Friendship II: Whitey


LLORAR O REÍR

Por Carlos Zaldívar

¿Vivimos o simplemente soñamos que vivimos? Es la pregunta de los grandes filósofos de todas las épocas y además es nuestra también. El por qué nos preguntamos esporádicamente tal cuestión es causa de alguna depresión emocional, sentimental o de felicidad extrema que a veces no podemos comprender. En este preciso instante pensamos o creemos pensar en algo divino o satánico, en algo emocionalmente tan extremo como nuestra propia existencia, que cuando lo hacemos iniciamos una divagación total en lo que pueden ser las causas y más aún en el origen de las mismas.

En alguna ocasión, por lo menos en sólo una, hemos pensado en quién sería, qué sería o a qué se refiere nuestra alma gemela. Laura Esquivel en su novela de ciencia ficción "La Ley del Amor" escribe una definición tan exacta que cualquier ser humano puede caer en confusión. Una alma gemela literalmente significativa es producto de otra alma, por causalidad. Pero además el principal asunto es que en todos los casos es muy difícil que se encuentren. Y cuando se encuentran ¿Qué procede? Nuevamente nos preguntamos ¿Vivo o sólo estoy soñando que vivo?

¿Por qué soñamos? La respuesta es tan simple como un escape de la realidad y viajar a otra en la que virtualmente vivimos y sentimos. Estamos presentes en lugares tan conocidos y tan extraños que pareciera ser que ese sueño es el de alguna otra persona en otro lugar, dimensión u otro sueño; que está soñando con nosotros. Pero sentimos y nos emocionamos. Podemos sentir miedo, tristeza, dolor de pérdida, enojo y hasta ser felices.

De tal manera, que al creer, sentir o pensar que hemos encontrado a nuestra alma gemela, ¿realmente a qué nos referimos? ¿Es una emoción, un sentimiento, una experiencia sin conocer, un sueño extraño y ajeno o simplemente una realidad que nunca conoceremos?

Más aún, ¿Cómo sabremos si encontramos a nuestra alma gemela? ¿Acaso nos avisará antes de llegar? O ¿Nos avisará al irse sin que nos hayamos dado cuenta? Pues las respuestas creo que nadie las tiene, o por lo menos tan precisas como las necesitamos.

Pero podemos sugerir algunas pistas: cuando pensamos lo mismo y lo decimos al mismo tiempo; cuando tenemos la misma creatividad, mismas ideas; cuando compartimos la mayoría de los gustos de cualquier índole; cuando nos ahorramos las preguntas y platicamos sobre las respuestas; cuando contestamos anticipándonos a las preguntas; cuando reímos sin pronunciar palabra alguna en una broma. Pero una de las pistas fundamentales y básicas es cuando queremos estar con alguien porque así lo necesitamos, tanto emocional, sentimental y físicamente; cuando extrañamos a esa persona con optimismo y permanentemente pensamos en ella. Y obviamente que uno transmite al otro la alegría, las risas, el dolor, el sueño, las lágrimas, la tristeza, el enojo y la felicidad, sólo por mencionar algunos sentimientos. Es transmitirse y sentir todo como un sólo ser.

Cuando pasa todo lo anterior y creemos haber encontrado nuestra alma gemela podemos tomar varios caminos. Generalmente vemos sólo dos. Tomamos uno y en el trayecto podemos arrepentirnos y cambiar de rumbo; pero el objetivo fundamental es que debemos tomar el riesgo. Debemos aventurarnos e insistir en esa relación. Finalmente habremos logrado algo increíble o por lo menos haber obtenido la satisfacción de haber luchado y no quedarnos sentados a ver como nuestro destino es fincado y habitado por extraños. Porque el destino es sólo nuestro. Es construido, forjado y provocado por nuestro pensamiento y alma.

Para terminar quiero retomar un proverbio muy sabio: "No debemos esperar al príncipe azul, porque el día que lo encontremos, él estará esperando a su princesa azul".

¿Y tú, te consideras la alma gemela de quien cree que eres su alma gemela? O por lo menos, ¿Existe alguien que cree que tú eres su alma gemela? Entonces... ¡aventúrate! y REIRÁS, de lo contrario LLORARÁS.

Estos sentimientos gemelos están dedicados a ti, Blanca, que me has acompañado en una larga y excitante insistencia con una alma gemela. ¿No crees?

Septiembre 1999.

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