentro de la misma fórmula, demostraron que era posible llevarlos al límite de su purismo musical. Ahora, con “Black Ice” trabajan por primera vez con el productor Brendan O’Brien y éste hace notar su estilo con un trabajo impecable y sonidos limpios, sin perder la potencia esperada por los seguidores. No en vano ha sido responsable de los grandes éxitos de Rage Against The Machine, Velvet Revolver o The Black Crowes.
Si se escucha a este grupo con el cuidado que se merece, con el respeto al que se han hecho acreedores a lo largo de los años, nos daremos cuenta que no es casualidad que la historia los haya puesto en un lugar tan alto. Es el resultado directo de lustros de lucha constante y un devenir de nombres y personajes, cada uno dejando un mucho o un poco dentro del sonido de AC/DC. Por eso a los que en 2008 o 2009 han sido testigos de su nueva gira, les aseguro algo con todo conocimiento de causa: están haciendo historia. Ante estos grandes, ofreciendo vivos ejemplos de furia, arrebato y profesionalismo, uno se quita el sombrero y hasta los cuernos.
La Crónica
Tal vez la pregunta obligada sea: ¿Por qué después de saber que se presentarían en la Ciudad de México ante más de 50,000 frenéticos seguidores, aceptaron llevar la gira a la ciudad de El Paso, ante apenas 9,000 personas? Los boletos volaron, pero el recinto es tan pequeño para un grupo de la envergadura de AC/DC que los asistentes tendríamos un contacto mucho más personalizado con la banda y qué decir de un servidor que estuvo a escasos metros del escenario, en la fila 10 de la extrema derecha con una visión perfecta, donde pude ser testigo del sudor que exhalaban los poros de Johnson y Angus.
La cita fue a las 8 P.M. (hora de la montaña, como por acá se dice, o sea una hora menos que en la Ciudad de México). Muchas veces uno se pregunta sobre las diferencias entre el primer mundo y el sub-desarrollo. Casi siempre contesto que son los pequeños detalles, esas insignificancias que pueden bien significar un mundo de diferencia, literalmente hablando. Empecemos con el orden en la entrada, el estacionamiento y sobre todo en la entrega de los boletos. Yo tenía un tipo de entrada denominada “paperless ticket”, es decir, no se emitía un boleto físico. Tenía que presentarme con la tarjeta bancaria con la que hice la compra y une vez en la entrada, una señorita muy amable deslizó la misma por un lector que imprimió un pequeño recibo, conteniendo la información del asiento correspondiente y sin más me dejó pasar. El grupo abridor fue uno local tejano (de Dallas si mal no recuerdo) con un sonido pesado muy sureño y los coros de una negraza espectacular. Apenas media hora, unas siete canciones disfrutables, pero nada fuera del otro mundo, con el comentario de vivir un sueño al abrirle a uno de los grandes, que han admirado por años. El escenario estaba repleto de micrófonos, pedales, consolas, distorsionadores y demás aditamentos para emitir o corromper el sonido deseado. Una vez que terminaron, todo esto se removió de la plataforma principal para dejar tan solo la tarima con la batería y dos micrófonos situados a cado lado. A las nueve en punto (otro pequeño detalle) se apagaron las luces y los cuernos intermitentes de los fanáticos del rock pesado comprados a 15 USD brillaban por todos lados. El alarido, los aplausos y en la pantalla un video que resume en unos minutos la postura de los australianos, escenas cargadas de un fuerte erotismo, rayando a veces en lo pornográfico y esa obsesión dantesca por el infierno y el mismísimo Lucifer. Un tren a mil por hora, alimentado por el carbón de Angus Young personificado con cuernos y cola de diablo, los pasajeros despavoridos en el interior, el vocalista disfrutando los placeres de una fémina; las vías por delante anunciando una ciudad próxima y dos muchachas, dignas de cualquier portada de revista para adultos, seduciendo al guitarrista con la intención de amordazarlo y detener la furiosa maquinaria. Sin éxito, la locomotora se dirige hacia su fatal destino (recordando la canción de “Crazy Train” de Ozzy Osbourne) y termina descarrilándose en medio del escenario, de donde intactos bajan los integrantes del grupo para comenzar los acordes de la canción número uno de su nuevo disco Rock N’ Roll Train, penetrando nuestro tímpano con un sonido limpio y esquizofrénico. Todos estábamos de pie y de hecho ya no me sentaría nunca más en mi lugar. El olor a hierba verde psicodélica quemada comenzó a percibirse casi con sincronía con la melodía y era el principio de una noche inolvidable. Con su voz rasposa, camisa cortada por las mangas y esa característica boina, Brian Johnson nos daba la bienvenida y luciendo un traje escolar color verde aterciopelado, Angus Young. Los pantalones cortos dejaban ver unas piernas blancas, casi transparentes y esa expresión desquiciada que con cada nota se hacía más maquiavélica. Ningún pedal, ningún aditamento, nada que distorsionara el sonido puro y limpio de los instrumentos. Cada voz sería interpretada solo por los integrantes del grupo. Al fondo del escenario y sin mayor afán de protagonismo encontramos a Phil Rudd en la batería (con un cigarro en la boca la mayoría de las veces y un guante blanco en la mano izquierda), en uno de los lados al bajista Cliff Williams (que dicho sea de paso, toca el bajo con uña, no con el dedo) y al otro extremo, al hermano de Angus, Malcolm, liderando la sección rítmica del grupo con su guitarra. Solo cuando las circunstancias lo requerían, los dos últimos se acercaban a sus respectivos micrófonos en medio del escenario y de inmediato regresaban a su escondite. Es espectacular ver trabajar a estos tres casi anónimos personajes, ejecutando sus funciones a la perfección y siguiendo la batuta del duendecito vestido de verde que corría por todos lados, con su inalámbrica guitarra que no cambiaría en toda la noche.
