Pintando Sueños y Pensamientos |
“Nunca
recordamos días,
Siempre momentos”.
Por Carlos Zaldívar
Manuel Youshimatz terminaba la gran carrera ciclista en las
Olimpiadas en Los Angeles, 1984 y aun así en esos momentos tenía la nostalgia
de pensar en ella. ¡Caray! Me hacía mucha falta. Pero, ni siquiera ella sabía
de mis sentimientos. Es por eso, que aún lo considero que fue un “amor
platónico” en su definición exacta por Platón.
No era un sentimiento nuevo, o más bien era el único sentimiento
durante los dos años recientes y es que en 1982, si no mal recuerdo, ella se
cruzó por mi camino al iniciar la preparatoria. Obvio, en el Centro Escolar del
Lago. ¡Ah, qué época!
Ahí estaba ella, con su uniforme escolar, falta casi al ras de la
rodilla, zapatos negros y de moda aquellas calcetas blancas dobladas para dejar
ver esas hermosas pantorrillas y una playera blanca, cuello tipo Polo y una
cadena en el cuello, plateada, con una cruz.
Siempre tímido e insociable que siempre pensaba en la manera de
abordarla con alguna conversación interesante, pero no encontraba el tema ni el
pretexto. ¿Platicarle de Rock? ¿Iniciar la plática con el nuevo álbum de
Motörhead, Black Sabbath o Judas Priest? ¡Imposible!
¿Luego entonces?
En el primer año de la preparatoria entró a mi vida y no recuerdo
cómo, pero detallaré los momentos más importantes e inolvidables que dejaron
huella.
En ese año los grupos éramos muy unidos, aunque estuviéramos en
diferentes salones. Imposible olvidar a los famosos “pigros” y “peludos”, y a
todos mis amigos y hermanos que hoy a la fecha lo siguen siendo.
Cuando jugábamos básquetbol, fútbol americano o soccer, las “niñas”,
nuestras compañeras eran las porristas, y en su defecto, pues siempre se
acomodaban alrededor de la cancha, sentadas, algunas veces, en las llantas de
auto que se ponían alrededor. Yo me la acercaba y le daba mi reloj dorado para
que lo cuidara. Ja, ¡vil pretexto para, por lo menos, dirigirle la palabra!
Aunque no platicáramos, pero ahí sentada, me cuidaba el reloj.
Siempre trataba de estar frente a ella, aunque fueran por segundos,
durante los recesos y antes de ir al comedor. Salía con mi amigo Armando y
trataba de tomar el camino que me llevara a pasar frente a ella, y
efectivamente, muchísimas veces pasé junto a ella, y lo máximo que mi boca pudo
expresar, fue un sencillo y humilde “hola”. ¡Me lleva! ¿Qué no contaba con más argumentos
para entablar una plática de adolecentes? Sí, claro, pero el miedo y terror
eran más fuertes, porque, ¿Qué tal si me contestaba y continuaba la plática?
¡No sabría qué hacer!
En las tardes al llegar a casa, pensaba y soñaba. Solía andar en
bicicleta por las tardes y parte de la noche, recorriendo casi todo Satélite y
a las 7 pm recogía a mi mamá quien llegaba de trabajar a esa hora. Y
precisamente en ese momento en que íbamos de Lomas Verdes a Satélite, en tan
sólo 2 cuadras, tampoco le podía platicar a ella ni pedirle consejo alguno.
Pero siempre estuvo en mi mente, caminando, corriendo o en bici. Tan
bella.
En marzo de 1982, Rick Springfield editó un disco titulado “Success
Hasn’t Spoiled Me Yet” con un extraordinario hit, que utilicé, obvio, durante
aquel año. Todo un himno al amor de “uno sólo”. La rola es “Don’t Talk to Strangers”… y el Coro de “…Love Hurts When
Only One Is In Love…”
Así que era una alucinación todas las tardes con esa rola, grabada
en un cassette y tocada en una grabadora Hitachi, de esas de antaño.
A ella le gustaba cantar y muchas veces a la hora del receso, con
sus amigas y algunos amigos quienes tocaban la guitarra, entonaban algunas
rolas de “Mocedades”… Verlos y escucharlos, no me interesaba mucho, pero si la
admiraba a ella, ahí sentada y cantando. Sólo con observarla y nunca puse
atención a la letra ni a la música de las cuerdas.
Organizábamos fiestas y reuniones continuamente y en aquellos
tiempos sólo había de dos opciones: o uno era “fresa” o “rocker”. No había más.