Después de una pieza nueva, cambiaron de tono con una de las más viejas, Hell Ain’t a Bad Place to Be (Let There Be Rock), donde la guitarra de Young demuestra la maestría adquirida por los años. Impresionante verlo derrochando energía, como si no trajera a sus espaldas más de cincuenta años y una gira de verdad extensa. Luego una de esas que no pueden faltar, Back in Black (disco homónimo), donde hacen un homenaje al fallecido Bon Scott y como los poetas malditos, convierten su tragedia en una poesía y un pretexto para regalarnos una melodía, en la nada poética realidad de ver a su amigo ahogado en su propio vómito después de una noche de parranda. Big Jack, del nuevo álbum se interpretó con todas las connotaciones sexuales que el “Gran Jack” pueda tener. La cámara enfocó a las muchachas más guapas del público y una de ellas, en estado de euforia y ebriedad, dejó al descubierto sus bien formados y operados senos. La señorita estaba unas filas delante de mí, así que sus encantos fueron vistos por un servidor en varias ocasiones, sin necesidad de la cámara. Esta pieza demuestra lo bien elaborado del nuevo material y vuelvo a insistir en el trabajo impecable de la sección rítmica, refugiada en su guarida. Cuando Angus alzaba la guitarra en todo lo alto, los tres se ponían atentos, con el primer salto dejaban la melodía en suspenso por unos segundos y para el segundo salto los instrumentos se quedaban en silencio. Todo con una coordinación casi mágica, sobrenatural. La velada siguió con uno de esos temas que ponen de buen humor, muy viejo, Dirty Deeds Done Dirt Cheap (disco homónimo), que despertó al monstruo de 9,000 cabezas en un solo grito común y desesperado. La descarrilada locomotora lucía en todo lo alto y el pequeño corredor que partía en dos el piso del gimnasio de básquetbol, recibía a los dos protagonistas principales de la noche (guitarrista y vocalista) una y otra vez en medio de ovaciones y gritos.
Shot Down in Flames, fue una agradable sorpresa rescatada del álbum Highway to Hell dejando el testimonio de la grandeza de este álbum. Algo de lo mejor de la noche llegó con Thunderstruck (único tema del The Razors Edge) y esa gran introducción de guitarra por parte de Angus, que no se cansaba de sorprendernos. En el público donde convivían hasta tres generaciones de fanáticos, la emoción estaba en todo su apogeo. El ritmo siguió con la pieza homónima del nuevo disco, Black Ice, regalándonos un sabroso blues-rock, seguido de manera casi natural por The Jack (T.N.T. – 1975), lo más remoto en el tiempo que podemos escuchar de ellos, aunque con una nueva letra que cambia la partida de póker con una mujer tramposa por una muy “sucia y atrevida fémina” haciendo todo tipo de favores al protagonista de la historia. En el clímax de la melodía, Angus aprovechó para hacer su obligado “striptease”, hasta dejar ver una trusa negra con las letras del grupo y el característico rayo partiendo las letras AC/DC. El flácido, blanco y esquelético torso al descubierto, sería el nuevo atuendo del pequeño ser emergido del inframundo. Del techo del gimnasio bajaron una gran campana de la cual el vocalista se colgaría, dejando escuchar los únicos sonidos pre-grabados de la noche, las campanadas anunciando una de las obras maestras del grupo, Hells Bells (Back in Black), esa bien elaborada pieza, que sacudió hasta mi neurona más aturdida. Del mismo álbum interpretaron a continuación Shoot to Thrill, como demostrándonos las razones por las cuales se han vendido casi 50 millones de copias en todo el mundo, haciéndolo el segundo disco más vendido de la historia, solo detrás de los casi inalcanzables 110 millones de Thriller del recién fallecido Michael Jackson.
Una vez demostrada la grandeza de esas piezas, siguieron con la última rola interpretada del nuevo material, War Machine, bien estructurada pero con un video sin mucho trabajo de edición. Luego otra de esas agradables sorpresas con el tema Dog Eat Dog (Let There Be Rock), aunque en esta si se extraña la tonadita de Scott. Brian Johnson, luciendo unos bíceps bien trabajados en el gimnasio y una sonrisa permanente en la cara, derrochaba simpatía por todas partes y no perdía oportunidad para estrechar las manos de cualquiera que se las extendiera. Curioso ver que ningún tatuaje se asomara por los cuerpos de los integrantes, de menos en las partes visibles. ¿Será que son puristas hasta en eso detalles? Y si faltaban motivos para demostrarnos lo soberbio del Back in Black, nos dejaron sobre el escenario el tema You Shook Me All Night Long, con otra vez todas las referencias eróticas que pueda contener la frase y siguiendo el tono cachondo explotaron con T.N.T. (disco homónimo), de cuando AC/DC era vetado en su natal Australia en las estaciones de radio, precisamente por estas connotaciones de índole sexual y se convertía en acto de rebeldía escucharlos. “T.N.T. soy dinamita, T.N.T. estoy sobrecargado, T.N.T. obsérvame explotar…..” Ya para que de plano no le faltara ningún ingrediente erótico a la noche, una enorme muñeca inflable con enormes senos, medias rasgadas a medio muslo sosteniendo algunos billetes, botas y guantes rojos, anillos en los dedos medios, maquillaje exageradísimo, tatuaje con el nombre del grupo en el hombro y montada de manera literal sobre la locomotora, hacía su aparición al ritmo de Whole Lotta Rosie (Let There Be Rock), que nos cuenta la historia de una prostituta, obesa, muy obesa que es una verdadera máquina sexual. Con ese ritmo ablusado, la melodía haría palidecer de envidia al mismo Baudelaire y a cualquier poeta maldito. Terminadas todas las referencias eróticas, retiraron muñeca y locomotora para dejar en medio una gran pantalla y cerrar con Let There Be Rock (de ya saben cual álbum). Las imágenes de cada disco de estudio y algunos en vivo se apreciaron de manera tridimensional, como haciendo un recorrido por la historia de la banda y cerrar con ese mensaje: dejemos ser al rock, dejémoslo que exista ahora y siempre, dejemos que nos siga emocionando y regalando este tipo de noches. Después de un largo solo por parte de Angus, muy aplaudido por cierto, el aludido se subió en una plataforma circular que lo alzó en medio del gimnasio y con papeles de colores flotando por encima de él, se recostó y dio vueltas sobre su propio eje sin dejar de tocar su instrumento y así despedirse en medio de la ovación de un público sorprendido ante la capacidad del músico, pero a sabiendas que faltaba algo más y lo esperábamos con ansia.
De una pequeña rendija en medio del escenario, salió humo y las pantallas se llenaron de flamas. De ese espacio humeante salió de nuevo Angus luciendo los cuernos, que cientos de seguidores llevaban, para interpretar del disco homónimo Highway to Hell, coreado a todo pulmón y toda garganta por cada uno de los presentes en el Don Haskins Center y cerrar de manera definitiva con el tema del también homónimo disco For Those About To Rock We Salute You, donde seis cañones montados en el lugar que antes ocupaba la locomotora disparaban a cada orden de “FIRE” de Johnson. A cada cañonazo, sabíamos que nos encontrábamos en la agonía del concierto y cuando el último fogonazo retumbó en nuestros oídos, los instrumentos enmudecieron y tras unas breves reverencias los cinco miembros del grupo se fueron a descansar. Se encendieron las luces y cada quien se retiró con su cada cual, llevando en la memoria frescos recuerdos de una de las más grandes bandas que hayan pisado tierra paseña. Al final me quedé reflexionando sobre lo que había pasado en un par de horas y sin duda se puede resumir en una palabra: grandioso. Y así con esa idea en la mente me retiré del lugar para ver las playeras de 35 USD y entender esas diferencias de las que hablé al principio. Y de nuevo agradezco las oportunidades que nos da la vida de llenar nuestra existencia con esa música que nos estremece y emociona. No importa si es el primer mundo o el tercero, ¿qué sería del planeta tierra sin música? No quiero ni pensarlo.
Más de ACDC.
AC/DC: Lo clásico con mayúsculas.
Por Donaciano Fabián
A Nicolás Neil García Ortega,
con la esperanza de que los caminos del Metal
le conduzcan a otras emociones estéticas.