Aun así en las fiestas se ponía de todo tipo de música.
Escuchábamos desde REO Speedwagon, Toto, Quiet Riot y Foreigner
hasta Santa Esmeralda y Michael Jackson (Thriller era la moda en ese año)
Un viernes se organizó una fiesta en casa de un amigo y vecino, en
Cronistas. Ahí coincidimos otra vez. Fui, la vi, la admiraba y ¡Vaya! Por lo
menos le invité un refresco.
De fondo estaba “Metal Health” de Quiet Riot y de pronto se
acercaron otros amigos y volví a enmudecer.
Mi vista estaba fijada en ella, su hermosura y en aquellos labios
que se movían y movían, hasta que escuché: “Es que aún no tengo como regresarme
y no hay quien venga por mí”.
¡Yeah! ¡Ésta es mi oportunidad!
- Yo te llevo. Le dije.
- ¿En verdad? Gracias.
- Si, sólo deja voy por el coche y aquí te recojo.
¡Imbécil que soy! Pero si ni siquiera sabía manejar y no lo había
hecho fuera de mi cuadra. Y debía llevarla de Satélite hasta los rumbos de Valle
Dorado y Arboledas.
Caminé hasta mi casa, una cuadra arriba, entré por la puerta trasera
y tomé las llaves del auto de mi papá, abrí la reja lentamente para evitar
ruido alguno. Abrí el auto, puse la velocidad en neutral, quité el freno de
mano, y empujé el auto hacia afuera sin encenderlo.
De bajada, dejé ir el auto un poco, empujándolo un tramo más con mi
pie de fuera…
Las llantas comenzaron a rodar y rápidamente me subí al auto, cerré
la puerta y encendí el motor.
Después de unos ocho minutos, Ella, estaba abordando el auto.
Mis manos estaban muy mojadas de tanto sudor y el volante estaba
quedando pegajoso y yo solo tiritaba de temor, pavor y terror… de amor.
Pasaron pocos minutos y me dijo:
- Manejas muy bien y despacio.
- Ah, sí. Es que de noche hay que ser más precavidos.
(Idiota, si apenas puedo pisar el acelerador y creo que nunca había
ido a más de 40 km/h)
No hubo más plática, hasta que me dijo algunas indicaciones para
llegar a su casa.
Llegamos, se despidió y se bajó. Tampoco supe que hacer, más que
fijarme en el nombre de la calle y el número de la casa, que nunca he olvidado.
No hubo más plática. De regreso me fui lamentando de todo lo que
tenía que decirle y los sentimientos que estaban dentro de mí, y que no pude.
Al regresar a casa, dejé el auto casas atrás, caminé y volví a abrir
la reja lentamente.
Ésta vez, pisé el acelerador y al dar la vuelta para meter el coche,
todos salieron para ver el tremendo daño que le hice a la reja al golpearla con
el auto.
- Pues, ¿A dónde fuiste?
- Ah, sólo fui a practicar la manejada en la noche.
Pero un día de 1983, deduje y supe el tipo de música que le gustaba.
Y ahora, por fin tenía un tema para poder entablar o iniciar lo que sería una
mínima conversación: Emmanuel.
Entonces, Uf, batallé pero conseguí su número telefónico, y semanas
después cuando me decidí a marcarle para pedirle ese cassette, ja… no supe que
decir.
Día tras día quería marcar, pero ese temor no me dejaba. Cuando
finalmente lo hice, enmudecí, temblaba y la voz no me salía… - Tú tienes el
cassette de Emmanuel, ¿Verdad? ¿Me lo prestas?
Pero nunca pensé en que me dijera que sí.
Si me decía que “no”, entonces “Gracias” y colgaría.
Del otro lado escuché: “Si, ¿Te gusta? Lo llevo mañana”.
Pasaron no sé cuantos segundos en lo que mi cerebro buscaba en el
hemisferio izquierdo la posible respuesta para continuar esa plática
telefónica, pero entre él y el derecho se aventaban la “bolita”. Pasaron más
segundos y sólo respondí: “Gracias”. Y colgué. JA, como si la respuesta hubiera
sido un “no”. ¡Miedoso!
Las canciones de aquella época fueron la de “Si Ese Tiempo Pudiera
Volver” y “El Rey Azul” del álbum de 1983, “En La Soledad” que todo un hit en
México.
¿Sabrá que me gusta? No lo creo, pero, ¿Y si, sí? ¿Sabrá que estoy
tan enamorado de ella? No lo creo, además, no se lo había dicho… pero quería
decírselo. Y, ¿Qué haría?
En otro momento, logramos coincidir en un paseo que organizamos para
ir a la Feria de Chapultepec. Fuimos varios y nos dimos una tremenda divertida.
Pero a largos ratos, la observaba y quería estar junto a ella. Estaba seguro que
ni siquiera sospechaba de por lo menos algunas migajas del amor que sentía por
ella, tan bella.
Llegamos temprano y recorrimos toda la feria. Al llegar a la Montaña
Rusa, nos formamos todos en una sola fila, pero había algo de desorden.
Debíamos pasar por parejas. Adelante había quien quería gente de
atrás y viceversa.
No recuerdo exactamente cómo fue la logística o el error de ese
momento, pero cuando yo subí, ella ya estaba arriba, como mi compañera.
La vi, me senté y el sudor comenzó a caer desde mi cabeza hasta los
pies. Sentía como recorría cada centímetro de mi piel, bajando por los brazos,
recorriendo mis manos, yendo y regresando para continuar por mis piernas, que
al mismo tiempo temblaban. ¡Qué Terror Emocional!
Y sólo de pensar que el avance de cada lugar era muy lento, en lo
que subían todos, y nosotros iríamos subiendo y bajando. Entonces pensé:
- Si, ahora es el momento que tanto anhelaba.
Le diría que era hermosa, bella y con un carácter maravilloso. Que
me gustaba la misma música que a ella, que significaba todo para mí y que
estaba muy enamorado de ella. Y seguramente, como cualquier adolescente imberbe,
le pediría que fuera mi novia.
¿Qué podía perder? Absolutamente nada.
Me diría que NO y finalmente sabría la respuesta y todo habría terminado.
Y si me diría que SÍ, pues ya pensaría en algo.
O si me decía alguna otra respuesta, pues era el miedo, pues no
quería escuchar el famoso “deja pensarlo” o el “ahorita no puedo, pero deja lo
pienso”, o el de “es que mis padres me lo tienen prohibido”… y otros más.
Pero ese era el momento. Solos, ella y yo, arriba entre el aire, el
sol y el movimiento lento de la montaña rusa. Era NUESTRO momento.
Me concentraba mucho en la rola de Toto, “Won’t Hold You Back”,
aunque no por la letra, pero sí por la música. Pensaba y obviamente pensaba en
acariciarla y finalmente, al terminar de hablar y hacerle mi petición,
acercarme lentamente hacia su rostro y colocar mis labios frente a los de ella,
acercándolos paulatinamente al compás del juego mecánico, y entonces que se
fusionaran ambos en un éxtasis de placer y un sabor exclusivo de un amor
verdadero.
Bajaríamos de esa montaña mecánica, siendo novios y prometiéndole un
amor eterno, a la mujer más bella que había conocido y entonces al siguiente
lunes andaríamos por la escuela tomados de la mano, anunciando un nuevo
noviazgo en los salones. Por las tardes haríamos las tareas y en las noches nos
llamaríamos por teléfono. Saldríamos al cine los fines de semana e iríamos a
caminar o nos quedaríamos en su casa o en la mía a escuchar música.
Ja, tanta ironía que pensaba.
Después de muchos minutos bajamos de la montaña rusa y ella continuó
su camino alcanzando la fila de las niñas para el siguiente juego.
Yo, como un vil estúpido mudo y atado de pies y manos, hice
absolutamente NADA.
Arriba y durante el trayecto sólo tragué saliva junto con mis deseos
y pensamientos que se quedaron encerrados en mi cerebro y corazón.
Nada, absolutamente nada.
Hubo un lapso en el que los “hola” y los “adiós” eran frecuentes,
pero hasta ahí. En otra ocasión y sorpresivamente me invitó a que asistiera a
un evento por la iglesia donde está la Academia Maddox, porque sería parte de
un coro, no recuerdo cual. Pero la invitación jamás la olvidaré.
Claro que asistiría, y por supuesto que pensé que esa invitación sería
sólo para mí.
¿Finalmente se daría cuenta de mis sentimientos hacia ella?
¿Querría platicar conmigo después del recital?
¿A dónde la invitaría a cenar?
Fue un viernes antes del anochecer. Nuevamente tenía mi discurso
bien preparado y en las posibles respuestas para sus posibles preguntas.
Al llegar, la vi y enmudecí: Tanta belleza en una mujer… Y además
canta.