Hace algunos años alguien me preguntó cuál es la quintaesencia del rock, y en ese momento no supe que contestar con precisión. Recuerdo que le di muchas vueltas a la respuesta, pero no contesté algo concreto. Sin embargo, hoy, después de asistir al concierto de AC/DC en el Foro Sol hace algunos días, ya tengo una respuesta precisa a aquella pregunta: La quintaesencia del rock es la música.
Vaya, pues, si nos ponemos un poco académicos, podemos afirmar que “Todo rock es música, pero no toda música es rock”. Esto significa que hay cada infame que asegura que hace rock, cuando lo único que hace es ruido o, en el mejor de los de los casos, hace música… pero esa música nunca, pero nunca llegará a ser rock.
Y es que lo que hizo AC/DC durante su apoteósica presentación en el Foro Sol fue dejar muy claro que sabe hacer Rock (así, con mayúscula) y nada más, pero también nada menos.
El día del concierto escuché en los pasillos del Foro Sol cómo un párvulo preguntaba a su melenudo padre: “¿Qué toca AC/DC pa’?” Pues rock, hijo, rock, contestó categóricamente el adulto aquel. Esa respuesta no pudo ser más precisa.
En efecto, más allá de dimes y diretes, de clasificaciones, divisiones y subdivisiones a las que se somete al rock en general y al metal en particular, la banda australiana por antonomasia pinta su raya, marca distancia y hace su música. Y si ésta es estridente y rasposa, tiene un alto voltaje, se mueve al filo de la navaja y hace sonar campanas infernales, entonces la voz aguardentosa de Brian Johnson tiene razón cuando grita Hell ain’t a bad place to be.
La presentación de Angus Young y compañía fue un auténtico derroche de energía musical, aderezada con un buen escenario, un sonido impecable, unas luces en completa sincronía con la música y una potencia perfectamente ecualizada. Y si a esto le agregamos el brío y la experiencia de la banda, así como el delirio y el ímpetu orgiástico y orgásmico del “respetable público”, el resultado es una experiencia sublime, extática y estética.
El concierto de AC/DC, en más de un sentido, fue un concierto de música “clásica”, como dijera el maese José Agustín. Qué puede ser más clásico que el inveterado himno Highway to Hell, la sicalíptica Whole Lotta Rosie y la esotérica Back in Black , por mencionar solo algunas de las rolas que esa noche hicieron vibrar el graderío y las paredes del Foro Sol. Let there be rock no’mas.
Fue también un concierto de música clásica porque en las notas de la Gibson SG que empuña Angus Young reverbera el espíritu del gran Chuck Berry –¿de dónde creen que salió el “paso del pato” que baila Angus?–. Y qué decir de la resonancia impregnada del sonido bizarro de Jerry Lee Lewis y la locuacidad extrovertida de Little Richard, aunque los australianos no usan teclados, el ritmo es el ritmo, la música es la música y el rock es el rock… Y aquel que esté libre de prejuicios que arroje su primer aforismo.
Vale la pena mencionar que para algunos fans recalcitrantes y –paradójicamente- incondicionales, los conciertos de AC/DC también son clásicos pero en un sentido diametralmente opuesto porque “noche tras noche tocan los mismos temas”. Vale la pena echarle un ojo al siguiente link para analizar la postura de esos fanáticos que, me parece, hacen una crítica muy legítima a sus ídolos.
Bien por ellos, porque a pesar de ser fieles seguidores de la banda, no están enajenados y tienen la capacidad de analizar, ejercer la crítica y sugerir. No en balde han asistido, en conjunto, a más de 157 conciertos del grupo. Chéquenlo y fórmense su propia opinión: http://www.ac-dc.galeon.com/ultimasnoticias.htm
Vale. Salud y buen rock, larga vida al rock y For Those About To Rock (We Salute You).
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Vaya, pues, si nos ponemos un poco académicos, podemos afirmar que “Todo rock es música, pero no toda música es rock”. Esto significa que hay cada infame que asegura que hace rock, cuando lo único que hace es ruido o, en el mejor de los de los casos, hace música… pero esa música nunca, pero nunca llegará a ser rock.
Y es que lo que hizo AC/DC durante su apoteósica presentación en el Foro Sol fue dejar muy claro que sabe hacer Rock (así, con mayúscula) y nada más, pero también nada menos.
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En efecto, más allá de dimes y diretes, de clasificaciones, divisiones y subdivisiones a las que se somete al rock en general y al metal en particular, la banda australiana por antonomasia pinta su raya, marca distancia y hace su música. Y si ésta es estridente y rasposa, tiene un alto voltaje, se mueve al filo de la navaja y hace sonar campanas infernales, entonces la voz aguardentosa de Brian Johnson tiene razón cuando grita Hell ain’t a bad place to be.
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