Todo pasó muy rápido. Pues al tomar mi asiento, ahí mismo junto a mí
estaba un amigo mutuo. Entonces, no fui el único.
Abajo, filas hacia adelante, estaban otros dos amigos. ¿Fui uno más
del montón? Pues claro.
Terminó, y poco antes de comenzar las felicitaciones y saludos, me
retiré.
Y sigue sonando “Don’t Talk to Strangers” de
Rick Springfield…
Íbamos, veníamos y siempre pensándola, siempre.
¿Cómo olvidarla? ¡Imposible! Además era un tema oculto y muy
personal. Sólo tiempo después pude compartir este sentimiento con mi amigo de
alma, Armando. De ahí en fuera, siempre fue platónico.
Ya casi terminaríamos el segundo año de preparatoria y el mejor
momento estaba por ocurrir.
Era tiempo de exámenes finales, en donde sólo nos presentábamos a
los mismos y terminando nos íbamos a casa a estudiar para el siguiente.
Eran etapas de poca asistencia al colegio, pero muy productivas.
Igual que todos los días, pensaba en ella y trataba siempre de
encontrármela en el camino, si no en el examen, pues antes o después en los
patios.
Aquel día presentamos el examen, y salimos temprano.
Coincidió que le dije a un amigo que me diera un aventón a Satélite.
Asintió.
Él manejaba una camioneta Rambler amarilla de por aquellos años,
bien cuidada y donde seguido muchos echábamos el relajo.
Ese día había poca afluencia al examen, así que seguro tenía espacio
en su camioneta para uno más.
Nos quedamos de ver en el estacionamiento y… al llegar, había
alguien en el asiento delantero, del copiloto. Ahí estaba ella, lista para
irnos.
Me subí en el asiento trasero. Sólo iríamos 3.
Durante el trayecto no dejé de mirar su cabello ni la parte izquierda
de su rostro. ¿Qué más podía hacer yo para que ella se fijara en mí y me
entendiera?
Aun no lo sabía.
Fue un recorrido largo, del CEL hacia Satélite, ya que mi amigo me
dejaría en casa.
Después de casi media hora de viaje, llegamos a Satélite, me dejarían
en casa y luego partirían con rumbo desconocido.
El siguiente momento es de los más amorosos recuerdos.
Mi amigo manejando y ella de copiloto en asiento delantero. Yo
atrás, esperando llegar.
Le indiqué que el número de mi casa era el 157, así que al llegar se
estacionó.
Me despedí de mano de mi amigo, y como acostumbrábamos a despedirnos
de beso entre “hombres” y “mujeres” me acerqué hacia adelante para alcanzar la
mejilla de Ella.
Sutilmente se volteó para corresponder al beso de despedida y
milésimas de segundo y seguramente por error en los patrones del universo (o
acierto, para mí) nuestras mitades de labios se juntaron.
¡Increíble! No habíamos despedido con un “medio beso” que por error
o acierto, y las circunstancias, nuestros
labios se alcanzaron a juntar un poco.
¡Qué delicia! Aún puedo sentir al sabor que dejó aquella vez en mí,
su aroma y ese placer de sentir su piel y sus labios.
Inmediatamente se volteó, me bajé abruptamente del auto y con las
piernas temblorosas.
Me fui directo a soñar con ella.
Y nos dejamos de ver.
Ese momento ha sido inolvidable y de los más memorables en la vida
de este humilde escritor.
Terminamos el segundo año del bachillerato. Me fui a las Olimpiadas.
Nunca dejé de pensarla.
Al regreso tuve que abortar la misión de terminar el último año en
el CEL, y me fui a otro colegio. Empecé a trabajar y seguía pensándola, y que
pronto me la iba a encontrar.
LA BÚSQUEDA.
Para 1986, y con las reuniones del CEL aún de egresados siempre
asistía con el deseo de poderla encontrar. Aunque su teléfono lo tenía alguna vez,
lo había perdido.
Para ese año, miembros de otros grupos de Rock Progresivo de unen
bajo la batuta de Geoff Downes y forman una alineación de nombre “GTR”, de
donde sobresalían Steve Hackett y Steve Howe, con una maravillosa composición
de primer nivel de nombre “When The Heart Rules The Mind”.
Una extraordinaria letra y música muy pegajosa. Además el nombre me
recordaba mucho a Ella. Fue el siguiente himno a este amor platónico.
Llegaron otras reuniones del CEL y no pude coincidir.
Como docente, en el ciclo escolar 1991 ó 1992, no recuerdo bien, al
inicio del ciclo escolar, me di cuenta que en una lista de primer año de
preparatoria, en una lista aparecía el nombre de su hermano menor.
¡Uf!, claro que era su hermano.
Ahora sólo tenía que esperar una semana más para el inicio de clases
e interrogar a mi futuro alumno sobre su hermana. Deseaba verla impetuosamente.
Pasó una semana y pasaron dos y tres.
Su hermano desertó al colegio donde yo trabajaba y se fue a otro.
Jamás lo vi.
Para 1997 y 1998 llegaron los correos electrónicos. La busqué y
nada.
Para el año 2000 y 2001 nuevamente llegaron, encontré uno, pero
nunca me contestó. ¿Sería el mismo o lo cambiaría?
Y pasaron, después de 1985, pocos años en que seguía soñándola y
pensándola segundo a segundo, hasta que en los años de 1995 en adelante se
tornó como el amor platónico que siempre fue así: Platónico.
Pero seguían sonando GTR y Rick Springfield, y obviamente, su
recuerdo venía a mi cabeza, luego bajaba al corazón y visitaba al alma.
¿Cómo estaba ella? ¿Qué tan bella seguía siendo?
¿Podríamos acaso, terminar ese beso que quedó inconcluso con la
mitad de uno? No tenía las respuestas pero la búsqueda seguía.
EL ENCUENTRO
Llegaron nuevos mails y nuevas formas de contactar a la gente y para
el año 2008 muchos ya estábamos en la red social Facebook.
Y una nueva reunión se programaba para ese año, gracias a la
organización de nuestra compañera, amiga y hermana Gaby Jiménez.
Dentro de la invitación a todos, ahí se encontraba un mail: el de
Ella.
¡Zas!
Nuevamente esa emoción brotó repentinamente.
Decidí escribir y obvio, pensaba que no tendría respuesta. Pero esta
vez, no fue así.
La obtuve y pronto.
La invité a salir y quedamos de vernos en un café en Satélite.
¡Finalmente la volvería a ver!
Y quería miles de respuestas, porque tenía miles de preguntas y
además también le diría miles de anécdotas, pensamientos y sentimientos.
Faltaba poco para verla, de hecho nos quedamos de ver como 2 semanas antes de la reunión general
con toda la generación.
Ahora, sólo contaba los días para verla. Todo programado, desde el
discurso y hasta las posibles respuestas a sus preguntas y reacciones.
Todo estaba listo.
Tic… Tac… Tic… Tac…
Habían pasado casi veinticuatro años de la última vez que la vi, en
aquel medio beso al bajar del auto. Sí, tan sólo veinticuatro años.
Aquel día de la cita, me llevé una carta que ella había firmado y
donde me decía, “Flaco…” y la libreta de autógrafos escolares y una foto, que
por cierto publiqué en el sitio de nuestra generación en Facebook.
Llegué minutos antes al café, y sabía que pronto llegaría Ella.
¿Cuál sería el tema de la conversación?
¿Cómo empezaría yo a detallar aquellos sentimientos de antaño?
¿Qué me diría al respecto?
¿Cuál sería su reacción a tan abruptas afirmaciones sobre ella?
Pasaron segundos, cuando la vi bajar de su camioneta. Se acercó, nos
abrazamos y entramos.
Comenzamos la plática.
Y obvio, yo no había terminado el último año de la preparatoria en
el CEL, con ella.
“¿NO TERMINASTE CON NOSOTROS?” – Me preguntó.
- ¿Qué?
“Noooooooooooooooooooooooooo…”
¡NO era posible!
No se había dado cuenta de mi ausencia por un año.
¡Caray! Queridos lectores, todo lo que acabo de detallar en estas
líneas, ahora yacen en el caño, en la basura.
¡No lo podía yo creer! Obvio que no recordaba ni el paseo en la
montaña rusa, ni el aventón a su casa, ni mucho menos aquel medio beso…
Mucho menos la música ni cuando me invitó a su coro.
Nada de eso.
Era yo sólo uno más del montón de personas de las que menos nos
importan en la vida.
“Noooooooooooooooooooooooooo…”
Todos esos sentimientos de años habían fallecido en tan pocos
segundos.
Entonces, ¿No terminaríamos por completar ese medio beso?
Creo que no.
En los recientes cinco años la he visto como 3 ó 4 veces más… y
bueno, aún no sé y mucho menos, le he preguntado.
El sabor de aquel medio beso, aún sigue...
(Y que suene GTR con “When The Heart…”)